Cristo escucharía al samaritano y no a los fariseos. En la parábola del Buen Samaritano – lo aprendí con los curas del Colegio de los Sagrados Corazones aun siendo niño – Ricardo Ezzati, más los cuatro obispos formados por Karadima, serían los fariseos, que pasaron de largo ante la escena del samaritano asaltado que, en este caso, está representado por los clérigos abusadores.
Sentir “dolor y vergüenza” y pedir perdón – lo expresó el Papa en La Moneda – es justo, pero si la jerarquía pasa de lado y no presta auxilio al herido y sólo se limita a compadecerlo, de poco sirve su actitud, que se podría comparar a la de los fariseos, que siguieron su camino.
Francisco, desde su comienzo de su pontificado, ha condenado en reiteradas ocasiones a los curas pederastas. En una entrevista de una periodista mexicana trató a los sacerdotes abusadores de “antropófagos”, y agregó, poco menos, que estos caníbales se comían a los niños, destruyendo su dignidad humana. Como a Francisco le gusta citar pasajes de la biblia, hay recordad que Cristo decía que quien escandalice a un niño, más le valiera atarse una piedra al cuello y lanzarse al mar.
Yo, personalmente, le creo a Juan Carlos Cruz, James Hamilton y a Andrés Murillo – que, en este caso representan a los samaritanos – las víctimas de abusos sexuales en este caso – y no al Cardenal Ezzati y a algunos otros obispos chilenos, quienes se negaron a escucharlos cuando hace unos cuantos denunciaron los graves delitos cometidos por el “santito” Karadima. Estos tres testigos dijeron claramente que habían mantenido su caso en silencio confiando en que la iglesia, en que ellos confiaban plenamente, actuaría con “dolor y vergüenza” y verdad, pero procedieron al contrario archivando el caso.
Al igual que los fariseos, importaba más seguir manteniendo el negocio de vender a Jesús a los mercaderes del templo, que curar las heredas de las víctimas de este cura depravado, y como todo lo veían con sus hipócritas ojos, no podían creer que un cura tan bueno, adorado por los ricachones y ricachones de la “iglesia colorada”, y que le había regalado a la iglesia chilena treinta curas y cuatro obispos, anduviera besuqueándose con el hoy obispo de Osorno, Juan Barros – como lo denuncia Juan Carlos Cruz, quien asegura que Barros Madrid, creyéndose San Juan, el predilecto de Cristo, reposaba en el hombro de su maestro, Fernando, tal como la escena en la Última Cena, de Leonardo da Vinci.
La pedofilia debiera ser tipificada como un delito de lesa humanidad, por consiguiente, imprescriptible. Karadima y O´Reilly no sólo son asquerosos violadores de niños y niñas, sino también miserables líderes de nuestra oligarquía, adoradora del dinero. En primero, mentía, tal vez con el propósito de ser bien considerado, ufanándose que era amigo del Padre Hurtado – lo que era mentira, Santo que no conoció ni pelea de perros a este siútico degenerado -; el segundo, miembro de los (¿millonarios?) de Legionarios de Cristo, gran figura en diversos cocteles en Sanedrín de los dueños de Chile.
Solemos olvidar que el Papa polaco, hoy elevado a los altares, protegió siempre al provincial de los Legionarios de Cristo, Marcial Marcel, que era una prelatura del Vaticano – al igual que el Opus Dei -. Al César lo que es del César: hay que reconocer, al menos, que Benedicto XVI intervino este prostíbulo.
El caso de de Karadima y O´Reilly son emblemáticos, pero hay más de ochenta casos en Chile de abuso a menores, perpetrados por curas pederastas, tan graves como aquellos que se han perpetrado contra niños sordomudos, en el Pequeño Cotolengo, regentado por sacerdotes salesianos y, recientemente se ha sabido los de los Hermanos Maristas.
El mismo Papa actual sigue protegiendo al obispo Juan Barros Madrid, (quien fue recomendado por el Nuncio, Ivo Scapolo – un italiano tan reaccionario como lo fue Ángelo Sodano), por ejemplo, hace poco tiempo trató a los fieles católicos osorninos – “tontos y zurdos”. Conozco de cerca al Padre Pedro, quien fundó sendos albergues para niños y jóvenes mapuches que estudian en secundaria y en la Universidad de los Lagos, además de la población Maximiliano Kolbe – en memoria de un sacerdote que dio su vida para salvar a un padre de familia, en un campo de concentración – creada para albergar a familias pobres; acusar a este santo sacerdote de difamador ya es demasiado, más bien debieran pediré perdón.
Como dice el Evangelio, “por sus hechos los conoceréis”. El Papa y la jerarquía eclesiástica chilena tiene en sus manos la solución para solucionar el caso Juan Barros: bastaría actuar como lo hicieron con el obispo Cox, de La Serena, que fue enviado, a lo mejor de por vida, a un convento, en Alemania.
La soberbia es de los peores pecados de este tipo de pastores vacas gordas. Vale la pena preguntarse ¿quién invitó al obispo Barros a la misa del Papa, en el Parque O´Higgins, a sabiendas de que es cuestionado por sus ovejas? Aun cuando la presunción de inocencia siempre es un derecho, Barros no tiene por qué provocar escándalos ante el pueblo de Dios, y menos colocar en mala situación de credibilidad a Francisco quien, a lo mejor, tiene la intención de reformar una iglesia cada vez más vacía de fieles.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
17/01/2018