El nacionalismo es una ideología que ha predominado en la historia de la humanidad, desde la segunda mitad del siglo XIX, especialmente con la unidad alemana e italiana: nada ha hecho más daño a los pueblos que el nacionalismo en sus distintas modalidades, ideología que siempre recurre a falsificaciones históricas, las cuales incentivan el odio entre las naciones y los pueblos. La derrota en la batalla de Sedán, sumada a la pérdida de Alsacia y Lorena influyó, en forma importante en el chauvinismo francés durante la primera guerra mundial. Las condiciones del Tratado de Versalles influyeron decisivamente en el auge del nacionalsocialismo alemán. (La derrota de los franceses de mano de los ingleses, en la Llanura de Abraham, en el siglo XVIII, forma parte del imaginario independentista quebequense, tal como lo hizo la guerra de secesión entre los borbones y los Augsburgo, hechos que han influido en los seguidores del independentismo en la actualidad, es decir, en este caso concreto, el 48% del electorado catalán.
El autor que mejor ha investigado, según mi parecer, lo irracional del nacionalismo es Isaiah Berlin, (me permito recomendar tres obras fundamentales de este escritor: Contra Corriente, enseño sobre la historia de las ideas, FCE, Capítulo XIII, Nacionalismo: pasado olvidado y poder presente, página 455; El fuste torcido de la humanidad, la rama doblada: sobre el origen del nacionalismo, Edit. Península, pág. 383; El sentido de la realidad, Kant como origen del nacionalismo, Edit. Taurus, página 331).
Para Berlin, el auge del nacionalismo coincide, históricamente, con la época romana: en la adolescencia de los pueblos, junto con el aparecimiento del acné en la biología humana, los sentimientos y la exaltación de la memoria histórica predominan sobre la razón y el sentimiento cosmopolita.
En nacionalismo latinoamericano no puede ser más burdo y dañino para el desarrollo del continente: las largas disputas entre los países por metros de territorio o por litros de agua, dulce o salada, han servido para mantener solventar la lujosa vida de los “jueces de babero y peluca” de los jueces del Tribunal de La Haya, que puede lucirse con fallos salomónicos, que no dejen conformes a ninguno de los países en litigio; mucho más limitados que el rey Salomón, ni siquiera se les ocurre amenazar a ambas madres con dividir la guagua. De existir la estupidez y el chauvinismo latinoamericano, estos jueces aburrirían a los alumnos de derecho internacional en más de una universidad del mundo.
En el caso concreto del diferendo entre Chile y Bolivia por una salida al mar será al afortunado al futuro Presidente de Chile, Sebastián Piñera y al siútico y mal escritor, ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Ampuero, quienes deberán dar a conocer ante la opinión pública el resultado del fallo, que parece evidente, en el sentido convocar a ambos países para que dialoguen sobre el tema.
No es necesario abocarse a la lectura de los libros sobre el tema, de autores como Encina, Eyzaguirre y Ríos Gallardo, entre otros, para colegir que, en la mayor parte de los diálogos entre Chile y Bolivia, de haber prosperado, Chile saldría ganador. Veamos algunos ejemplos: en la época del Presidente Gabriel González Videla, el canciller, don Horacio Walker, Muchos han olvidado, expulsó a su sobrino, Manuel Garretón, del Partido Conservador; Walker ofreció a su colega boliviano una franja, cerca de la Línea de la Concordia, que le permitía una salida al mar y, en compensación, la entrega de las aguas del río Titicaca – nos hubieran hecho millonarios con el uso de aguas en la explotación del cobre, del salitre y hoy, del litio. Más tarde, en el famoso Acuerdo de Charaña, entre los dictadores Bánzer y Pinochet, respectivamente, la compensación pedida por Chile – parecida a la anterior – era ampliamente favorable para nuestro país.
En Tratado de 1929, firmado por Chile y Perú, entre los mandatarios Carlos Ibáñez y Augusto Leguía, respectivamente, obliga a que toda cesión territorial a un tercer país sólo puede hacerse sobre la base del Acuerdo de estos dos países. La única cesión a Bolivia que no corte nuestro territorio debería consistir en ceder a Bolivia una franja paralela a la Línea de la Concordia, entre Yuta y el mar. Consecuentemente, cualquier solución requiere una discusión y Acuerdo tripartita.
Los historiadores utilizamos el largo período para explicarnos el pasado reciente, por lo tanto, la historia de la guerra del nitrato – mal llamada del Pacífico – hace más de 150 años es, para los estudiosos de la historia, prácticamente el presente. El tema de la intervención inglesa en la ocupación de Antofagasta y, posteriormente, en la guerra del nitrato, ha sido ampliamente estudiado – los historiadores también nos recuerdan que Perú utilizó ampliamente los créditos franceses, especialmente de la casa Dreifus, para financiar la guerra; el arbitraje norteamericano en Arica también era favorable a Perú, lo mismo que el de Tacna y Arica, en los años 20 que, afortunadamente, este último fracasó dando paso al reparto de Tacna para Perú y Arica, para Chile -.
La historiografía peruana, respecto a la guerra del nitrato, denuncia que Bolivia hubiera pactado con Chile de no existir el Acuerdo secreto entre Perú y Bolivia, por el cual se exigía la defensa recíproca en contra de Chile en caso de verse amenazados. Por lo demás, ya se pensaba en un Acuerdo tripartita que agregaría a Argentina a la guerra contra los araucanos.
Muchos historiadores peruanos culpan al abandono de Bolivia en la guerra, desde Camarones y, posteriormente, en Tacna, de la derrota y ocupación de Lima por parte del ejército chileno.
Como ocurre en la mayoría de los casos con respecto a los perdedores, el gusto de lamer las heridas de la derrota se convierte, prácticamente, en una obsesión. La literatura boliviana y peruana acerca de la guerra del nitrato es muy superior en volumen y profundidad que la chilena, pues tenemos sólo una cuenta con una obra sobre el tema, cuyo autor es el reaccionario chauvinista y militarista Gonzalo Bulnes; por el contrario, en Bolivia se cuenta con una pléyade de estudiosos sobre la materia, entre ellos Mariano Baptista Gumucio y Jorge Gumucio.
En Perú, el debato con respecto a la guerra y posterior derrota ha producido muchas obras de gran valor historiográfico. Me permito remitir a los lectores a una interesante obra, El expediente Prado, del político y congresista peruano Víctor Andrés García Belaunde – familiarmente “Vitocho” -, muy difundido en los medios de comunicación; en este libro acusa al Presidente Peruano, Mariano Prado, de haber tenido negocios personales en Chile, en una mina de carbón y en un banco y, además, de haber pertenecido al ejército chileno y de ser pagado con un ítem del presupuesto del país del sur. Este trabajo está muy bien documentado, y viene a sumarse a las acusaciones de traición del Presidente peruano, al haber abandonado el país en plena guerra del nitrato, justo después del combate naval de Angamos, con la muerte de Miguel Grau y la toma del Huáscar por la marina chilena.
El debate entre la traición entre la traición de Prado y, posteriormente, la de su rival, Nicolás Piérola, ambos culpables, según los historiadores, de la derrota del Perú.
El mar no es de Chile sino de unas cuantas familias, el litio de SQM
Perú no permitirá que Bolivia se adueñe de Arica un viejo sueño que viene desde antes de la guerra del Nitrato
No sería mejor formar una zona integrada comercialmente entre Perú, Chile y Bolivia que permita monopolizar el comercio mundial del litio y la energía foto voltaica
Nada más dañino para la humanidad que el chauvinismo e infantilismo nacionalista, que en vez fomentar la concordia y unidad de los pueblos, favorece el odio y la guerra.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
09/02/2018