Con los años se aprende que todo es posible. Las estructuras más consolidadas, de pronto se derrumban de manera que nadie pudo prever. Los imperios, las dictaduras, las culturas, las religiones, todo parece estar sometido al dios Crono; todo tiene su tiempo y a todos les llega su hora.
Chile es un país lleno de ambivalencias. Ha transitado por procesos de independencia republicana, liderada por una temprana oligarquía, férrea en la defensa de sus intereses, sacando de circulación a todos los actores díscolos que osaron enfrentarla.
Fue militarista y partidaria de un orden jerárquico, afinidad que mantiene hasta nuestros días. Nunca fue una oligarquía abierta a la cultura. En su núcleo duro era esencialmente religiosa y conservadora. Tuvo su periferia liberal, la que siempre terminó siendo cooptada y digerida por su núcleo centrípeto ultramontano.
Ahí está la historia: Arturo Alessandri, luego de ser díscolo pasó a formar parte de la élite de poder conservadora, al igual que toda su familia, de generación en generación. La familia de don Eduardo Frei Montalva, transitó de su revolucionaria postura a otra tremendamente afín con el conservadorismo más conformista, en la generación de su hijo y de su familia política, es decir la Democracia Cristiana. Allende, que insistió largo tiempo en sus posturas revolucionarias, hasta llegar al sacrificio y la inmolación, exhibe a sus herederos insertos en un revisionismo vergonzantemente conservador y corrupto, aliándose de hecho a los poderosos militaristas y genocidas que hoy conforman el núcleo duro del poder nacional.
Para qué nombrar a los prohombres de este travestismo político, si ya todos los chilenos los conocen.
La Iglesia Católica, tradicionalmente conservadora hasta mediados del siglo XX, sufre un cambio paradigmático desde León XIII y Juan XXIII, forjando un pensamiento humanista y social de gran calibre y repercusión. Ahora, luego de Juan Pablo II, esta misma Iglesia ha vuelto a su nido conservador y se alía a los poderes que corrompen a la humanidad en negocios turbios y frivolidades carnales, perdiendo todo ascendiente sobre los pobres y humildes, pero llegando a instalarse con comodidad en los grandes salones de la oligarquía.
La Iglesia Evangélica, es lo que ha sido en su historia, un pensamiento resignado al servicio de los grandes poderes, a los que bendice con los favores del cielo y manipula a los pobres para mejor servirse de ellos. No para liberarlos.
Los militares son ahora, luego de la dictadura, los fieles guardianes del poder instalado. Es lo que han sido siempre en el mundo pobre, pero ahora lo son de manera militante y mucho más corrupta, haciéndose parte de los negocios y vicios de los grandes y pequeños aventureros que transitan por el poder.
Los sindicatos, otrora fuerza aguerrida de las reivindicaciones sociales, ahora se transformó en un poder burocrático que sirve al juego de los arreglos y componendas que permiten aceitar el mecanismo del modelo, para que funciones sin estridencias incómodas.
Los estudiantes y los jóvenes mantienen el espíritu rebelde, pero ese espíritu es de una inconsistencia doctrinaria tan grande que los lleva prontamente a sucumbir a las estrategias de los viejos zorros que manejan los tiempos y las intensidades, las mareas con sus flujos y reflujos de los inconformistas hormonales.
En consecuencia, esta tendencia centrípeta del conservadorismo dominante en nuestro país, se ve reforzada por una ciudadanía que observa confundida, en su oquedad cerebral y en su falta de musculatura democrática. Esta masa diversa y desunitaria es incapaz de mantener una lógica ideológica ni una postura existencial frente a los poderes que la dominan. Por eso usted podrá ver que un día apoyan los cambios y otro día apoyan las contra reformas, con igual y equivalente liviandad. Esta incapacidad de asumir un pensamiento crítico, es propio de una población inconsistente, incapaz de una subjetividad efectiva, de una postura intelectual firme y robusta. Se trata de una masa informe e informada desde fuera, por las media, manipulada y extorsionada hasta la burla.
Esta masa se resigna o se aparta; también es expulsada, como ocurre con el 40% de los jóvenes marginales y marginados, que fueron olvidados en sus antros de perdición, sometidos a la nada social, a la delincuencia, al consumo y tráfico de drogas, al espectáculo distractivo, a la alienación más destructiva. Esa gente ya perdió las esperanzas y se autodestruyen, se inmolan a su manera, a lo que se les impela socialmente.
Hubo una población que fue ciudadana, en tiempos en que la política giró en torno al pueblo, a la sociedad que buscaba integración y participación a través de las diversas luchas legitimadas por un sistema que abría oportunidades democráticas. Esa población ciudadana y consciente, ahora se a replegado a un ostracismo descreído, por defraudación de sus liderazgos. Esa masa que tuvo cultura ciudadana, está siendo expulsada con indiferencia.
Porque a un sistema oligárquico le interesa un minimalismo integrativo. El poder es manejado por pocos y para los pocos; el resto conforman los pilares sumergidos que sostienen a la plataforma de poder, pero es la plataforma la que está operativa, dinámica y productiva: Los pilares están allá, silenciosos e invisibles; es ese pueblo fantasmagórico, que cae en las definiciones y en la retórica engañosa. Pero en la realidad, no cuenta más que como instrumentos del poder dominante, no como sujetos de derecho ni actores de política.
En consecuencia, cabe la pregunta: ¿Con cuántas divisiones cuentan los que plantean los cambios en Chile?
Se plantea que fuimos capaces de derrotar a la dictadura. ¿Pero la dictadura fue realmente derrotada por las fuerzas sociales? Más aún, cabe preguntarse, ahora, si la dictadura fue realmente derrotada.
Yo diría que los planes de la dictadura gozan de buena salud, están más vitales y vigorosos que nunca; tan vitales y fuertes que ya no necesitan usar las armas ni matar: son el poder hegemónico, cultural y factual.
Este modelo puede que sea derrotado por sí mismo; “Todo lo instalado será arrasado y todo lo sagrado será profanado” dijo una vez Marx. El capitalismo tiene esa condición, que se liquida a sí mismo en sus formas, se desinstala para instalar otro modelo más eficiente o más voraz. Así que es probable que este modelo de negocios sea reemplazado por un modelo más racional, es decir realmente productivo; es posible que los intereses nacionalistas sean puestos el día de mañana por sobre los intereses transnacionales; es posible que la población, un día cualquiera, se dé cuenta que este modelo no los incorpora más que de manera instrumental y marginal y que la tendencia a mediano plazo es la conflictividad y un trágico crecimiento empobrecedor.
Así es que es más probable que este sistema falle por donde tiene los pies metidos en el barro: es decir la corrupción. Ese es un elemento que lleva indefectiblemente a la decadencia y la decadencia baja las defensas del sistema, como una enfermedad degenerativa. Esta puede ser la causa más probable de la caída de los imperios, incluso más eficientemente que la acción de los revolucionarios (bárbaros) internos o externos.