De casualidad lo divisé en la Feria del Libro de Viña del Mar. Permanecía sentado en el recinto de la editorial, donde lo publican. A esa hora, firmaba su última novela -ojalá así lo fuese- cuyo título a nadie puede interesar. Él no me vio al principio y de haberlo hecho, huye a perderse. No existían tejados cerca, pero creo que los habría encontrado en su afán de esfumarse.
Desde hace tiempo, deseo enrostrarle su calidad de traidor, por haber delatado a sus compañeros de lucha. Nada se sabe de varios de ellos, pero el traidor alega inocencia. Medró, viajó y estudió en países que lo acogieron en calidad de refugiado político. Época, donde levantaba el puño y cantaba La Internacional. Hoy canta “Lili Marleen” a dúo con el führer Kast. En un diario admirador de la dictadura cívico-militar, escribió una carta destinada a limpiar su imagen, donde cuenta su verdad, pero al tratarse de su verdad, debemos entender que no es verdad. Explicó ahí: “Yo no soy quien debía cuidar a tanto compatriota diseminado por el mundo”. Algo me suena al Caín de la Biblia.
A nadie miraba, abstraído en su labor de vender su novelita. Apenas si levantaba la vista de desconfianza, para preguntar al comprador, a nombre de quien debía dedicar el libro. Después se inclinaba y ponía casi la misma dedicatoria. Alguien dijo: “Nada más difícil que escribir una dedicatoria.” El traidor lo sabe y se escuda en esta sentencia, para escribir lo mismo.
Alrededor de una veintena de personas esperaba turno, haciendo fila. Había mujeres con niños, hombres de mirada distraída y uno que otro joven. De seguro, nadie de ellos sabía que el novelista es traidor, pues los traidores aprenden a disimular. Se cuidan hasta de los rayos del sol, al vivir en las sombras. Yo, que deseaba enrostrarle su condición de traidor a lo Judas Iscariote, esperaba en silencio la oportunidad de acercarme y gritarle: ¡Traidor! Él cree tener un lugar en la literatura de Chile. Piensa que por su calidad literaria, pero a cambio, va a ser recordado por su calidad de soplón. Hay traidores que saben escribir, sin embargo, nuestro traidor criollo tropieza con las palabras, al disponer de menguada imaginación. Utiliza argumentos de las novelitas rosa de Corín Tellado a quien plagia. ¿Y por qué lo editan, preguntará usted? Ciertas editoriales están alerta al escándalo y ven en la vida del renegado político, un buen gancho de ventas.
Ese domingo me pregunté: ¿Cómo perturbar al traidor? ¿Cómo causarle un bochorno ante sus engañados lectores? La oportunidad era magnífica y creo que no se iba a presentar una mejor. Me puse en la fila y esperé mi turno, para que me firmara la novela. Como él apenas levantaba la vista, me iba a ver de soslayo. Desde hace meses me he dejado crecer la barba y empiezo a usar sombrero. Ha comenzado el sol a impacientar mi cabeza, cuando salgo a vagar por la ciudad.
Con el libro recién adquirido, yo avanzaba mientras departía con alguien de la fila. Creo que nadie de sus componentes sabía que el novelista es traidor. Ninguno mejor que el renegado, conoce cómo mimetizarse. A menudo cambia de nombre, se hace la cirugía plástica y se va a vivir donde nadie lo conoce. Nuestro traidor, como está enterado que lo va a proteger el próximo gobierno, evita recurrir a semejantes subterfugios, mientras se hace cachirulos y trenzas a lo Rapunzel, para ser Ministro de la Cultura.
De pronto, más rápido de lo que yo presumía, me enfrenté al novelista traidor. Al verme, hizo un gesto moviendo la cabeza, pues parecía que el cuello de la camisa lo incomodaba. ¿Creía que yo pensaba ahorcarlo? Enseguida, habló con voz de cuchicheo, casi tan inaudible, que debí inclinarme sobre él. Ahí expresó atragantado por el terror, al ver la llamarada de mis ojos: “¿A nombre de quien señor, debo dedicar la novela?” Nuestras miradas se cruzaron como si fuesen alfanjes moriscos del zoco de Marrakech. Yo, levantando la voz para ser escuchado por todo el público de la feria, anuncié: “Debe dedicarla al traidor Augusto Pinochet”.