No existe en Estados Unidos el sueño americano ni el sueño dorado, ni ningún otro tipo de sueño que no sea el del cansancio físico y emocional antes, durante y después de las extenuantes jornadas laborales que vive el indocumentado.
Partiendo de ahí, de una mentira, de la decepción que queda al descubrir el montaje mediático y estructural que nos dice que en Estados Unidos los sueños se hacen realidad y que es el mejor país del mundo para vivir, el indocumentado queda en un estado de desahucio perenne. Masas de moribundos que pensaron que en Estados Unidos encontrarían techo, comida y oportunidades de desarrollo quedan en el limbo de los olvidados; como los afros y sí, también, anglos que luchan su sobrevivencia en las alcantarillas de las grandes urbes. Parvadas que fueron engañadas y traicionadas por todos los que de una u otra manera alaban y hacen eco de una falsa realización y comodidad que brinda el país.
Aparte de la religión y la fe, como manipulación y sedativo constante que repican en las estaciones de radio y televisión con series como La Rosa de Guadalupe y las series de los libros de la biblia, están el alcohol y las drogas que son insuficientes para la angustia que viven cada fin de mes las masas indocumentadas.
Vivir en Estados Unidos no es barato y si se habla de pagar los gatos de rentas y sobrevivencia en el país y aparte ajustar para las remesas semanales, estamos hablando de una presión emocional que repercute físicamente en los jornaleros. Un estado de alarma constante, depresión severa, estigma, frío, hambre; angustias que se convierten en enfermedades que no pueden curar en los hospitales porque no hay lugar para ellos. Se instalan pues en esos cuerpos cansados de tanto trabajo y de tanto dolor.
La lotería se presenta como la cura a todas las angustias y enfermedades, y en esto hacen eco los medios en español; una y otra vez invitan a la comunidad latina que en su mayoría es indocumentada, a invertir en boletos de lotería porque el premio es millonario y como en un cuento de hadas tomado de Disneylandia recrean en reportajes de diez minutos en los noticieros, lo que le podría cambiar la vida a un paria si se gana la lotería. Todo en esos 10 minutos se convierte en magia, en alegría, en salud, en abundancia. Le inyectan al televidente el gen de la felicidad y la ilusión.
Es muy difícil mantenerse alerta y al margen de estos engaños, y son millones los que desesperadamente acuden a las tiendas a dejar lo de su comida en boletos de lotería, diariamente. No es un dólar, no son dos dólares, compran en boletos lo del pago de la luz, lo del agua, el dinero reservado para la comida de la semana. Fuera de sí y orándole a sus dioses, muchon lloran de fe cuando reciben el boleto de las manos del cajero. Y orando y haciendo promesas regresan a los cuartos que alquilan en edificios en mal estado donde solo son capaces de vivir los latinos, por su situación legal y económica.
Y sueñan con comprar casas, comprar carros, sacar a sus familias de la pobreza, viajar por el mundo, poner negocios y darse la comilona que nunca se han dado en sus vidas, hasta reventar.
Muchos realizan rituales con los boletos, los llevan a bendecir a la iglesia, le pagan al pastor o al sacerdote para que vaya a sus casas y les dé una bendición especial, porque seguros están que Dios es poderoso y que realizará los deseos de sus corazones, porque Dios sabe que han sufrido y que ya les toca ser felices, porque Dios sabe que son sus hijos de buena fe, porque Dios sabe, sabe, sabe todo lo que desde el patrón patriarcal les han inyectado para manipularlos desde la infancia.
Llega el día del sorteo y no ganaron la lotería, una estocada les pega en el corazón que sangra moribundo, se revuelcan llorando de decepción, mientras ven el recibo de la luz, del agua y les repica el teléfono con el dueño del edificio cobrándoles la renta. El caos se apropia de ellos, y muchos violentan a sus hijos, les gritan, les pegan, desquitándose con ellos por la mala suerte de no haber ganado la lotería.
Muchos otros se internan en el alcohol y las drogas y quienes tienen fe hacen de la iglesia su morada. Hasta que avista otra vez el sorteo y de nuevo la angustia por su miseria económica y la ilusión por realizar el sueño americano y ser la envidia de sus amigos y familiares, los hace caer de nuevo en el abismo profundo de la compra de los boletos de la lotería. Una historia sin fin porque la lotería funciona gracias a la miseria creada por el sistema del capital que entre más pobres las masas, más ganan las mafias que trafican con la felicidad en nombre de la comodidad económica en el país del inexistente sueño dorado.
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