Noviembre 15, 2024

El pastor hipócrita

La iglesia católica que tiene Chile es la que corresponde a un país en que la miseria humana se ha tomado la economía, las instituciones y el Estado.

 

Casi todos los políticos son unos hijos de puta que se han hecho millonarios estafando a la gente con promesas.

 

 

Y contrariando los preceptos y los mensajes que se emiten impunemente sobre los púlpitos, gran parte de la aristocracia eclesial ha sido desde siempre otros hijos de puta que han expulsado a los pobres para dejar más espacio a los mercaderes.

 

La iglesia se ha puesto de parte del poderoso. Atiende prontos sus pecados y santifica las armas que luego mataran a los desposeídos tanto por medio del argumento de un falso patriotismo, como de la necesidad de salvar a la cristiandad del comunismo.

 

Infectados de pederastas que merecen la cárcel, la curia ha hecho oídos sordos a las víctimas y ha solidarizado con los delincuentes con sotanas.

 

Pero eso sí, han castigado con la penas del infierno a los descalzos hermanos cristianos que han creído ver en las escrituras una vía de liberación del yugo que, de la mano de la cruz y de las espadas muy santas y católicas, venimos padeciendo desde que los tercios españoles llegaron a cristianizar a los indios por medios de los sagrados cadalsos, potros, hogueras y cepos que diezmaron el territorio.  

 

La Iglesia romana, y por extensión prácticamente todas, son lo contrario de la santidad que dicen elevar a condición de forma de vida para dar libertad al oprimido y dar al menesteroso.

 

Lujos terrenales, placeres de alta gama, negocios propios de genocidas y una estatura de deidades que no se condice con sus discursos de humildad y pobreza, son las contradicciones que lucen detrás de los rezos que hablan de  la humildad, la pobreza, los oprimidos y de los que no tienen consuelo.

 

Cosa muy diferente es la gente humilde que cree en la esencia cristiana como una manera de buscar el contento que la economía, por lo tanto la bala, la cárcel y la ignorancia, le niega.

 

América Latina ha sido generosa en el desarrollo de una iglesia popular más apegada a las enseñanzas cristianas originales en las que se castiga al poderoso y se reivindica al Cristo pobre y descalzo.

 

También y por lo mismo, ha sido un continente que ha ofrecido mártires caídos por vivir al modo cristiano, por revolucionarios, molestosos y respondones, que creyeron ver en el sufrimiento humano la razón de su creencia.

 

Durante los trágicos decenios de las dictaduras militares en América Latina algunas iglesias, mejor dicho, algunos curas o religiosos con real sentido del cristianismo, se pusieron del lado de las víctimas. Pero la gran mayoría de las dirigencias de las iglesias  fueron cómplices, encubridores, cuando no activos impulsores del genocidio.

 

Bergoglio encaja perfectamente en esa zona gris de curas respecto de los cuales jamás quedó clara su vinculación con todo el terror. En Argentina, con más de treinta mil desaparecidos,  se habla de su silencio en el destino de muchos de sus hermanos jesuitas “chupados” por los aparatos de exterminio, y por no haber hecho nada para rescatar a niños que la dictadura secuestró luego de ejecutar a sus madres.

 

Si en esos casos abominables Bergoglio no escuchó a las víctimas, en los que se relaciona con abusos de menores, práctica extendida entre los curas de la que jamás se sabrá su real profundidad y terribles alcances, se ha demostrado que ha apoyado a los pederastas, abandonando a las víctimas.

 

Sigue adelante, insta al obispo Barros, probadamente cómplice del depravado cura Karadima, y a quien la grey sureña que pide a gritos su destitución.

 

El papa Francisco ha cerrado los ojos frente a la macabra trenza de religiosos pederastas que aniquilaron la vida de miles de niños. Esta abominable cara de la iglesia que ha estafado la fe de la gente crédula, ha quedado en la más perfecta impunidad.

 

La venida de Bergoglio a Chile no es sino una enorme maquinación comunicacional que tiene por norte lavar la imagen de una iglesia en la que ya no creen muchos. Para nada más ha servido, al menos como intento.  

 

Sus convicciones superficiales, sus palabras que siempre están bien Dios y con el Diablo y que solo buscan el efecto mediático de los titulares, no se afirman en medidas concretas y severas cuando dice acusar la injusticia, el abuso de los curas o las desgracias del capitalismo.

 

Sus admoniciones no pasan de ser una bien elaborada consigna del tamaño de un titular de diario. Y su condena al capitalismo no es más que palabrearía barata que busca posicionarse en la gente desprevenida y de común, muy poco y muy mal informada.

 

El papa y sus discursos que traicionan la verdad de las palabras y que hablan de vergüenza, de justicia y de perdón, nada harán por el sitiado pueblo mapuche.

 

Su actitud de ponerse al medio de un conflicto centenario y de encarar por igual al Estado que reprime y el mapuche que resiste, deja en claro que su intento no va por el lado de restituir la falta de justicia, sino que buscar en un plano de completa e inexistente simetría, soluciones que jamás va a haber.

 

Pero sí habrá titulares que lo dejen como un buen pastor que propone soluciones y que se reúne con mapuches debidamente ataviados para la ocasión. Pero que no sirvió para nada.

 

A las fuerzas militares con armas debidamente santificadas, que siembran el terror en las tierras usurpadas, no dirá nada. Ni a los católicos de misa dominical y cilicio, terratenientes que usurpan esos territorios, tampoco. Ni corregirá a las escuelas devotas y de puntual  pago mensual, que son las que trastocan la historia. Y como se ha visto, apoyará obispos y sacerdote que han abusado de niños por decenios.

 

La jerarquía de la  iglesia es el soporte moral de los prepotentes, poderosos y abusadores, aunque su máximo pastor haga como si no fuera, desplegando una muy cuidada operación de relaciones publicas que intentará ocultar toda la hipocresía de la que está visto es capaz.

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