Noviembre 16, 2024

El espectáculo papal y el poder de Karadima

(“Para mí, organizar la visita del Papa equivale a (organizar) cuatro conciertos Lollapalooza juntos”). Tomás González Álvarez, productor. Antes  fue productor de Copa América en Chile y de Copa Davis, también acá.

 

 

La visita papal de Francisco I, uno de los pocos monarcas absolutos existentes, fue, como se esperaba, un gran espectáculo. El productor Tomás González Álvarez puede estar satisfecho y felicitarse de ello.

Unas 700 mil personas asistieron a los actos, vistos con interés a través de todos los canales de televisión (igual el estatal TVN que los en poder de grandes empresarios). Bastante más que en los Lollapalooza y con auspicio de nuestro Estado laico.

Los animadores de todos los canales compitieron en alabanzas al Papa –a quien nadie presentó con un mínimo de seriedad y objetividad- y todos y todas se esmeraron en alabar como si hablaran en nombre de los 17 y medio millones de chilenas y chilenos y no, a lo más, en el del 47 por ciento de ellos, que esperaban, vía papal, volver a caminar hacia el eterno paraíso.

Pero el espectáculo fue, finalmente, un drama televisado. Para los buenos católicos, quizás una tragedia.

El gran triunfador del espectacular culebrón fue Karadima, a través de su lugarteniente y representante público, el obispo Barros.

Barros, acusado por católicos de base de apoyar la pedofilia, apareció sonriente y triunfante en Santiago, la Araucanía y el norte.

Bergoglio lo trató de obispo calumniado por zurdos que él menosprecia.

Las conocidas víctimas de Karadima sólo se vieron, derrotadas, en entrevistas no organizadas por la iglesia local ni por el productor González, ni transmitidas por todos los canales.

Fue tan grande el triunfo de la dupla Karadima-Barros que las víctimas de Karadima, de Tato, de Sor Paula o de los 80 curas condenados por abusos sexuales – no sólo “niños”, como dijo el Papa en su primera intervención- no fueron considerados entre las víctimas por la organización papal. No fueron víctimas invitadas, ni se les aceptó asistir como tales, es decir no fueron víctimas.

Fue fácil ver, en TV, en segunda fila, al Cardenal Errázuriz, nombrado por Francisco en el selecto grupo de sus pocos asesores para “renovar” la Curia mundial. Estaba muy tranquilo y seguro, el acusado protector de Karadima.

Y a Ezzati, el otro protector, en primera fila, muy cerca del Papa, que por momentos aparentaba alejarse ante las cámaras pero volvía a estar con él.

Si la TV hubiera existido en tiempos de los Borgia, habríamos presenciado en vivo y en directo las fastuosas camas que sirvieron para bacanales de la familia papal y el trono de Alejandro VI, incluidas las aventuras palaciegas de Lucrecia Borgia y sus amantes.

Ahora vimos transitar por nuestras sedes universitarias y espectaculares altares a obispos acusados de ocultar viciosas y enfermizas acciones de monseñores con atormentados monaguillos. Y a Francisco perdonarlos como Borgia hacía con los suyos.

En la visita papal hubo también encuentros con gente de Arauco, especialmente mapuches; jóvenes católicos (a los que se les llama sólo “jóvenes” como si no hubiera otros), la intelectualidad chilena en la UC, y los migrantes, que en Chile son poco menos que en Argentina, donde el Papa no fue.

A los mapuches les dijo que la violencia (toda y siempre, como si la Iglesia nunca hubiera echado mano a ella) era repudiable y conducía al fracaso, haciendo, claro, un equilibrio con la violencia de aquellos que borraban con los codos lo que habían firmado con las manos en favor de los mapuches. Algo queda, en el Vaticano, de los pensadores jesuitas que bendecían a los indígenas en Ecuador, y les reconocían sus almas, al mismo tiempo que se apropiaban de su oro y de su fuerza esclavizada.

En el encuentro con sus jóvenes partidarios, en mucho menos número que su antecesor Wojtyla, no se arriesgó como éste a preguntarles si “renunciaban al sexo” y sólo les interpeló para saber si se habían sentido, sin dios, en la situación poco grata de la poesía cantada por Beto Cuevas y “La Ley”, a lo que los jóvenes católicos chilenos respondieron que SI.

En la cita con la UC alabó “el coraje” de su rector (¿o administrador?) que dijo NO a las mujeres violadas que prefirieran abortar, NO a quienes tuviesen embarazos inviables o monstruosos para hacer lo mismo y NO a quienes estuvieran en peligro de muerte en esas condiciones. ¿Hay cobardía mayor? Él y el rector sabían y saben que en Chile a nadie obligan al aborto posible ya legalizado entre nosotros. Y calló cuando se le criticó “la doble moral”. Tampoco recordó en esas aulas a los profesores y alumnos de la UC reprimidos y asesinados por la dictadura.

Y en la casi fracasada cita de Iquique, dedicada a los inmigrantes, pidió a todos  apertura para ellos, sin recordar que Iquique fue peruano, poblado después por migrantes chilenos, europeos, latinoamericanos y últimamente haitianos de raíz y cultura africanas, todos los cuales mejorarán las condiciones étnicas, plurales, del norte chileno.

Debieron asistir a la ceremonia principal allí cerca de 400 mil personas pero sólo lo hicieron alrededor de 80 mil. La llanta se había desinflado. El punzón clavado por Karadima y aceptado por el Papa terminó con el papamóvil caminando a penas.

Lamentablemente el argentino Bergoglio ha sido para Karadima lo que el polaco Wojtyla para el mexicano Marcial Maciel Degollado, que así era por parte de madre.

Tal vez a la inevitable desaparición de Karadima y de gente como Barros, que ineludiblemente morirán como Maciel y Wojtila, se hará justicia a quienes mancillaron y pisotearon, y se enviará a los infiernos a los capos abusadores de niños, jóvenes y mujeres, donde ahora debe estar Maciel. Para entonces desgraciadamente también habrá desaparecido Bergoglio y ¿por qué no? su figura adornará, como Wojtila,  los nuevos altares católicos.

Señoras y señores, el espectáculo ha terminado. Los productores pueden estar satisfechos, salvo por lo de Iquique. Los que ganaron en el interior de la Iglesia también.

Se levantaron 80 km. de vallas papales para las misas. No se preparó en Chile un nuevo papamóvil, se ahorró porque se trajeron dos ya usados en EEUU y para Iquique un tercero que fue cedido por Bolivia. Las rampas para que caminará Francisco tuvieron una inclinación de 8% para que no se no se dificultara su ascenso y descenso al altar. Los altares principales tuvieron capacidad para 700 sacerdotes, 80 obispos, entre ellos Barros,  y  coros hasta de 500 personas.  Y así.

Karadima seguramente brinda hoy, como lo hizo cuando un grupo de jóvenes fascistas, hace muchos años, le pidió refugio y protección después de haber ultimado al general Schneider. Fue en octubre de 1970, 47 años y tres meses atrás.

Pobres feligreses y pobre país.

¿Y Cristo? Bueno, el Hijo del Hombre, creador de la religión de Ezzati y Silva Henríquez, permanece en la cruz.

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