El lenguaje tiene estos recursos con los que trata de retratar una situación y que al final terminan por dejar a la audiencia probablemente más confundida de lo que estaba antes de las explicaciones. Cuando el pasado 19 de noviembre se realizó la primera vuelta presidencial junto a la elección parlamentaria y de consejeros regionales, el resultado pareció haber indicado que el pueblo chileno (al menos aquel segmento que se molesta en ir a votar) había dado “un paso hacia la izquierda”.
En efecto, el sorprendente porcentaje alcanzado por Beatriz Sánchez y el respetable número de parlamentarios elegidos por el Frente Amplio, parecían respaldar esa percepción. En las huestes de la Nueva Mayoría eso se reflejó también en la derrota de aquellos personajes asociados a una línea más conservadora dentro de sus respectivos partidos: Andrés Zaldívar e Ignacio Walker en la DC, Jorge Tarud en el PPD, Camilo Escalona y Osvaldo Andrade en el PS.
Treinta días más tarde sin embargo, el candidato de la derecha obtiene una contundente victoria superando largamente sus propias expectativas. Treinta días habrían bastado para que el pueblo chileno entonces diera un paso a la derecha. ¿O es que ni el primer paso a la izquierda ni el segundo, a la derecha, fueron realmente así?
Esta analogía a los pasos, a izquierda o derecha, en verdad no parece ayudar a entender la situación. Peor aun, más bien asocia esta conducta electoral a los pasos—a derecha e izquierda—que efectúa un borracho con sus vacilantes bamboleos a ambos lados por efecto del alcohol. O a lo mejor la analogía es correcta y nuestro pueblo se comportó realmente como si estuviera bajo efectos etílicos, y más encima con algún vino barato, de esos que cuando te despiertas te dan luego dolor de cabeza y ganas de vomitar. A esta altura uno enfrenta varias dificultades tratando de explicar esta compleja situación.
En algunos casos, la primera reacción—impulsiva y por lo tanto nada racional—ha sido la de echarle la culpa a alguien, y esos chivos expiatorios han sido a veces el Frente Amplio—en particular uno de los sitios en las redes sociales ha tenido comentarios verdaderamente desquiciados en contra de esa coalición política—o en otras la presidenta Michelle Bachelet y su gobierno. Las cosas, sin embargo, son un poco más complejas como para tratar de explicarlas con reacciones emocionales. En los hechos, las responsabilidades (no me gusta el término “culpa” que tiene un poco de connotaciones religiosas, es un concepto a evitar en un análisis racional de las cosas) deben ser compartidas entre los distintos actores del drama que culminó con la derrota de las fuerzas progresistas este 17 de diciembre.
Esas responsabilidades descansan en cuatro principales actores: el gobierno, la coalición de Nueva Mayoría metamorfoseada luego en Fuerza de Mayoría, la conducción de la campaña electoral misma, el candidato, y en alguna medida el Frente Amplio.
EL GOBIERNO
Es muy temprano para hacer un juicio histórico de lo que fue este segundo gobierno de Michelle Bachelet, pero lo que sin duda quedará será el tono promisorio con el que se inició. En efecto, este fue un gobierno que propuso cuatro pilares básicos que marcarían sus cuatro años de mandato: reforma tributaria, reforma laboral, reforma educacional y una nueva constitución, o por lo menos echar las bases para ella. Como sabemos, de estos pilares sólo uno fue más o menos concretado en términos relativamente satisfactorios, la reforma tributaria, aunque sufrió los efectos de pasar por la “cocina” del—ahora felizmente retirado—senador Zaldívar. La reforma laboral nunca tuvo el apoyo de quienes se suponía serían sus principales beneficiarios, los trabajadores. La reforma educacional, aunque tuvo logros en materia de gratuidad a nivel secundario y para algunos sectores a nivel terciario, tampoco contó con el apoyo de profesores, estudiantes, y a nivel universitario hasta el propio rector socialista de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, la criticó. El menos logrado de los pilares fue la nueva constitución, que no pasó de una serie de círculos de discusión a través del país sin nada concreto al final.
Las buenas intenciones que pudo haber habido al comienzo se disiparon muy pronto cuando el gobierno puso en las posiciones más influyentes a personeros del ala más derechista de la coalición de Nueva Mayoría: Jorge Burgos en Interior y Rodrigo Valdés en Hacienda. Burgos en un recordado episodio se comportó más como si él fuera presidente y no el subordinado que se supone que era (por supuesto me refiero a su rabieta cuando la presidenta visitó la Araucanía sin consultarlo), aparte de sus numerosos intentos de pautear a la propia presidenta, por ejemplo en relación al propio tema constitucional. Valdés por otro lado fue probablemente el personaje más nefasto que tuvo el gobierno, reforzando esa curiosa situación que se produce en Chile, donde el Ministro de Hacienda, en estricto rigor el tenedor de libros del estado, se da unas ínfulas insólitas. Chile debe ser el único país donde este tenedor de libros se permite interferir en los gastos y prioridades presupuestarias de los otros ministerios, al parecer sin que nadie—excepto la Ministra del Trabajo—se haya atrevido a cuestionarlo reclamando que cada ministro es igual y que ninguno es subordinado del encargado de las finanzas públicas. En los hechos, en otros países donde las cosas se hacen más racionalmente, el rol del ministro de finanzas o hacienda, es encontrar de alguna manera los dineros que requieren sus colegas, pero no cuestionar los proyectos o gastos de los otros, esto último viene a ser facultad del presidente de la república o del primer ministro en el caso de regímenes parlamentarios.
Este sello de tarea inconclusa o a medio hacer que marcó a las reformas planteadas por el gobierno, en definitiva terminó alejando a la gente que había apoyado a la candidata Bachelet. Fue algo así como que las reformas se hicieron al final con dudosos criterios tecnocráticos—a veces ni siquiera muy bien pensados ni elaborados—antes que con los actores sociales mismos que en verdad pasaron a ser espectadores pasivos de algo que ocurría lejos de ellos. El resultado fue desentenderse de los procesos de cambio propiciados o incluso en algunos casos—engañados por la propia propaganda distorsionante de la derecha y los medios controlados por ella—volcarse en contra de ellos, como a veces ocurrió con el término del co-pago en las escuelas subvencionadas donde muchos padres compraron el argumento falaz de la derecha, según el cual, el estado le arrebataba a las familias el derecho a decidir sobre la educación de sus hijos.
Cuando surgieron otros temas que no figuraban en la agenda original del gobierno como el problema de la Araucanía y el fuerte movimiento de rechazo a las AFP, la respuesta tampoco contribuyó a acercar al gobierno a la ciudadanía: en el primer caso se dieron pasos zigzagueantes entre el diálogo, para finalmente más bien privilegiar la mano dura contra los mapuches. En el segundo caso, se llegó a defender el espurio sistema de AFP a pesar del rechazo que despierta. El último en defender el sistema, quitándole piso al propio candidato Alejandro Guillier, fue el Ministro de Hacienda Nicolás Eyzaguirre al declarar en el diario La Tercera que el sistema de reparto “es pan para hoy y hambre para mañana”, repitiendo así una patraña de los economistas neoliberales que no se condice con la experiencia de la mayoría de los estados capitalistas desarrollados, cuyos sistemas de pensiones se basan en la idea del reparto o solidaridad.
LA NUEVA MAYORÍA
La coalición de gobierno cometió su primer gran error al no haber celebrado primarias, una falla tanto de táctica, al desperdiciar una valiosa instancia de promover su proyecto y a sus pre-candidatos, como de integridad y compromiso democrático, al haber escamoteado a sus propios seguidores y militantes la posibilidad de haber participado en la designación del candidato. Estratégicamente ello fracturó seriamente a la coalición que fue con dos candidatos presidenciales a la primera vuelta y en dos listas parlamentarias. Esa situación que incluso perjudicó electoralmente al conglomerado oficialista, prácticamente lo ha dejado en un punto en que a esta altura no se sabe si la coalición gobiernista—que obviamente tendrá que adoptar un nuevo nombre—seguirá existiendo o no.
LA CAMPAÑA
Cuando la dirección del Partido Socialista decidió ignorar el acuerdo de su congreso y no hacer una primaria interna entre sus entonces dos pre-candidatos, José Miguel Insulza y Fernando Atria, y en cambio dar su apoyo a Alejandro Guillier, en los hechos desencadenó un proceso que culminó con la cancelación de las primarias de toda la coalición. La renuncia de Ricardo Lagos, entonces proclamado por el PPD que dejaba a Guillier como candidato de tres de los principales partidos de la Nueva Mayoría no le dejó otra opción a la democracia cristiana sino embarcarse en la carrera presidencial por sí misma.
Una vez iniciada la campaña se notó un desfase entre las conducciones de los partidos y el comando. Guillier insistía muchas veces en que era un independiente, por su parte algunos personeros de los partidos también tuvieron expresiones desafortunadas respecto del candidato (“un castigo” señaló Guido Girardi).
Ya en plena marcha y cuando se debatían las propuestas de los candidatos, hubo nuevas desinteligencias entre Guillier y gente de su comando como ese señor Escobar, en particular respecto de la propuesta para las pensiones y la condonación del CAE. Respecto de las pensiones nunca se dijo de modo más preciso en qué consistiría la opción que los cotizantes tendrían de cambiarse a un sistema alternativo. Se supone que este tendría que ser un sistema de reparto ya que no tenía ningún sentido que fuera una AFP estatal por ejemplo. Pero como eso nunca se dijo, el clima que se creó fue de ambigüedad e indefinición.
EL CANDIDATO
Hay un consenso en que como persona y por su trayectoria tanto profesional como política, Guillier no tenía nada reprochable. Al revés de los innumerables cuestionamientos éticos que se le podían hacer a Sebastián Piñera. Pero no basta con presentar a un hombre decente como candidato, aun cuando cuente con el respaldo de las encuestas, como fue el caso de Guillier.
Curiosamente a pesar de su oficio periodístico, Guillier demostró muy poca capacidad para expresar sus ideas de un modo conciso, problema que se vio más patente en el último debate televisivo de Anatel. Su renuencia a dar respuestas claras, si bien podía ser reflejo de las diferencias que había al interior de su propio equipo, por otro lado creaban inmediato rechazo en el telespectador que queda con la impresión que quien así actúa está eludiendo dar respuesta o se está “yendo por las ramas” (me refiero aquí a la pregunta sobre si la condonación de la deuda del CAE era temporal o para siempre—sólo cuando muy presionado por la periodista Mónica Rincón, señaló que era “para siempre” contradiciendo al portavoz de su comando el Sr. Rosales). Nótese que en todo caso Piñera no lo hizo mejor en eso de eludir responder, pero eso no debe ser excusa, si uno supone que su candidato debe ser mejor.
Ya en la campaña por la primera vuelta Guillier había demostrado poca capacidad para los debates, Marco Enríquez-Ominami lo había dejado sin réplica cuando—de un modo por lo demás exagerado y melodramático—había denunciado las amenazas que un hombre de la campaña de Guillier le había hecho. La respuesta de Guillier debió haber sido el anuncio de la inmediata remoción del denunciado. El punto más bajo de Guillier había sido también en primera vuelta cuando en el debate radial había sacado en cara a ME-O que vivía en Vitacura, mientras él (Guillier) vivía en Peñalolén. Unos cuantos dirigentes y altos funcionarios socialistas que también se han mudado a las arboladas calles vitacuranas deben haberse sentido ofendidos también…
EL FRENTE AMPLIO
Acusados e incluso insultados destempladamente por algunos en las redes sociales, el Frente Amplio al final sólo tendría una responsabilidad tangencial en la debacle del campo de centro-izquierda y progresista. Responsabilidad la tendría en cuanto a que hace parte de ese campo que se vio derrotado este domingo, aunque por otro lado hay que admitir que se trata de un conglomerado político diferente a la Nueva Mayoría, incluso con notables puntos de desacuerdo con ésta. Su responsabilidad recaería en el hecho que habiendo sido tercera fuerza electoral, sus dirigentes pudieron haber buscado más activamente pronunciamientos concretos en temas que eran importantes para el Frente Amplio y para la gran masa de gente de trabajo: las pensiones, la salud, la educación, el transporte público, la constitución. Temas todos que estuvieron en el tapete y que de haber habido una mayor presión de parte del FA, posiblemente los sectores más izquierdistas de la NM también hubieran presionado para que esos pronunciamientos se hubieran hecho.
Contrariamente a lo que dijo José Miguel Insulza en el programa Chile Eligió en TV Chile el domingo en la noche, no es que la candidatura de Guillier “dejara vacío el centro” o se “izquierdizara” buscando el apoyo del FA. Lo cierto es que no hizo nada de eso y más bien reafirmó una sensación de indefinición que no lograría movilizar a la mayor parte de los que habían votado por el FA en primera vuelta.
Menciono los dichos de Insulza además porque es lo más probable que sea ese discurso de apuntar a ese presunto vuelco a la izquierda, como una de las causantes de la derrota. Por cierto un discurso que puede acomodar muy bien a los sectores más conservadores y burocráticos al interior de la Nueva Mayoría.