Noviembre 15, 2024

El dueño del Jardín del Edén: “La madre de los borregos, siempre está preñada”*

Don Sebas, al cabo de cuatro años de deambular por los cinco continentes, juntando dólares, euros y chauchas, como chiquilín previsor, ha regresado al Jardín del Edén. Su predilecto hogar, refugio de sus andanzas y peregrinajes en busca de la verdad, como buen fraile descalzo. Aun cuando ha hecho votos de castidad, nadie sabe a qué congregación pertenece. ¿A la UDI que usa cilicio? ¿A RN que comulga de vez en cuando? ¿A EVÓPOLI que lee Mein Kampf? Apenas despuntó el alba aquél 11 de marzo, mientras se escuchaba el canto de los gorriones, de improviso se encontró con Jehová, quien levantando el índice, le advirtió:

 

—Hijo mío, bienvenido de regreso a vuestro hogar, como el mejor amasandero del Reino de Chile. Te reitero una vez más: puedes comer cualquiera de los frutos aquí expuestos a tu proverbial glotonería digna de Pantagruel, a quien admiras, pero jamás debes comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque vas a morir.

—Jehová, mi Señor, he regresado al jardín del Edén gracias a los borregos, que bien podrían ser burros, como estás enterado por la prensa, y agradezco vuestra exhortación y proverbial generosidad. Ya sabía sobre la prohibición, desde cuando estuve aquí hace cuatro años. Y pensar que a mí, me apetecen tanto las manzanas asadas, bañadas en almíbar.

—Yo nunca he dicho que ese árbol sea un manzano y quienes lo aseguran, hijo mío, son ignorantes y no saben Historia Sagrada. Debes entender que ese árbol del cual te prohíbo comer de su fruto, pertenece a la humanidad y es la reserva que tengo por si sobreviene una hambruna universal o las siete plagas de Egipto. En cualquier momento podría hacer uso de él.

Don Sebas que deambulaba por el Jardín del Edén, disfrutando de la naturaleza, se humilló ante el señor y le besó las sandalias. De sobra conocía el lugar, donde muchos van a engullir lo que encuentran a mano. Desde patitas de chancho, hasta langostas. Mientras estuvo a cargo de su administración, desde hacía cuatro años donde quintuplicó su peculio, hizo y deshizo. Ató y desató. Sin embargo, la seguidilla de chanchullos y malabares de su gestión, no llegó a oídos de Jehová. Ahora, don Sebas quedó aturdido, patidifuso si se me permite esta licencia del lenguaje. En su oportunidad, a escondidas durante una inesperada tormenta financiera, había probado del árbol de la ciencia del bien y del mal. Jehová, que andaba lejos de ahí, deteniendo guerras de exterminio, peleas fratricidas, matanzas indiscriminadas, no se enteró de aquella desobediencia del amo del fideicomiso. Lo habría arrojado del poder. Don Sebas conocía en su intimidad el Jardín del Edén, sus ríos caudalosos ahítos de peces, que al parecer son El Mapocho y el Cachapoal, desde donde se bebe hidromiel. Había disfrutado de la flora y fauna del lugar, cuando en las tardes de ociosidad, calculadora en mano, realizaba rutinas matemáticas, para enterarse de cuanto había ganado durante el día. Después se instalaba a pescar pirañas y apuraba un vinillo de La Rioja, que le enviaba su socio Macri. Ahora, si se ponía a engullir en calidad de desaforado sibarita, cuanto encontraba en el Jardín del Edén, podía dañar su administración y Jehová, burlado en su confianza, aunque amaba a don Sebas por su expresión de ángel, lo podía arrojar de ese lugar de privilegio.

Apenas Jehová se hubo ausentado en dirección desconocida, don Sebas procedió a hurtadillas a hacer ingresar a sus vasallos al Jardín del Edén. Llegaron en bandada y cantaban: “Arriba los corazones”, en tanto el jefe hacía sonar la campanilla, y les advertía: “Cuidado con comer de ese árbol” y lo señaló. Mientras los sacristanes se persignaban, asintieron con un movimiento de cabeza. Es cierto qué, don Sebas les quería informar: “De ese árbol solo yo comeré cuantas veces se me antoje, por los siglos de los siglos y ustedes, confórmense con chupar los cuescos, si los hubiere”.      

 

* Proverbio italiano.     

 

 

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