Noviembre 15, 2024

Modo de producción capitalista y alienación II

En esta segunda parte de la nota publicada el 19 de enero, me referiré al concepto de superestructura y su lugar para lograr la hegemonía partiendo desde la sociedad civil.

 

 

Como el concepto de superestructura fue explicado en la primera parte de esta nota, creo necesario avocarnos, ahora, a analizar el término “hegemonía” y su evolución a través de la filosofía política. Si bien el término hegemonía deriva del griego eghestai   que significa “conducir”, “ser guía”, “ser jefe”, usada para indicar el poder supremo conferido a los jefes de los ejércitos, llamados precisamente hegemones, o sea, conductores, evoluciona hacia la ciencia política y es usado para describir una determinada relación entre Estados. La literatura marxista, por su parte, redefine el concepto en este sentido: “Los términos de la relación hegemónica ya no son las entidades estatales, sino los grupos sociales que operan en formaciones sociales determinadas”.

“Hegemonía en la literatura política actual, significa predominantemente capacidad de dirección, tanto en relación con el sistema internacional como con un sistema de clase o con uno cualquiera de los subsistemas en el que se articula el sistema social. En este sentido se habla de hegemonía política, aunque también de hegemonía cultural, religiosa, económica, etc. Pueden ser, por lo tanto, sujetos de la relación económica no sólo las clases sociales, sino todas las organizaciones políticas, económicas, etcétera.” (1)

Toda referencia al término hegemonía nos lleva, obligatoriamente a  Antonio Gramsci. Sin embargo,  antes de entrar a revisar los alcances del concepto de hegemonía en Gramsci y su evolución hasta los Cuadernos de la cárcel,  es necesario que nos detengamos para explicar el contexto en que se desarrolla este concepto: la categoría de “Bloque Histórico”.

“El análisis del bloque histórico  como relación entre los movimientos (estructura- superestructura y sociedad civil – sociedad política) muestra la importancia de la sociedad civil en el seno del bloque histórico. Esta importancia la volvemos a encontrar en le traducción política de esta noción: la hegemonía”. (2)

En los Cuadernos,  Gramsci se refiere en varias oportunidades al concepto de sociedad civil para definir “la dirección intelectual y moral” de un sistema social. Tanto Marx como Gramsci parten de la obra de Hegel, pero evolucionan en sentidos opuestos: el primero, entiende la noción hegeliana de sociedad civil como el conjunto de relaciones económicas; el segundo, la interpreta como el complejo de la superestructura ideológica.

“La sociedad civil es el verdadero hogar y escenario de toda la historia… La sociedad civil abarca todo el intercambio material de los individuos en una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas”. (3)

La concepción de la sociedad civil en Gramsci por el contrario,  pertenece a la instancia de la superestructura: “Por ahora se pueden fijar dos grandes planos superestructurales; el primero, que se puede llamar de la ‘sociedad civil’, que está formado por el conjunto de los organismos vulgarmente llamados ‘privados’… que corresponde a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en toda la sociedad…” (4)

En este mismo párrafo, Gramsci distingue, o mejor dicho, contrapone a la sociedad civil, el concepto de ‘sociedad política’ que identifica con “el dominio directo  o de comando que se expresa en el estado y en el gobierno jurídico”. (5)

Ahora bien, el campo que abarca la sociedad civil es sumamente amplio, pues constituye nada menos que el de la ideología. Gramsci define la ideología como una “concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida intelectual y colectiva”. (6)

Siguiendo con lo anterior, y aquí es necesario destacar la importancia de las ideas del filósofo italiano, ya que entra directamente en la arena política: de acuerdo con  Gramsci, los intelectuales son el elemento articulador entre la infraestructura y la superestructura. Una clase dominada puede, antes de la toma del poder, afirmar su hegemonía lanzándose a la conquista de la sociedad civil en el terreno de la superestructura, para atomizar el bloque intelectual y destruirlo aun antes de que la lucha haya entrado en su fase política propiamente tal.

“Por intelectual debemos entender no solamente esas capas sociales a las que llamamos tradicionalmente intelectuales, sino en general, toda la masa social que ejerce funciones de organización en el sentido más amplio: ya sea en el dominio de la producción, de la cultura  o de la administración pública”. En estacita de Antonio Gramsci  (Quaderni del carcere 1), podemos apreciar con toda su generalidad teórica, un nuevo concepto de intelectual: éste se define por su función de organizador en la sociedad y en todas las esferas de la vida social.

La determinación del lugar que ocupan los intelectuales no es resultado, entonces, solamente de la superestructura o de la ideología; surge de aquello que es específico al modo de producción, a las fuerzas productivas modernas: el aparato de producción.

“Todos los hombres son intelectuales pero no todos ejercen en la sociedad la función de intelectual”. (Los intelectuales y la organización de la cultura).

El 18 de enero pasado, Clarín publicó un artículo del líder sindical Manuel Ahumada Lillo, con el título “Por un sindicalismo clasista”, en el que el autor destacaba la importancia de la educación política en los sindicatos subrayando la condición de clase trabajadora en las que se dan las relaciones de producción y, consecuentemente, las relaciones de explotación. Ahumada, edita un  periódico  digital titulado “Pulso Sindical”, en que insiste constantemente, en la necesaria y urgente unidad  de los trabajadores y la importancia de su educación política. Manuel Ahumada, es lo que podríamos llamar, de acuerdo con Gramsci,  un auténtico intelectual orgánico. Es sólo un botón de muestra y, por supuesto, no es el único, pues hubo otros intentos  de organización política independiente del duopolio pero, en general, han sido cupulares y, por lo mismo, no han perdurado  en el tiempo.

Después de las primarias de inicios de julio del año pasado, escribí un artículo para el periódico “El Ciudadano” (Nº 214) de julio-agosto de ese año, con el título “Las tareas del Frente Amplio”. En él describía las dificultades con las que se enfrentaba el movimiento para captar un mayor número de votantes con miras a la elección de primera vuelta.

Es que la conquista de la sociedad civil, como plantea Gramsci, no es tarea fácil ni se logra de un día para otro. Por añadidura, el Frente Amplio se caracterizaba por no tener una definición ideológica clara, debido especialmente al número de organizaciones que componían su estructura y, por no saber, a ciencia cierta, a qué segmento de la sociedad dirigir su campaña (las encuestas no entregaban mucha luz).

La clase media era disputada por la Nueva Mayoría y también por la ultraderecha. Después de hacer una somera descripción de la llamada clase media, mi propuesta radicaba en un trabajo dirigido a los territorios y las organizaciones de base.  

Transcribo unos párrafos de aquel artículo de El Ciudadano:

“ Es que la clase media (pequeña burguesía, para distinguirla de la clase media alta o burguesía), es un compuesto social, político y cultural complejo, es más que la simple  suma de sus muchos y cambiantes elementos, bastante más polimorfa y más revuelta que la ‘antigua’ clase terrateniente, la burguesía o la clase obrera.

Si nos atenemos a la historia, podemos apreciar que la clase media, durante la Revolución Francesa (1789), podía diferenciarse de los sans culottes  en su actitud,  accionar y fundamental posición oscilante en la batalla por el control del Estado moderno. En una primera etapa de los levantamientos de 1848, la clase media ocupó un lugar importantísimo en la constelación de las fuerzas que se enfrentaron a los sistemas autoritarios aristocráticos y antidemocráticos. Sin embargo, en una etapa posterior de cada uno de los múltiples disturbios de 1848, la clase media dio un giro completo y terminó  respaldando a las instituciones económicas, sociales y culturales existentes; quedó sometida a los gobernantes de la vieja guardia y de las nuevas élites que se unificaron en contra del reto más radical, real o imaginario, no solamente de los tradicionales jornaleros y trabajadores eventuales, sino también de los nuevos obreros de las fábricas. Más adelante, particularmente después de la Comuna de París de 1871, la pequeña burguesía miró en una sola dirección: hacia atrás. 

Carlos Marx y Federico Engels veían a los pequeños comerciantes, mercaderes, tenderos y artesanos de la mitad del siglo XIX, como una “clase de transición” (Carlos Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, 1851-1852), que se agitaba entre la esperanza de engrosar las filas de la clase rica y el temor de verse reducida al estado de proletarios miserables (Federico Engels, Revolución y contrarrevolución en Alemania, 1952). Ambos advirtieron que con la presión de una crisis revolucionaria, intentarían salvar su posición social especial, que tenía una base material obsoleta, y formarían una coalición contra la rebelión de los desposeídos.

Por su parte Lenin, después de la toma del poder (este año se cumplen 100 años de la Revolución de Octubre), y del fin de la guerra civil, reconoció que en Rusia y en cualquier parte, habría que enfrentarse con una pequeña burguesía, económicamente productiva, pero políticamente desconfiable”.

Después de anunciar que el Frente Amplio no disputará la presidencia de la Cámara de Diputados, sino que se avocará a incidir con sus planteamientos, esbozados en su programa de gobierno, en el trabajo de comisiones, también han anunciado que su tarea política estará centrada en los territorios y en las organizaciones de base. A estas alturas  de lo queda de República, la esperanza está puesta en este movimiento político que, dejando de lado las disputas por la hegemonía dentro del conglomerado, cada uno de sus militantes se convierta en un activo  “intelectual orgánico” y actúe en consecuencia. Sin prisa, pero con paso firme y sin claudicar. 

Notas:

(1) Norberto Bobbio y Nicola Matteucci, Diccionario de política, Siglo XXI, México,     1981.

(2) Hughes Portelli, Gramsci y el bloque histórico, Siglo XXI,México, 1979, p. 65.

(3) Carlos Marx y Federico Engels, La ideología alemana, Pueblos Unidos, Buenos   Aires, 1973, p. 38.

(4) “Los intelectuales y la organización de la cultura”, en Antonio Gramsci, Obras 2, Juan Pablos, México, 1975, p. 17.

(5)  Ibid.

(6) “El materialismo histórico y la filosofía de B. Croce”, en Antonio Gramsci, Obras 3, op. cit., p. 16.

 

 

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