El escritor Óscar Contardo describió, a la perfección, las características del arribismo a la chilena: También usó la categoría de los abajistas, (aquellas personas de clase alta sin ánimo de figuración y propensas a abandonar su clase social identificándose con la causa de los pobres).
En el repugnante Chile de hoy, por desgracia, predominan los arribistas – aquellos que tienen temor a la izquierda creyendo, estúpidamente que, por ejemplo, un moderado como Alejandro Guillier les iba a arrebatar sus pocas riquezas, (este tipo de personas gritaban, en la Alameda, al triunfo de Piñera, “nos salvamos”).
Antiguamente, la oligarquía llamaba a este grupo de personas “siúticos”, y acusaban al Presidente José Manuel Balmaceda de haberse rodeado de siúticos durante su gobierno. Su antecesor, Domingo Santamaría reconvino a su ministro del Interior, José Francisco Vergara, de haberle presentado una banda de siúticos en la conformación del gabinete. El castigo para quienes la oligarquía castigaba como siúticos era el negarles el ingreso al Club de la Unión, (así ocurrió, por ejemplo, con los partidarios de Balmaceda, así el Presidente descendiera de un Oidor colonial).
Más tarde, los siúticos tomaron el poder de mano de los radicales quienes, poco a poco, fueron abandonando los causeos de los Clubes populares para ingresar, como socios al Club de la Unión y al Club de golf, y cambiaron los trajes azules, de empleado público, por abrigo de camello – muy de moda en los años 40; también las mujeres se vistieron de pieles como signo de “aristocracia” -.
En la época republicana se contaba con más “abajistas” que en el desgraciado Chile de hoy, en que muchos ciudadanos quieren imitar al millonario Sebastián Piñera, además, les encantaría copiar la moda italiana de los políticos , que no les luce nada bien, como también las corbatas de los senadores, que las lucen, muy ufanos, en los sillones del Congreso.
Hoy es casi imposible encontrar “abajistas” estilo Bernardo Leighton o el Padre Alberto Hurtado Cruchaga; hoy quedan sólo algunos representantes, entre ellos, los sacerdotes Mariano Puga y José Aldunate…, que nacieron en cuna de oro, incluidas institutrices inglesas, y terminan su vida viviendo con los pobres. En cambio, actualmente, campean los políticos arribistas “del pituto o muerte” que, a pesar de que la ciudadanía los rechace – el caso de Andrés Zaldívar, que va a seguir, a sus más de 80 años, sentado en una cargo del senado, sin importar lo secundario que este sea -.
Marcelo “Chino” Ríos el rey de los nuevos ricos de Vitacura – ahora residente en Estados Unidos – fue siempre el niño, el joven y el adulto símbolo del arribista del Chile de hoy: prepotente, despectivo, egoísta, ufanándose de norteamericano y usando un argot mezcla de expresiones yanquis y chilenas – antes lo hacía la oligarquía afrancesada -. Su deporte preferido consiste en mostrar desprecio por los negros haitianos y los cholos latinoamericanos, preferencialmente, además de un odio parido a quienes osen criticar su personalidad o le nieguen la pleitesía debida al rey de Vitacura.
Ríos, como buen nuevo rico, se permite orinar al prójimo, (adquirir, por ejemplo, una cama enorme para llamar la atención; contra los periodistas, decirles “que la chupen”, imitando al maleducado Diego Maradona, y posteriormente proferir insultos como que “se debe lavar la boca porque huele a cadáver”…).
Este deportista, que apoyó a Piñera en última elección, se atrevió a decir que, para colmo, podría ser Presidente de Chile un periodista, como Alejandro Guillier, mostrando una falta de respeto imperdonable. Ríos no es que un niño símbolo de los imbéciles mediócratas y arribistas, que dieron el voto a Piñera por ser millonario y, por consiguiente, “no podía robar”.
Tanto Piñera, como Ríos deberían concurrir al psiquiatra, aun cuando creo que, en su caso, serviría para poco, pues padecen del complejo “Peter Pan”, agravado por un narcisismo rayano en lo patológico.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
05/02/2018