Octubre 25, 2024

Emergencia de peatón

Como me urgía saber dónde se encontraba cierta calle en Viña del Mar, ciudad que conozco a medias, quise preguntar a algún transeúnte. Para mi desgracia, no había a quien hacerlo. Todos hablaban por celular, respondían correos, sacaban fotografías o revisaban las deudas de las casas comerciales. Deduje que si me hubiese caído al suelo a causa de los desniveles de las veredas, que parecen lomos de toro, nadie me habría socorrido.

 

 

Al final encontré a una anciana. Sentada en un banco de la avenida Libertad, parecía ser mi salvación. Con una mano sostenía el bastón en posición vertical, y la otra, la apoyaba en el asiento. No cualquiera posee aquel donaire destinado a reposar. Dignidad de quien se esmera en el vestir. Llevaba una tenida blanca, blusa con cierre de encajes y guantes de hilo tejidos a croché. El pelo de color ceniciento, algo esponjoso, delataba su gusto por la peluquería. De tez lechosa, lo cual se acentuaba debido al exceso de polvos. Al acercarme, dirigió los enturbiados ojos hacia mí y dijo con una voz que parecía venir del pasado:

—Por fin llegas mi amor y pensar que desde la mañana te espero aquí.

Me senté junto a la anciana y le advertí que yo no era quien ella creía. Se llevó una mano a la frente y me pidió disculpas. Ahí le aclaré, mientras usaba un lenguaje destinado a no perturbarla, que buscaba la calle Almirante Gervasio Terracota, la cual debería estar en el sector.

—Ha de saber señor, que yo conozco al almirante Gervasio Terracota, quien vive al frente de mi casa. Claro que soy una chiquilla y él es un hombre mayor. ¿Le sirve de algo esta relación?

—De mucho, estimada señora, entonces imagino que usted me puede ayudar en esta emergencia.

—No soy señora, sino señorita. Claro que me gustaría ayudarle a buscar una calle con el nombre del almirante Gervasio Terracota, pero dudo que la haya.

—Debo concurrir, querida señorita, al velorio de una amiga, ceremonia que se está desarrollando en el número 77 de esa calle. Nadie a quien consulté en el quiosco de diarios, al ciego que era mudo y en la farmacia, supo darme alguna orientación.

—Mire señor. Tal vez la calle que usted busca sea donde vivimos el Almirante Gervasio Terracota y yo.

—O sea ¿usted ignora el nombre de la calle donde vive?

—Así es. No tiene sentido saberlo si vivo ahí; y como conozco cada pormenor de la calle donde nací, no me extravío.

—Es cierto lo que usted dice, señorita, sin embargo, ¿cuáles datos le entregaría a quien le pregunta donde vive, porque desea enviarle un ramo de flores?

—¿Flores ha dicho usted? Gracias mi Almirante.

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