Es el hombre que ha dicho las frases que levantaron urticaria en Chile, donde se le considera la materia gris tras la demanda marítima boliviana en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) que el miércoles escuchará los estertores de la fase de alegatos orales, en las puertas de la sentencia entre octubre y diciembre que vienen.
Como aguijones, la primera fue dicha en 2015 y la otra hace horas. En los mismos estrados donde el lunes sostuvo, ante la porfía chilena patentada por su canciller Roberto Ampuero, de que no devolverá ni un “centímetro cuadrado” de los 120.000 km2 de territorio marítimo boliviano con que Chile se alzó tras invadir el entonces puerto de Antofagasta, hasta 1879 propio de Bolivia, este abogado a los 21 y doctor en derecho pocos tiempo más tarde, con alma mater bolognesa, le ha dicho al gobierno de Sebastián Piñera que su país no nació con tanto litoral cuya posesión defiende hoy con vehemencia tal.
“Ni Dios ni la Corona de España le otorgaron a Chile el litoral del Pacífico desde Punta Arenas hasta Arica”, dijo en la Corte este valenciano que corre más allá de los 70 y que está a punto de ocupar el puesto, sino lo ha hecho ya, donde reinaba para los bolivianos otro español, Xavier Azkargorta que en 1993 hizo tocar al país el cielo con las manos y con una pelota de fútbol.
Y como para buen entendedor una frase, Antonio Remiro Brotons, hijo de valencianos y aragoneses nacido en provincia, le recordó a Chile, sin mencionarlo, en presencia de 15 magistrados de peluca, toga y túnica de la CIJ, el Uti Posidetis Iuris (como poseíste seguirás poseyendo) de 1810, la última cartografía española que demarcó la superficie de los países del Nuevo Mundo que se independizaron de España a principios del siglo XIX.
Este abogado padre 3 hijos y abuelo de 5 nietos, catedrático emérito de la facultad de leyes de Madrid fue quien le soltó a Chile otra de esas locuciones que unen el entrecejo.
Cuando Chile defendía en 2015, con uñas y dientes, la intangibilidad del Tratado de 1904 y pedía a la CIJ apartarse de su antiguo pleito con Bolivia, Antonio, Remiro por padre y Brotons por madre, le soltó otra de campeonato.
En las orillas del sarcasmo y la guasa, les pidió a los magistrados de la Corte imaginar el bíblico descenso de Moisés del Monte Sinaí, con la celestial Ley de las 12 Tablas en una mano y, en la otra, tanto así, el Tratado de 1904.
Después de escuchar la primera y sin olvidar seguramente la segunda de tales frases, el canciller Ampuero pareció salirse de sus ropas cuando, en tono tajante, más bien cerril, dijo paladinamenteb el lunes que “ni en La Haya ni en ninguna parte Chile acepta ni permite que esté en juego un centímetro cuadrado de su territorio”.
Claro, el presidente boliviano, Evo Morales, venía de decir que “el retorno de Bolivia al mar no sólo es posible sino inevitable” y la abogado francesa que defiende la causa de La Paz, Monique Chemillier, que “Chile asume el personaje de carcelero de un pueblo cautivo”.
La prensa de Chile arremete por diversos flancos y asegura que es Remiro Brotons el culpable de las rabietas, primero del excanciller Heraldo Muñoz y ahora mismo de Ampuero.
Sus delegados en La Haya buscan entrevistarlo para decirle, en la minimización del derecho internacional o en la factorización de su filosofía, que el juicio boliviano busca vaciar, en el fondo, el Tratado de 1904, cuya intangibilidad las autoridades chilenas defienden con los dientes apretados.
Este abogado, dos veces casado, doctor en derecho internacional por la Universidad de Bologna y que se radicó algún tiempo en Inglaterra para dominar la lengua de Shakespeare y que habla bien también la lengua de Víctor Hugo, le espetó la semana pasada en medio de los senderos peatonales de la CIJ, a una de sus contradictoras, en este caso la periodista chilena Mónica Rincón que, en todo caso, el tratado que su país no respetó fue el de límites de 1866, trece años antes de soltar a sus tropas sobre territorio boliviano.
Y, para zanjar el tema que traía preñada la pregunta, pidió, en los micrófonos de CNN-Chile, que ha reclutado a Rincón, entre otros incisivos periodistas chilenos, que lo que se necesitaba era, más bien, “estadistas de la talla” de Gabriel González Videla, el presidente chileno que entre 1946 y 1952 estuvo a punto de proporcionar a Bolivia una salida propia al mar.
Desde 1982 profesor en la universidad de Madrid, “donde he estado como catedrático hasta mi jubilación, hace un par de años”, Remiro Brotons que en los mismos 80 comenzó a litigar en la CIJ, defendiendo a Nicaragua, recuerda, conoció a la Bolivia que hoy defiende por medio de la literatura.
Tras casi 5 años de zambullido en las aguas encrespadas del macizo expediente del caso boliviano chileno, Antonio, como le tutean los emigrantes de Bolivia que estos días le han buscado en La Haya para tomarse una selfie, registra un libro que tiene que ver con el tema que congrega en La Haya, también a peruanos.
“He estado leyendo también, dicho de paso… un señor de Bolivia que -en mi último viaje, en marzo, hace un año estuve en el Día del Mar, fue una experiencia excelente, sensacional– me regaló un libro escrito por él, su vida familiar sobre varias generaciones de hermanos que procedían de Colindres, en Santander (norte de España) y que habían emigrado sucesivamente. Uno acabó en Chile; otro en Perú y el otro en Bolivia. Es un relato reconstruyendo un poco esa historia” y que lo ha leído “al tiempo que me estoy preparando para las audiencias, pues siempre me ambientarán ese tipo de experiencias vitales”.
Sus erudiciones en la doctrina del derecho internacional le han alejado de otros géneros literarios, tales como la novela.
La última de ellas, de esas que se resbalan de las manos cuando los párpados pesan toneladas, es Patria.
“Que es una novela que ha tenido mucho éxito es España, es un Bets Seller, de Fernando Aramburu”, resume este hombre que habla además de su lengua de oído materno, habla por supuesto el italiano y que confiesa, sin ambages, que ama el bolero, mejor si es cubano, pero sin dejar de admirar el mexicano, es decir causa y efecto.
En la palestra el cubano “”Bábaro” del ritmo, el Beny Moré” y tal vez su principal título, “Cómo fue”.
“A mí los boleros siempre me han encantado porque el bolero es como la vida misma. Yo tenía una columna periodística hace muchos años cuyos título siempre eran títulos de boleros. Para mí el bolero representa la vida de la gente”, conceptúa.
El abogado español que los bolivianos quieren abrazar, tanto como al “Bigotón” Azkargorta, ha puesto en práctica el ideal que el hombre debe dormir 8 horas, trabajar otras tantas y no holgazanear las restantes.
“Leo alrededor de unas 8 horas por día, más o menos, unas 45 horas a la semana”, estima este hombre de 1,69 metros de estatura física que viene de devorarse el libro marítimo escrito por Andrés Guzmán Escobari y el tratado diplomático del abuelo de éste, Jorge Escobari Cusicanqui.
“Tengo en mi mesa de trabajo, en forma de “ele”; tendré por lo menos metro y medio y mucho más de libros sobre la historia sobre todo del mar” de Bolivia, resuelve este abogado alicantino, sur de Valencia, como él mismo se presenta, que ha echado el ancla de sus gustos musicales en los Platers, Los 5 Latinos y Estela Raval, Mocedades o de la misma vertiente, El Consorcio y esos españoles que en los “70 hicieron saltar corazones como fusibles.
Antonio, Remiro por Padre y Brontons por madre, ignora en realidad lo que se argumenta, que “el juez Garzón fue quien recomendó mi nombre” para la causa marítima boliviana.
Este “alicantino de la zona sur de Valencia, junto al mar”, que Morales quiere llevar a Bolivia, junto a la Chemillier, su coterráneo Mathías Forteau, el persa Payam Akhavan, la inglesita Amy Sander y el profesor británico, carne de la tradicional “flema inglesa” Vaughan Lowe, extrae de la manga, en el final de la entrevista que concedió a la ABI una definición de sí mismo, un zumo.
“He tratado de eliminar los defectos maternos y paternos y quedarme con las virtudes paternas y paternas: he tratado de ser como buen aragonés pues una persona noble, franca, directa y, como buen valenciano, un hombre amante del color, de la imagen y de una cierta sensualidad”, esbozó.