Como el rey que nos “gobernará” durante cuatro años es el campeón mundial de los lugares comunes y el uso indiscriminado de sinónimos y frases hechas – repetidas interminablemente y que ya las hemos memorizado – usaré uno de ellos, “la victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana”.
A muy pocas personas les agrada reconocer sus propios errores y, generalmente, culpan a los demás de sus propios errores, el cojo le echa la culpa al empedrado: algunos señalan a la actual Presidenta y a su gobierno como responsables de la derrota del candidato de la Fuerza de la Mayoría, y dos veces va a entregarle la Banda presidencial al conservador, Sebastián Piñera y, durante sus dos gobiernos, ha asesinado a dos combinaciones políticas – la Concertación y la Nueva Mayoría -.
Para los comentaristas siúticos el electorado es voluble y, fácilmente, pasa del amor al odio, por ejemplo, el Presidente José Manuel Balmaceda logró el triunfo por la unanimidad de los electores, (su madre le recordó ese mismo día de gloria, que Cristo había sido recibido con el aplauso popular el Domingo de Ramos y, cinco días después sería vilmente despreciado y crucificado). Los Presidentes que han sido reelegidos para un segundo período, la regla nos dice que todos ellos han terminado en un fracaso y, generalmente, han sido reemplazados por un candidato del bando contrario: Arturo Alessandri, por Carlos Ibáñez del Campo, y el general de la Esperanza –Ibáñez – por Jorge Alessandri, hijo de don Arturo; Michelle Bachelet no ha sido la excepción, y es posible que Sebastián Piñera transite por el mismo camino.
Sabemos que Alejandro Guillier, una gran persona, buen marido y padre de familia, no fue un buen candidato, (para los mal pensados, podría decirse que no quería ganar). Fue nominado por los partidos políticos sobre la base de su éxito en las encuestas de opinión, en una época de sospechas de corrupción que abarcaba a casi toda la clase política, y Guillier emergía como la antítesis del político de casta: era independiente, gran periodista, trasparente en su vida personal y un “cuasi radical, masón y bombero”, es decir, tenía todas las de ganar frente a Sebastián Piñera – no ha podido sacarse de encima su fama de mezclar los negocios con la política -.
El recorrido de la campaña de Alejandro Guillier no fue fácil desde un comienzo: la Democracia Cristiana nombró una candidata, optando por el camino propio, haciendo imposible las primarias – invención de la misma Concertación – y es difícil medir, hoy por hoy, el grado en que incidió esta decisión en la derrota de Guillier -.
Otro de los factores de sus tropiezos durante la campaña dice relación con el poco acercamiento del candidato y los partidos políticos que lo apoyaban.
Por otra parte, el mismo candidato manifestó que no requería de un “generalísimo”, pues eran “mañas” de la política antigua.
El mismo candidato tuvo contradicciones con su propio comando, sobre todo en la segunda vuelta: nunca pudo responder adecuadamente a las críticas de la derecha respecto al costo de su programa de gobierno.
Culpar al candidato de la derrota en las elecciones del 17 de diciembre es una canallada, sobre todo si la crítica viene de los partidos de la Nueva Mayoría, que se han auto eliminado ante el rechazo popular por su política zigzagueante e incapacidad para llevar a cabo las reformas propuestas a la ciudadanía, que le permitieron contar con la mayoría en ambas Cámaras – pocas veces en la historia política de Chile, una combinación política ha sido tan efímera, con la consecuencia de haber tirado por la borda un capital de apoyo ciudadano tan importante -.
En la agonía, la Nueva Mayoría no deja como herencia ningún liderazgo: sus presidentes de partido y parlamentarios han fracasado rotundamente a causa de su lejanía de la ciudadanía, y también por haberse transformado de partidos representantes de partidos populares a nido de lobistas y de plutócratas, defensores de intereses inconfesables.
La Concertación y la Nueva Mayoría nos dejarán recuerdo de gobiernos que pretendieron, a veces, mandar para el pueblo, pero sin el pueblo, déspotas ilustrados que nunca creyeron en los movimientos sociales y que se entregaron con dientes y muelas al juego parlamentario.
Hay que reconocer de Alejandro Guillier su alta valía personal al reconocer sus errores, que no sólo fueron de él, sino también, y sobre todo, de quienes lo apoyaron, y a nadie se le puede exigir cualidades milagrosas, por ejemplo, de hacer resucitar una combinación política que está muerta y bien muerta.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
19/12/2017