¿De qué otra forma se puede entender esa suerte de oxímoron denominada oposición colaborativa que ha asumido el Frente Amplio, si no como una postura laxa, colmada de ambages y contradicciones? Ser una oposición colaborativa ante un eventual gobierno de Alejandro Guillier –según ha planteado ese conglomerado– huele a asumir una actitud pusilánime, una apuesta tibia y simplona que no sirve para nada. No apoyan ni rechazan de manera explícita la opción del senador; están contra Piñera, pero no llaman a votar por el candidato de Fuerza de la Mayoría. Si gana la derecha, aseguran que serán una férrea oposición, y si el elegido es Guillier, sostienen que serán una oposición colaborativa. Es decir, a Piñera le pondrán todos los palos en el camino y le negarán la sal y el agua a cada una de sus iniciativas en el Congreso; en tanto, a su adversario, le pondrían la mitad de los palos y en algunos casos evaluarían sacar unos pocos, pero de que habría palos, los habría. Algo así como un fuego amigui.
De seguro quienes votaron por algunos de los 21 parlamentarios electos del FA ya tendrán tomada su decisión, sin necesidad de esperar una instrucción iluminada desde el alto cielo. En verdad, la nueva fuerza política que emerge como respuesta a la creciente falta de consistencia ideológica que han venido experimentando las izquierdas y las derechas, hoy corre el riesgo de subsumirse en ese mismo desencanto, pero agravado por el hecho de hacerlo de manera consciente y sin reparos.
¿Cuál es la idea que administra esta nueva generación de políticos, si ella es amorfa como una ameba? De pronto se plantean como la mejor de las revoluciones democráticas, y tal vez tengan esa capacidad de subvertir el duopolio imperante desde los noventa. Pero de qué sirve la voluntad sin acción. En rigor, por estos días, esa inacción podría ser leída en clave: no llaman a votar por Guillier, con lo que su discurso rebelde sigue en pie, pero sí lo harán, como lo ha dicho el diputado (PL) Vlado Mirosevic, quien ha hecho público ese sentimiento: “En la intimidad de la urna yo sí votaré por Alejandro Guillier”, tal como lo harán por Sebastián Piñera los electores de José Antonio Kast, en la intimidad de sus urnas.
Los llamados frenteamplistas hoy están eufóricos por sus resultados, disfrutando su luna de miel. Habrá que esperar que se bajen de la pelota y entiendan que los cambios se hacen desde adentro y no solo enarbolando las banderas de la lucha sin sentido. Lo que hartó al pueblo y explica su alta abstención, fue la indefinición y la ambigüedad de los políticos, entre otros males.
De pronto Chile se vuelve un sueño tan irrealizable como tratar de rasguñar un vidrio. Tal vez al FA le convenga despertar de ese sueño y romper el vidrio, o limpiarlo, pero no seguir empecinado en creer que las cosas se mueven por inercia. Haberse hecho de una bancada en la Cámara de Diputados y conseguido un escaño en el Senado es un capital político que requiere una cierta dinámica, entrar a la arena política y asumir los riesgos que ello implica. Perder es una posibilidad igual de cierta que ganar, por lo quedarse impávidos esperando que sea la sociedad electoral la que baraje el naipe es una actitud irresponsable. ¿Aún habrá que esperar que los muchachos del FA decidan sacar la pelota del envoltorio y tirarla a la tierra para jugar la feroz pichanga, o verlos cómo contemplan durante cuatro años su juguete inmaculado?