Ya se agotó la fuente de agua de la dictadura que impuso como necesaria para el retorno a la democracia. También se agotó el balde de aquellos que negociaron en nombre de la democracia.
Del ´90 a estos días se hizo mucho. Nuestro agradecimiento a aquellos presidentes, parlamentarios, ministros y subsecretarios; fueron ingeniosos. Hicieron mucho con las pobres herramientas que les otorga la Constitución pinochetista o neoliberal –como usted prefiera-.
No fue fácil laborar en el barro pantanoso y estiercolado del binominal, de los quorum calificados, de la mentalidad autoritaria de una derecha política nacida en el resplandor de las botas militares. Hubo que hacer lo que la democracia gobernante demanda: negociar. Más de doscientas y tantas modificaciones a la Constitución; otras, a los gastos reservados, respaldo –respaldo al fin- a actos de reparación y sanción a los crímenes de lesa humanidad,…desarrollo de la infraestructura –siempre tirando hacia el gran capital y sus dueños-, desarrollo de infraestructura en salud –siempre tirando al ejercicio privado-, recuperando espacios internacionales de respeto y buenas costumbres –siempre acompañado del invitado de piedra de los negocios-, etc.
Todo aquello tuvo un costo alto para nosotros los ciudadanos sencillos y para aquellos que nos representaron en las esferas de gobierno. Como de elecciones se trata, debemos hablar de nuestros parlamentarios y presidentes; pero más de los primeros, porque ellos se mantenían en sus esferas de poder. Abandonaron la vida familiar: no cenaban con los hijos, no jugaban con los nietos, no compraban en el supermercado, no iban a la feria, se agotaban de reuniones maratónicas, de correr de Comisión a la Sala , de la Sala a la Comisión y la otra , y los conciliábulos, y los viajes de fin de semana o de fin de mes a sus distritos, y las intensas llamadas telefónicas para pedir un favor al ministro, al sub, a la secretaria de alguno de ellos, en fin, un alocado existir gobernando o co-gobernando: sacando el agua de la estrecha fuente rescatada a los dictadores el año ’90, a los resquicios de la Constitución. Hasta que se agotó. No sólo agotamiento del ciudadano y de los individuos parlamentarios: también agotamiento de la fuente constitucional, del cuartel impuesto a la sociedad toda.
Desde el punto de vista del parlamentario, la cosa tenía su gracia: se podían reelegir y reelegir; incluso a aquellos que por pudor no deseaban repostularse: la posibilidad de perder el “cupo” lo presionaba a seguir. Muchos de ellos ya no tienen profesión: son parlamentarios. Si alguna vez ejercieron su profesión, por desuso ya se olvidaron. De tanto negociar, se hicieron amigos del carcelero. De tanto reelegir hicieron de sus Partidos un instrumento electoral. De tanto ejercer el poder –poder al fin- hicieron de las direcciones partidarias una caja de resonancia de sus propias necesidades; mataron cualquier esbozo de nuevos liderazgos (atisbos de recambio). No se puede trabajar en el barro sin salir embarrado. Un alto costo para la democracia, que somos nosotros, los ciudadanos sencillos. También alto costo para la dirigencia popular que deja de ser popular, abandona el ideario (se hace realista), algunos incluso emporcaron la ética y los compromisos sociales. Sus condiciones reales de existencia condicionaron -¿determinaron?- su conciencia.
A veces se arguye que lo mismo le pasa a la derecha. Es cierto: pero ellos solo defienden el sistema existente. Si ganan una elección ¿qué ganan? Solo una buena plataforma para seguir defendiendo; nadie rechaza a Piñera por ser asiduo visitante de los Tribunales, la UDI no sanciona a ningún parlamentario condenado por la justicia… En cambio, los nuestros son parlamentarios para ir al ataque del sistema, a cambiarlo: del mercantilismo al humanismo, de la inequidad a la equidad, de la injusticia social a la justicia. Les está vedado atropellar la ética de su responsabilidad social. Nuestros Partidos no pueden alojar al oportunismo y la delincuencia. Si ganan una elección ¿qué ganan? Una plataforma para el cambio del sistema.
En el sistema está la clave. Mientras no cambiemos la Constitución no cambiará el sistema. La actual Constitución se secó, y en su agonía arrastró y desperfiló -¿degeneró?- la conducta de la mayoría de los representantes del cambio necesario y justo que anhelamos (la alegría ya viene duró lo que demoró la casta militar en reubicarse en sus cuarteles).
Todo indica que hoy –y parece que siempre- los cambios empiezan por nosotros mismos, por las personas que quieren el cambio; todos tenemos una plataforma para el cambio social y personal. Debemos emplearla; debemos ejercer el cambio. No aceptemos que califiquen nuestra acción como una mera aspirina; porque, claro, no estamos votando por una nueva Constitución: estamos votando por una nueva plataforma para nuestro avance. La plataforma personal no la puede arrebatar nadie. La plataforma política la pueda ganar Piñera para fortalecer el sistema o la puede ganar Guillier para avanzar en los cambios que identifican los tiempos que vivimos y que se expresaron en la primera vuelta electoral: 55% por los cambios. Parece que el Frente Amplio también, ahora, lo entiende así.