En las encuestas de opinión siempre los Presidentes terminan sus períodos mejor evaluados que en el transcurso de su mandato. Así ocurrió con Piñera y, ahora con Michelle Bachelet – cerca del 40% de aprobación -. Por suerte, a la empresa encuestadora CADEM nadie le hace caso, por lo tanto, es ocioso preguntarse por qué los encuestados a través del teléfono fijo, después de haber rechazado, permanentemente, a su Presidente, terminan queriéndolo.
Los varones pertenecemos a una raza inferior a la de las mujeres: somos peludos, chicos y feos, y estamos más cerca del pitecantropus erecto que nuestras compañeras. En el “tontódromo” del Festival de Viña, las humoristas mujeres se comieron a los hombres, por ejemplo, la colombiana Alejandra Ascárate está en otro planeta, más avanzado respecto a la vulgaridad y torpeza de nuestros humoristas varones, salvo Stefan Kramer.
El humor no consiste sólo en contar chistes, denostar al prójimo y provocar risas a costa de los defectos y desgracias ajenas, el humor es una forma de llevar una vida filosófica y saber mirar el mundo desde la ironía y el sarcasmo. El filósofo Henri Bergson escribió una obra sobre la risa, ojalá los políticos chilenos supieran reírse de sí mismos y con esta actitud los abusos de poder serían, al menos, un poco más amables, pues nos harían reír cuando nos meten el pico en el ojo.
Michelle Bachelet, como bien dice el poeta Raúl Zurita, cometió muchos errores, algunos muy graves, pero se atrevió a emprender reformas que, de seguro, dejarán huellas imperecederas en nuestra historia. Las reformas eran imprescindibles para pasar del Chile medieval a un país moderno, y los cavernarios caballeros de Chile hicieron hasta lo imposible abortarlas, de ahí que no dieran los resultados inmediatos.
Sin los yanaconas de los fachos pobres – aquellos siúticos emergentes gritaban “querimos pagar” en las manifestaciones contra la gratuidad y el fin de la selección – la restauración, (vuelta al pasado), no se hubiera instalado en la segunda mitad del gobierno de Bachelet.
Si uno observa a las mujeres “bellas” casi siempre se enamoran de enanos, feos, desguañangados, con olor a ajo y tontazos, y es difícil explicarse este mal gusto de elegir a la “bestia” masculina. A Michelle Bachelet le pasó algo parecido: no pudo haber escogido peores ministros en la conformación de su gabinete. Empezó con Rodrigo Peñailillo, llamado el “galán rural” por Sebastián Dávalos – hay que reconocer que este ministro logró, al menos, la aprobación de la reforma electoral para terminar con el binominal -.
Otro ministro “genial” fue Alberto Arenas, que se las arregló para que los traidores de la Concertación, encabezados por el intrigante Andrés Zaldívar vendiera la emblemática reforma tributaria por unas galletas y té, en la casa del momio Fontaine.
Para completar la lista de “mozos de la derecha”, que estuvieron en el gabinete de Michelle Bachelet, baste recordar a Jorge Burgos, un blandengue que no se atreve a declarar públicamente que es un derechista de tomo y lomo y que sigue “al sol que más caliente” – ni siquiera tiene el coraje de Mariana Aylwin y sus veinte mil vírgenes reaccionarias para renunciar a la decadente Democracia Cristiana –, y con Violeta Parra podemos cantar… Ud. no es nada, hay un puso ni chicha ni limonada…
El ministro de Justicia Campos no puede ser torpe y falto de criterio: cada declaración es más inconsistente que la anterior, (cabe preguntarse qué tiene debajo de su cabellera engominada a lo Gardel).
El ministro de Hacienda Rodrigo Valdés se tomó en serio la expresión del presidente de CODELCO, Hernández, sobre “un puto peso”, y se puso tan avaro, que tuvieron que despedirlo a varios puntapiés.
Qué nos puede extrañar si la Nueva Mayoría nació para repartirse los cargos entre sus militantes respetando, religiosamente, el cuoteo.
La presidenta Michelle Bachelet no tiene la culpa de tener un hijo casado con una mujer ambiciosa y para los negocios turbios, pero sí tiene responsabilidad, como jefe de Estado, al declarar que se enteró por la Prensa cuando conoció el escándalo Caval.
Nada más peligroso y letal que recibir los disparos de los que se dicen “amigos”: la “quinta columna es mucho más funesta que el frente enemigo. Durante los cuatro años los Walker y unos cuantos reaccionarios más, que se apropiaron de la Democracia Cristiana, hicieron la mejor oposición al gobierno de Bachelet, y es precisamente a ellos a quienes se debe que las reformas no resultaran tal como se le había ofrecido a la ciudadanía, durante la campaña presidencial.
Hay que ser muy falto de criterio y de poco respecto a los ciudadanos para sostener, como lo dijo Ignacio Walker, que “no había leído el programa”, por consiguiente, y siguiendo su lógica, sólo cabe pensar los democratacristianos apoyaron y formaron parte del gobierno de Bachelet porque estaban seguros de los réditos que les daría su triunfo.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
26/02/2018