Si usted tuviera en sus manos tres millones de votos, de billetes, de oportunidades, de cualquier cosa, ¿qué haría con ese capital? El senador Alejandro Guillier obtuvo 3.159.902 votos en la segunda vuelta presidencial del 17 de diciembre; a partir de ese dato cabría preguntarse qué hará el parlamentario antofagastino con ese caudal.
Por lo pronto, el ex abanderado presidencial –ya de regreso en Valparaíso, previo al receso estival– se mueve en medio de las por ahora quietas aguas de las negociaciones para conformar las nuevas comisiones en la Cámara Alta, incluso, sus asesores eligen el lugar que ocupará en los siguientes cuatro años en el hemiciclo, junto a los independientes. En eso Guillier no se pierde: muy candidato presidencial de la NM habrá sido, pero él valora mucho su independencia política; por ello, hoy está en una línea ratificatoria de mantenerse al margen de la cuestión partidaria.
Se sabe que al periodista le interesa integrar dos instancias clave de la legislatura, como son las comisiones de Gobierno y Hacienda. Por la primera pasan los asuntos de su máximo interés, como son regionalización y descentralización; mientras que en la segunda se discute sobre la viabilidad presupuestaria de todos los proyectos en trámite en el Senado.
No es una mala estrategia la de Guillier si es que lo suyo es ubicarse en un sitio de influencia política directa –con o sin miras a su reelección senatorial en 2021, o un segundo intento presidencial–; un lugar desde donde administrar sus más de tres millones de votos, sin cruzarse en la línea de fuego de los que tienen –o creen tener– mayor protagonismo histórico dentro de la centroizquierda, y sobre todo, más ansias de figuración política para avanzar a la primera línea, la de los presidenciables.
Comoquiera que sea, Guillier no la tiene fácil en la vereda de la oposición por la que deberá transitar en los siguientes cuatro años, sobre todo cuando su nuevo propósito –ya que no logró ser “el Presidente de la gente”– es reinventarse como “el senador de la gente”, conminando al mundo progresista que lo rodea a acercarse a la ciudadanía, para “continuar incansablemente trabajando por las propuestas que nos movilizaron”, tal como sostiene en su carta pública a la política.
Tal vez hoy al senador lo asista un principio de pertenencia con los tres millones de personas que lo respaldaron en segunda vuelta –tanto en Chile como en el exterior; pero, cuidado con pisar el palito arrogándose una representación cuantitativa de un rebaño obsecuente –no es lo mismo votante que adherente, si se considera la etiología de cada sufragio–; riesgo que el propio senador descarta al sentirse obligado a “afinar el oído, y tener más certezas frente a un país más complejo, diverso, autónomo y empoderado”.
Para que haya sentido de pertenencia se requiere una comunicación bidireccional entre los liderazgos políticos y los ciudadanos, lo contrario es un diálogo de sordos; es imprescindible nutrir el discurso, darle densidad política, llevar esa representación al plano de lo cualitativo, donde los números son sublimados por las ideas. Esos tres millones de votantes esperan ser interpretados y, por tanto, convocados a participar, siempre y cuando Guillier entre en sus corazones a través de sus cerebros, siendo capaz de juntar el relato con la intención; a la palabra debe seguirla la acción.
Con todo, Guillier se asoma al borde del precipicio cuando sostiene que al asumir su candidatura lo hizo “con plena consciencia del difícil momento que vivía nuestra coalición, sus partidos y también nuestro gobierno”; en esa lectura que hace de su “dura y dolorosa derrota” se pone del lado de los afectados que no son los verdaderos afectados. Cada vez que el mundillo político se torna autorreferente persiste en el error endémico de la Política: verse a sí misma como el sujeto y el objeto a la vez. Ese difícil momento del que habla el senador, no es, ni era de la coalición ni del gobierno (el sujeto gobernante), sino del electorado (el objeto de la gobernabilidad). Son los ciudadanos los que pasan por difíciles momentos en los que ven hipotecada la confianza que ellos delegaron en sus representantes. Es la gente la que se decepciona de los políticos, no son ellos los que se decepcionan de la gente.
En una segunda lectura de su “dura y dolorosa derrota” el ex candidato asegura que enfrentó su opción presidencial “con la convicción de que no podía restarme. Entendí que teníamos que dar la pelea y supe en ese momento, y lo tengo más claro ahora, que mi participación como independiente en esta alta responsabilidad era un gesto por la renovación de la política, en tanto estilos e ideas”. Él lo ha dicho: continuará en política, no es de los que se restan. Y en ese camino Alejandro Guillier tendrá que preguntarse si la renovación surgirá desde la ciudadanía no militante de manera espontánea, o de facto, como pretendió la G-90 instalándose en La Moneda en el primer mandato de Bachelet, o infiltrándose en su propio comando en 2017, o será obra del obituario; si habrá nuevos estilos e ideas, y quiénes se harán cargo de esas pulsiones y construcciones.
Él mismo se responde: “debemos ir a las bases donde está la ciudadanía, allí están las nuevas ideas y los liderazgos que el país nos demanda (…) Debemos dar espacio y amistad a quienes se interesan por la política”. La duda es si alguien en el progresismo al que apela lo estará escuchando. ¿Por qué Guillier da por hecho que el progresismo solo reside en la NM? Su intención ulterior merece esperar por ella: “Me comprometo a trabajar por una nueva política centrada en la ética”.