Una rigurosa seguridad y una aparente salida de protocolo marcaron la llegada de Francisco a Chile. Siempre dentro de un automóvil cerrado que incluso ingresó hasta los jardines interiores de la parroquia San Luis Beltrán, y rodeado de casi 20 guardias, el papa Francisco saludó de lejos a los pobres que se apostaron en las afueras el templo, en lo que fue la primera estación del trayecto desde el aeropuerto a la Nunciatura Apostólica.
Dicha parroquia se ubica en un populoso sector de la zona oeste de Santiago, cercana al aeropuerto y se caracteriza por una población marcada por la pobreza, la desocupación, droga y falta de oportunidades. Hasta allí, cerca de cinco mil personas que aguardaron toda la tarde con cantos e himnos populares esperaban con entusiasmo la llegada de Francisco pero terminaron siendo “decepcionados” por no lograr contacto con él, como declararon a los medios de comunicación.
En este lugar se ubica la tumba de monseñor Enrique Alvear, llamado “Obispo de los Pobres”, quien durante la dictadura militar fue un fiel colaborador del cardenal Raúl Silva Henríquez y de la Vicaría de la Solidaridad. En aquel tiempo, Alvear no sólo defendió los derechos humanos sino que impulsó fuertemente las comunidades cristianas populares y proclamó con valentía una iglesia de los pobres y para los pobres.
Esta primera decepción de los excluído con la organización de la visita de Francisco contrastó fuertemente con la llegada que tuvo el papa en la Nunciatura Apostólica.
Aquí, en el fin de su recorrido, el papamóvil se detuvo en la calle sin ingresar al recinto diplomático, donde cerca de 300 personas esperaban al papa. Estas estaban debidamente invitadas y empadronadas por la comisión organizadora nacional, y por ello, en una aparente salida protocolar, pudieron saludar y besar a Francisco mientras éste repartía bendiciones a niños, familias y enfermos.
En su mayoría se trató de un público adolescente de colegio católicos, pertenecientes al Opus Dei según señalaron algunos de ellos a la prensa, y de algunas familias jóvenes con niños en sus brazos pertenecientes a movimientos y parroquias de sectores medios.
En el resto del trayecto sólo destacó el alto nivel de seguridad. Mientras algunas organizaciones populares juveniles manifestaban su protesta por la visita papal en sectores céntricos de Santiago, y los laicos de Osorno mostraban su carteles contra el obispo Barros, en los edificios del trayecto se observaban francotiradores que vigilaban el comportamiento de la ciudadanía.
En las veredas se apreciaban algunos peregrinos argentinos y migrantes sobre todo venezolanos y haitianos, quienes se sumaron a chilenos y chilenas que a última hora decidieron salir a la Alameda Bernardo O’Higgins para recibir a Francisco. Fue una muchedumbre que distó mucho de la masiva multitud con que Chile recibió a Juan Pablo II hace 31 años, en plena dictadura militar.