Noviembre 14, 2024

Se llenó de mercaderes el templo

De una plumada o de una ventolera venida de oriente, Chile regresa al pasado. Cuando se anuncia un Ministerio de presumidos, cursis encopetados por antonomasia, y chiquillas variopinta, cuya misión pareciera revivir la época imperial, cualquiera se alarma. La inquietud a veces se convierte en realidad. Examine usted los apellidos y currículos de esta gavilla de personajes -la cual no debería asimilarse con las fasces que utilizó Mussolini como símbolo imperial- entenderá hacia donde apunta el propósito del nuevo gobierno. Desde marzo, y ya lo dijimos, querrá despojarnos con la delicadeza y avidez de siempre, de nuestros recursos naturales. Se iniciará el saqueo a cuatro manos, en el tiempo de la rapiña organizada, aunque algunos tengan los brazos sin el largo adecuado. Incluso, las modestas alcancías de los niños -huchas como las denominan los españoles- serán descerrajadas, desvalijadas a la usanza de los corsarios de su majestad la Reina Victoria de Inglaterra.

 

 

A la vista y conformismo, de quienes todavía deben varias cuotas del auto, de las zapatillas -ahora de la marca que usa Alexis Sánchez- del celular, de los jeans y de la basura que se consume a diario. En tanto, la oligarquía se jacta y refocila de sus logros, mientras en la tahona amasa su fortuna. Desde luego, no se va a volver a bailar el minué, al uso de pelucas empolvadas, de calesas reales con caballos enjaezados, pero los símbolos permanecen ahí. El proletariado, el trabajador, mil y una vez mentido, espoleado hasta el escarnio, debe entender que sus patrones han regresado al poder, aunque nunca lo abandonaron y es época de volver a la obediencia servil.

Examine usted los vínculos familiares, empresariales y políticos de cada uno de los ministros del gobierno de los amos de Chile, que entrarán a clases en marzo, poruña y costal en mano, para iniciar el desvalijamiento. A apoderarse del botín de guerra, y entenderá las razones de por qué son ellos y no otros, los elegidos. Todos están emparentados, vinculados al club de Golf, de Polo. ¿Al de rayuela de Punta Peuco? A la SOFOFA; a la media agua en Reñaca, Zapallar o Pucón; al colegio donde van sus hijos, cuya mensualidad bordea el millón de pesos. Para estas familias cursis es un insulto la gratuidad. Por ahí se infiltró el advenedizo de siempre, un tío sin apellidos. Ganapán con ansias de pillaje, involucrado en historias de rapacería y traición, lo cual le permite decir: “No todos somos de la misma extirpe”.

Los tímidos avances sociales y políticos logrados a partir de 1990 hasta la fecha, con el interregno de cuatro años, de quienes se volverán a servir el plato de caviar, serán minimizados. Arrojados al pudridero. A la fosa común del cementerio clandestino, porque el bienestar debe ser de las elites. Son las que se “sacrifican” y arriesgan su capital empeñada en darle grandeza y prosperidad a Chile. El proletariado, el pueblo, el medio pelo: ¡A consumir y den las gracias! Y si no dispone de los recursos para sobrevivir a saltos de mata, pues ahí están las tarjetas de crédito, los préstamos de usura. Ni un instante se debe detener el espectáculo, la farándula, el holgorio de este baile de máscaras, donde se danza al borde del precipicio.

Queda la ácida sensación que los nuevos conglomerados políticos llamados “progresistas” que tratan de abrirse paso en el escenario del futuro del país, ofrecen migajas, agüita de perejil para combatir una bronconeumonía galopante, disfrazada de resfrío. Se debe volver a la calle, a exigir cambios en profundidad. Nada de afeites baratos, ni crema de lechuga. Urge paralizar el país en una huelga general indefinida, hasta arrojar del poder a los abusadores. Hasta que les escueza el pellejo. ¿Acaso la verdadera democracia está en contra de semejantes medidas de fuerza? Cuando el abuso se desboca y se eterniza, es legítima la rebelión. En tanto, los dueños de Chile, de una porción del mar de Perú, y de otros mares, se ríen a carcajadas. Se han adueñado del aire, en tanto sus depósitos en bancos de Suiza, Liechtenstein, les permiten capear las marejadas si hay protestas. Bailan minué hasta de amanecida, mientras beben champán, comen faisanes y se perfuman a diario, para diferenciarse del vulgo.        

 

 

 

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