La visita del Papa Francisco a Chile no pudo terminar en peor forma: las declaraciones a una periodista, en las horas postreras de su paso nuestro país no pudieron ser más desatinadas, imprudentes y torpes – “cuando me traigan una prueba voy a hablar, lo demás es calumnia”- declaración motivada, especialmente, por la asistencia del cuestionado obispo de Osorno, Juan Barros, a las tres principales ceremonias religiosas, presididas por el Papa – en Santiago, Temuco e Iquique, sellando, en esta última ciudad con un abrazo muy cariñoso al obispo, acusado de encubridor de los abusos de Fernando Karadima, su mentor.
El Papa no habla ex cátedra en estas materias: es un hombre común y corriente que, lógicamente, puede dejarse dominar por la ofuscación e, incluso, por pecado de soberbia. A mi entender, esto fue lo que le ocurrió en la torpe respuesta a la periodista. Claro que hay que pedir a un jefe de Estado y líder moral a la vez – como lo es el Papa – una mayor reflexión sobre sus dichos. No porque se haya equivocado en el nombramiento del obispo de Osorno tiene que defender, a capa y espada su pésima decisión, y con mínimo de bondad, debiera reconocer su error.
El Papa ha demostrado ser un personaje contradictorio: por una parte, habla de “tolerancia cero” con el clero pedófilo y, por otra, lo protege. En el acto de la moneda dice sentir “dolor y vergüenza” por los abusos perpetrados por personas consagradas y, posteriormente da signos concretos de cariño y protección hacia un obispo que, a todas luces, encubre los delitos del degenerado cura Karadima.
Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Murillo son víctimas reales y, a la vez, profetas de la verdad y de la justicia, y han tenido que sufrir, por largos diez años, las calumnias y persecuciones más brutales de la jerarquía de la iglesia chilena, desde el cardenal Francisco Javier Errázuriz, hasta Ricardo Ezzati, pasando por los discípulos del esperpento Karadima, sus cuatro obispos, Andrés Arteaga, Horacio Valenzuela, Tomislav Koljatic y el mencionado Juan Barros, sumado a los curas Esteban Morales y Diego Ossa, entre los más importantes. Estos adeptos tienen por objetivo central el disimular los delitos del “maestro” pedófilo.
Si no fuera por las denuncias de las víctimas, Karadima seguiría siendo el “santito”, haciéndose pasar como el discípulo predilecto del padre Alberto Hurtado, pero sobre todo, declarándose amigo de los milicos y de Augusto Pinochet y , lo que es peor, continuaría abusando de niños vulnerables y con vocación sacerdotal.
Juan Carlos Cruz cuenta que envió una carta al entonces cardenal Fresno – su secretario era Juan Barros – denunciando los abusos de Karadima que, de seguro, fue escondida por su secretario, pues no acusó recibo de la misma.
Posteriormente, el doctor Hamilton también presentó ante el cardenal Francisco Javier Errázuriz un relato de los hechos delictuales, llevados a cabo por el párroco de El Bosque, documento que tampoco tuvo respuesta. Luego, después de varios años, las víctimas siguieron insistiendo y lograron que sus denuncias llegaran al Vaticano, ante el cardenal Ratzinger – luego Benedicto XVII, sucesor de Juan Pablo II, polaco, ultra reaccionario y protector de pedófilos, cuyo discípulo predilecto era el fundador de los “millonarios” de Cristo, Marcial Maciel, también acusado de pederasta.
Pasados unos años, el Vaticano se pronunció sobre el caso Karadima, condenándolo a una vida retirada de oración, en un convento de monjas, en Santiago, sentenció de la cual se burló a su amaño, con la complicidad del cardenal Ezzati, que se hizo el tonto cuando Juan Carlos Cruz denunció que este sacerdote decía misa con la asistencia de feligreses.
Hamilton ha tenido el valor de denunciar al cardenal Francisco Javier Errázuriz – ahora emérito – como “criminal”, por haber protegido, durante más de un decenio, los delitos de abusos de Karadima.
¿Nadie se puede explicar por qué el Papa Francisco no siguió el camino lógico de creer más en las víctimas que en los encubridores? ¿Por qué da más fe a los cuatro obispos de Karadima que a Cruz, Hamilton y Murillo? ¿Por qué mantiene en la diócesis de Osorno a un obispo, que es rechazado por el pueblo de Dios? ¿No cree el Papa que con sus declaraciones y actitudes favorece y encubre al clero pedófilo?
El escándalo no está sólo en los actos sexuales, o en el hecho de que haya una casa de prostitución, regentada por seminaristas en el Vaticano, sino en el brutal abuso de poder, que doblega las voluntades de adolescentes y jóvenes vulnerables, que adultos y curas aprovechan para dominarlos.
Con razón, las iglesias se están quedando vacías, pero afortunadamente, aún quedan profetas valientes, que siguen dando testimonio de verdad y justicia, como Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo, junto a los sacerdotes, Mariano Puga y Felipe Berríos, entre otros.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)