En este ciclo de la democracia bancaria los países, al igual que los supermercados, son atendidos por sus propios dueños, pues ya no se hacen necesarios que los políticos administren las naciones de su propiedad. Argentina, por ejemplo, después de un largo reinado del peronismo, hoy el país está dirigido por el multimillonario Mauricio Macri, quien aplica las políticas de shock, propias del neoliberalismo; Perú es gobernado por un magnate lobista, que hábilmente pactó con el dictador Alberto Fujimori para salvarse de la inminente destitución, lo que dio pábulo al encuentro de las dos derechas – la populista y la lobista -. En Chile, a partir del 11 de marzo, tendremos como Presidente de la República al multimillonario Sebastián Piñera, apoyado por sector de extrema derecha y por otros, que se dicen socialcristianos y liberales.
Si salimos de América Latina, en Francia tenemos a Emmanuel Macron, un funcionario de la Banca, que pretende ser discípulo del filósofo Paul Ricoeur, antiguo petanista; Estados Unidos está gobernado por el potentado Donald Trump, que debe su triunfo al “zar” Putin, y que ejerce el mando por medio de las redes sociales; en Brasil, el corrupto Michel Temer.
Como lo anotaba en un artículo anterior, en el mundo no existen electores sino clientes, muy enojados y exigentes. De nada sirve ganar con más del 54% de los votos – caso Piñera en Chile – pues los electores, al darse cuenta de que fueron engañados por las promesas de campaña y ofertones, al poco tiempo de gobierno suelen cambiar de opinión. Veamos algunos casos: Michelle Bachelet ganó, en su segundo mandato, con el 60% de votos y, rápidamente bajó al 20% de aprobación; lo mismo le ocurrió a Piñera durante casi todo su primer gobierno. En el plano latinoamericano ocurre otro tanto con Mauricio Macri, quien a punto de seguir el destino de Fernando de la Rúa, quien tuvo que huir de la furia popular; PPK, salvado por su compadre Fujimori, cuenta con sólo un 18% de apoyo popular.
Antiguamente, se hablaba de un período llamado “luna de miel” del Presidente elegido. Los sabios políticos han dicho que lo que no se hace en los primeros cien días de gobierno, es muy difícil llevarlo a cabo en el resto del mandato. La verdad es que en la democracia del Mall esta regla carece de validez, pues al poco tiempo de iniciado el período presidencial, los clientes están reclamando “ante el Sernac” por haber sido engañados y, entonces, “el rey” pasa de ser amado por sus súbditos, a ser odiado.
Sospecho que Sebastián Piñera, a pesar de haber triunfado en forma rotunda, no tendrá dinero para costear los gastos de una buena luna de miel con el pueblo y deberá, con rapidez, tratar de ganarse a los atontados clientes que le exigirán pan y trabajo, especialmente para los fachos pobres y no tan pobres, es decir, la inmensa mayoría de los “tontilandeses” que votaron por él.
El período de transición entre la elección de Presidente y la asunción al mando es decisivo para definir el carácter del gobierno que regirá al país en el siguiente período: durante estos pocos meses el Presidente electo está “en una nube” y con una sobredosis de narcisismo, y cree que todo lo puede y, como de las callampas, surgen los pateros, los íntimos amigos, los operadores políticos, los asesores, los lobistas, los jefes de partido, sumado a una montaña de oportunistas, quienes están convencidos de que la varita mágica de los cargos estatales les cambiará la vida, de atorrantes y pililos pasarán a convertirse en caballeros de Chile, con polainas, botas y puros.
La vida, como la economía, se caracteriza por la administración de bienes escasos, por consiguiente, no hay tantos puestos públicos para saciar a los hambrientos de poder que, humillados al no lograr que deseaban, se convertirán en opositores.
En la época republicana, el período de transición se daba entre el 4 de septiembre y el 4 de noviembre, y el Presidente electo que no lograba la mayoría absoluta debía ser ratificado por el Congreso pleno. Para Eduardo Frei le fue muy fácil repartir los puestos del Estado, pues tenía un Partido único y, dentro de él, sus amigos personales, – pertenecían a la revista Política y Espíritu, órgano que existía desde la Falange -; para el Presidente Salvador Allende fue mucho más difícil, pues la derecha, la ITT y los militares intentaron derrocarlo, conspiración que terminó con el asesinato del General René Schneider. Allende, a diferencia de Frei, no hizo un gobierno personalista y siempre respetó el acuerdo político de los partidos de la Unidad Popular.
El período de transición de Bachelet y Piñera se ha caracterizado por la marginación de los partidos políticos, instituciones cada vez más desprestigiadas por la ciudadanía: Piñera, en su primer gobierno, se dio el lujo de formar un gabinete de puros amigotes, gerentes y tecnócratas, a quienes les distribuyó un pendrive, que nunca se tomaron la molestia de conocer su contenido.
Esta vez el Presidente electo, Sebastián Piñera, no la tendrá tan fácil para nombrar su gabinete como en el primer período, pues ya Jacqueline van Rysselberghe y Cristian Monckeberg tienen los dientes afilados para comer del presupuesto fiscal.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
28/12/2017