Faltan diez días para una de las elecciones más disputadas en nuestra historia electoral. A falta de encuestas, que predisponen a la ciudadanía, se prevé que el balotaje será voto a voto, y que cada abstención de voto en blanco o nulo favorece a la posibilidad de que Sebastián Piñera gane en las próximas elecciones del 17 de diciembre.
Lo que sí está claro es que quien lo hace como rechazo al bipolio y al sistema político vigente o, simplemente por no votar por Alejandro Guillier, en la abstención, el voto nulo y el blanco, se cuentan igual: el de Mariana Aylwin, Eduardo Aninat, Gutenberg Martínez y Andrés Velasco , y otros, se equipara al de los “super-revolucionarios” quienes, en su ingenuidad, están convencidos de que con el voto nulo pondrían en cuestión el sistema, intentando provocar una crisis de dominación oligárquica.
El miedo ha sido siempre muy útil a la hora de movilizar a los apáticos y tímidos electores. Antiguamente, la derecha tenía mucho miedo de que los “caballeros” no concurrieran a los locales de votación. Hoy no ocurre lo mismo: la derecha moviliza a sus adeptos, sobre todo ante el miedo de que “triunfe el comunismo”, en manos del moderado, pro radical y masón, Alejandro René Guillier Álvarez. Algo similar ocurrió en 1938 cuando el anti-frente-populista y moderado profesor radical, Pedro Aguirre Cerda, puso en peligro la candidatura del último “pirata del Pacífico”, Gustavo Ross Santamaría.
Cuando Piñera termina acusando a Guillier de parecerse a Nicolás Maduro – Presidente de Venezuela – y estar lleno de odio promoviendo la lucha de clases, aunque estas frases de Piñera sean, francamente imbéciles, no deja de penetrar en los aterrados votantes analfabetos políticos que ya vaticinan cómo la Bolsa de Comercio caería en picada, que el peso sería reemplazado por una moneda sin valor – como los metical o la moneda petrolera venezolana que Maduro piensa implantar – que el empleo disminuiría, y sólo le faltaría anunciar, cual profeta, que comeríamos de los basureros – ocurrió en ciertos períodos de la crisis española, claro, con un gobierno derechista, el de Rajoy -.
“La guerra fría” se acabó, por consiguiente, no sirve el afiche tan recurrido de los tanques rusos frente a La Moneda, o el Chile 2, Rusia 1, sin embargo, la propaganda anticomunista sigue siendo útil aunque los “bolcheviques chilenos” sean tan moderados, bien vestidos y auténticos caballeros – como los oligarcas de antaño – y que, incluso usan camisas con collera. El Partido Comunista es el más serio, disciplinado y organizado del parlamento y el más fiel al programa de gobierno de Michelle Bachelet. Es cierto que sueñan con una sociedad donde el Estado se haya extinguido y se de una igualdad total – a cada uno según sus necesidades – pero este anhelo está postergado hasta el fin de los tiempos. Los comunistas hoy son menos peligrosos que el Padre Lacunza, autor de la obra La segunda venida de Cristo en gloria y majestad, quien fue desterrado por Carlos III de España, y que ha escrito el mejor relato de su amor a Chile, en el exilio.
La disputa en la próxima segunda vuelta se dará entre dos perdedores, representantes de una generación ya perimida y, desde luego, enviada por muchos electores al basurero de la historia. Más Sebastián Piñera que Guillier, pero ambos son buenos “metepata” cuando hacen declaraciones públicas no controladas por sus asesores. Piñera se le ocurrió la estupidez de poner en duda la limpieza electoral del proceso electoral, en la primera vuelta de noviembre; cuando intentó enmendar su error, que le estaba costando muy caro, la embarró aún más al acusar a los medios de comunicación de haberle inspirado su imprudente declaración, dichos que fueron desmentidos, inmediatamente, por Radio Cooperativa y Canal Nacional, entre otros. Es difícil que haya convencido de que no era una estrategia para ponerse el parche en la herida, “por si las moscas” perdía la presidencia.
Por su parte, Alejandro Guillier cometió un error, pero de menor cuantía, al decir que “iba a meter las manos en el bolsillo de los millonarios”. Lo del bolsillo, se puede borrar, pero en esencia, la idea es buena: cobrar un impuesto especial a los más ricos ya lo habían propuesto, en sus programas de gobierno, Marco Enríquez, del PRO, y Beatriz Sánchez, del Frente Amplio.
La derecha se caracteriza por desobedecer las recetas del doctor y prefiere auto-medicarse. Es bueno siempre usar un poco las pastillas del terror, al menos una por cada noche, a fin de que los asustadizos votantes, que tienen miedo de perder sus privilegios si triunfara el “comunismo de Guillier”, pero el exceso de sedantes los llevan a una grave indigestión y a episodios “bipolares” o depresiones duraderas que, finalmente, los conduce a manías anti bolcheviques.
Las campañas de terror vienen desde tiempos inmemoriales y, tal vez, no se acabarán nunca: el tenerle miedo al mismo miedo es parte de la esencia humana. Si nos remontamos a la antigua historia política chilena, el único ministro del Interior que tuvo cojones para meter preso al presidente de un partido de derecha, Víctor García Garzena, fue el democratacristiano Bernardo Leighton, durante el gobierno de Frei Montalva quien, con mucha valentía, develó la campaña del terror, como arma de la derecha.
Es lógico que, a una semana de la segunda vuelta, los ánimos estén caldeados, los candidatos ofrezcan el oro y el moro y se lancen diatribas a troche y moche – “combo que se perdía, lo recibía el guatón Loyola” – los programas son un anzuelo para cazar cándidos y recuerde que gobernar es defraudar. “Elector no sea gil, pero vaya a votar, pues abstenerse es mantener la dominación oligárquica, y los ricachones se ríen a carcajada limpia al constatar lo tontos que son los “rotos”.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
07/12/2017