Piñera gana las elecciones en los segundos pasos de la crisis política que estremece al país. Esta crisis pone fin a los términos de la democracia pactada con los golpistas. Golpistas y neoliberales. Golpistas y grotescos representantes de la ética del lucro. Golpistas sin límites para defender su ética contra el hombre. Golpistas que iniciaron la cultura social del lucro.
Tal vez no se entienda bien esto de la ética del lucro. Significa que las ganancias monetarias lo son todo. Si permite utilidades, la acción es buena. Si posee dinero, es exitoso. Si la acción o determinación asegura ganancias monetarias, entonces es una buena acción, una buena determinación.
Así educaron a los hijos de los ´80.
Luego vino lo de la democracia pactada. Pactada entre algunos representantes de la oposición y representantes del gobierno militar. Se aceptó o se tuvo que aceptar, senadores designados, educación municipalizada, salud en clínicas privadas y elitistas, créditos generosos al gran capital y onerosos para el privado, un Estado no interviniente en asuntos económicos y de riquezas naturales, un sistema electoral perverso que no otorga mayorías para un eventual cambio y que obliga a negociar cualquier asunto de trascendencia: eso y más, amparado en los términos de la Constitución impuesta por los golpistas.
Casi 25 años más esta democracia pactada dominó y puso límites al ejercicio de la democracia: así educamos a los hijos de los ´90 y siglo XXI.
Es verdad que cada cierto tiempo se permitió alguna reforma a algunos términos de la Constitución; hasta doscientas y tantas señalan los estudiosos; la mayoría en el tiempo de Lagos. Pero sin duda, la más importante fue aquella que puso fin al binominal. Esta alocada y hasta tumultuosa actual aparición de Partidos y organizaciones políticas es una expresión de aquello.
Sin embargo hubo una consecuencia extraordinariamente grave que pienso no fue intencional: los parlamentarios que abogaban por la democracia, los que debían impulsar los cambios hacia la equidad, la libertad, la fraternidad, aquellos que desde el parlamento y los proyectos de gobierno debían orientar a la sociedad por el camino de la justicia social… se enraizaron en sus cargos de representación, hicieron de sus Partidos una organización de activistas electorales, hicieron de su electorado una masa informe deseosa de prebendas o favores para mitigar sus carencias. Estos parlamentarios hicieron del Parlamento su segundo hogar, se acomodaron los salarios en un porcentaje incomparable con el resto de los trabajadores, se otorgaron privilegios de gasolina, de transporte, de choferes, de secretarias, de empleados, de financiamiento de estudios, etc. todo un sistema de vida que para cualquier persona condiciona su forma de existir y por consiguiente de ver el mundo. Crearon una aristocracia política. Reelectos hasta la eternidad. Sin problemas económicos en una sociedad caracterizada por los problemas económicos.
Adicionalmente, llegaron las sinvergüenzadas: solicitar dinero a los empresarios (incluso a sabiendas que éste era hombre de derecha y que financiaba a candidatos de derecha -pero si lo hace con la derecha ¿por qué no lo va a hacer conmigo? ¿Acaso mi voto en el Parlamento no vale igual?-. Raya para la suma: ética del lucro. Este virus contaminó hasta los pasillos del Parlamento. Si la negociación es la esencia de la política en democracia, nuestros parlamentarios la transformaron en el camino expedito al entreguismo y muchas veces en fórmula de mostrar buena conducta con el gran empresariado (“otorgamos gobernabilidad” fue la expresión justificadora de Lagos y algunos dirigentes PS).
Ya no se puede aplicar una política de cambios sin cambiar la Constitución.
No se puede cambiar la Constitución si nuestros parlamentarios no despiertan de este sueño aristocrático y se ponen al servicio de una gran democratización que se inicia hoy con nosotros mismos, nuestro entorno, nuestros Partidos, nuestros Partidos de nuestras comunas y regiones, nuestros Partidos fieles guardianes de los anhelos. Al servicio de nuestros necesitados, de nuestros pobres desencantados, de nuestros hermanos que ya no creen en nosotros. Juntos podemos retomar el camino; sin los parlamentarios será más difícil, pero igualmente será.
Sí; pero la derecha es peor, dicen algunos amigos. Desde luego; pero la derecha tiene su Constitución, sus medios de comunicación, y dinero, mucho dinero. Ellos no tienen que postular cambios: ellos deben mantener y defender. Su código natural de ética es el lucro. Su éxito ha sido desplegar su ética al conjunto de la sociedad (en 40 años de persistente trabajo de adoctrinamiento); y no le ha ido mal, según el resultado electoral. Ahora deberá administrar los cambios iniciales aprobados a instancias del gobierno de Michelle Bachelet; administrarlos al menor costo posible, con las mayores utilidades políticas posible.
La izquierda deberá lamer sus heridas y descubrir a tiempo el cáncer aristocrático parlamentario que la corroe. Sin una limpieza severa el electorado no le dejará hablar en los puerta a puerta, los distritos electorales no les creerán, y los necesitados buscarán encaminar sus demandas en las calles, en las huelgas legales e ilegales. Los más débiles, los niños, los minusválidos, los ancianos (sin la reforma a las AFP), vivirán su calvario en la soledad de la pobreza, en la dádiva de los municipios, de las señoras de bien y sus paquetes salvadores, o bien disputándose la mejor esquina para la limosna. En tanto las diez familias dueñas de la riqueza nacional, con crisis o sin crisis, duplicarán sus riquezas en su espiral de concentración.