El pasado domingo 19 de noviembre se celebró la primera vuelta de las elecciones presidenciales chilenas. El candidato de la derecha, el ex presidente Sebastián Piñeira, ganó la primera vuelta con el 36 % de los votos. Disputará la segunda vuelta contra Alejandro Guiller, representante del centro-izquierda. Pero la gran sorpresa fue el resultado del Frente Amplio, una heterogenea coalición de izquierdas encabezada por Beatriz Sánchez. La candidata del Frente Amplio quedó en tercer lugar, obtuvo el 20 % de los votos (quedándose a 2 puntos de pasar a la segunda vuelta) y la coalición logró 18 diputados y 1 senador, algo inédito para una fuerza antineoliberal al margen de los partidos tradicionales.
Entrevistamos a Luis Thielemann, historiador, militante de Izquierda Autónoma (una de las organizaciones con representación parlamentaria que componen el Frente Amplio), y forma parte del directorio de la Fundación Nodo XXI.
¿Qué balance haces del resultado de las elecciones chilenas?
Primero que todo, es claro que el resultado, para cualquier observador, fue una total sorpresa. Aunque visto desde hoy hubo muchos signos que alertaban de la posibilidad de una elevada votación del Frente Amplio, lo cierto es que nadie creía posible superar la barrera de los dos dígitos, pues las encuestas daban en torno al 8 % y, bueno, la historia de la izquierda de las últimas tres décadas en Chile da cuenta de que nunca se había superado dicho límite. Además, el Frente Amplio fue a las elecciones sin incluir a la más grande –en historia, número de militantes y capacidad orgánica– de las fuerzas de izquierda del país, el Partido Comunista. En esa situación, el primer balance es la sorpresa.
El segundo balance es el desorden político que ha generado en Chile. Si el Frente Amplio buscaba alterar la armonía en la correlación de fuerza central que predominó en Chile por casi tres décadas desde los años finales de la Dictadura, aún no lo ha logrado. Pero el domingo dio un gran paso en ese rumbo: instaló la incertidumbre electoral, no solo para la segunda vuelta, sino para varios años en Chile. De esta forma, el Frente Amplio pasó de ser un actor ninguneado por las fuerzas tradicionales de la política, a ser el tercer actor político de un sistema acostumbrado a solo dos jugadores. Y no es un tercer actor cualquiera, sino uno cuyo programa se basa en las grandes luchas sociales antineoliberales de las últimas décadas, lo que en sí es subversivo, pues coloca su centralidad en posiciones sociales ante una política muy ensimismada y blindada ante intereses de clase que no sean los del gran empresariado.
Por último, fue una votación grata para el Frente Amplio, que fue acusado de elitismo por parte de la militancia comunista y socialista por su origen en campus universitarios y barrios de clase media. En los barrios más pobres de Santiago, la votación del Frente Amplio fue sorpresivamente alta, venciendo en varios casos al candidato de la Nueva Mayoría, Guillier. Esto demostró un trabajo de bases en las clases populares que tal vez por incipiente y poco espectacular, había sido invisible para muchos observadores, incluidos los de izquierda.
¿Podrías hacernos una radiografía de los dos bloques históricos que han gobernado Chile en la era post-Pinochet?
Partamos por lo menos complicado. La derecha chilena actual se articuló en las últimas décadas y desde la Dictadura de Pinochet en dos grandes partidos, representantes de las clases propietarias chilenas y del interés del capital transnacional en el país: Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI). Mientras RN es heredera de la vieja derecha del siglo XX, más institucionalista y liberal, la UDI es un partido basado en el gremialismo, doctrina que contiene una fuerte impronta de corporativismo y catolicismo conservador. Si bien estas opciones fueron oposición al oficialismo de la Concertación desde 1990 hasta 2010, no por ello no tuvieron poder.
En esas dos décadas, en la práctica, cogobernaron, principalmente en los años noventa, en base a lo que se llamó democracia de los acuerdos. En el llamado pacto de la transición, el rol de la derecha fue vetar cualquier reforma de fondo al orden de la Dictadura, especialmente en aquellas áreas que les permitían mantener el poder empresarial, la expansión de lo que se ha llamado capitalismo de servicios sociales (es decir, el negocio con la provisión de lo que antes eran derechos sociales) y el control de la iglesia católica sobre la vida de las personas. En años recientes, la aparición de nuevos partidos de derecha y de liderazgos de ultra derecha, como José Ossandón (cuyo apoyo en los barrios pobres es bastante importante) y José Antonio Kast (apoyado principalmente por el pinochetismo, grupos protestantes y sectores propietarios agrícolas de zonas mapuche), han ido mermando la hegemonía de la UDI y RN en el sector.
Piñera representa al sector más moderado de la derecha en términos de valores, pero su propia historia personal, sus negocios y su programa están íntimamente ligados a los pilares del modelo neoliberal chileno: es uno de los empresarios más ricos del país (dueño de un canal de TV pública, de LATAM, de Bancard, etc.), su hermano diseñó la actual legislación laboral chilena (una de las más pro-empresa del mundo) y ha sido acusado de corrupción, delitos financieros y otras normalidades de la historia reciente del poder en Chile.
Hablemos un poco de la izquierda: ¿Que es el Frente Amplio, de donde viene, quien lo compone?
El Frente Amplio nació en 2017, formalmente, pero su conformación fue una tesis bastante compartida por la izquierda desde las movilizaciones de 2011. Que haya sido compartida no significó que no se dieran importantes diferencias tácticas y estratégicas entre las fuerzas, siendo su constitución una de las principales discusiones en el campo político de la izquierda en los últimos años. Está formado por 13 organizaciones, que van desde el pequeño pero importante Partido Liberal hasta organizaciones marxistas y libertarias. La amplitud del Frente Amplio da cuenta de dos condiciones de la política chilena: lo cargado hacia la derecha que está el eje de la política (al punto de que el Partido Liberal se siente cómodo a la izquierda de la coalición de Bachelet), en donde una mínima reforma al neoliberalismo es tomada por la derecha chilena como una propuesta jacobina; en segundo lugar, la diversidad social y política de la impugnación al neoliberalismo y la democracia autoritaria que se heredó de la Dictadura.
El Frente Amplio nace como la maduración de varias experiencias. Primero, la derrota del movimiento estudiantil de 2006, cuando fue derrotado por la tecnocratización de su conflicto por parte del pacto de la transición en 2008; luego, el aprendizaje de los movimientos estudiantiles y sociales de 2011 de contar con una cabeza política propia y autónoma, y su extrañamiento abierto de los partidos del pacto de la transición. Esos movimientos –principalmente los estudiantiles- fundaron una serie de organizaciones políticas de izquierda radical antes, durante y después de 2011, algunas ya desaparecidas, refundadas, fracturadas o fusionadas. Entre ellas destacan Revolución Democrática (el grupo más fuerte del FA), Izquierda Autónoma, Movimiento Autonomista (grupo surgido de una salida de iA), entre otros. A esos grupos se sumaron partidos pequeños que provienen de la izquierda extraparlamentaria de las décadas de la transición, como el Partido Humanista, el Partido Ecologista Verde, Partido Igualdad, etc. Un tercer campo proviene de partidos que se formaron como escisiones de la Concertación y que vieron en el FA la posibilidad de incidir políticamente, aunque no tienen claridad o coherencia ideológica marcadamente de izquierda. En ese grupo están partidos como Poder o el Liberal.
El elemento unificador ha sido, por una parte, la ventana de oportunidad política que significa la crisis del pacto de la transición y, en ella, la posibilidad de imponer y hacer avanzar las demandas de luchas sociales que han impugnado el neoliberalismo, como el movimiento por la recuperación de la educación pública, las huelgas de profesores, el movimiento por el fin de las AFP (administradoras privadas de fondos de pensiones), luchas socioambientales, por la desprivatización del agua y los recursos naturales, etc. Lo que estas luchas han tendido a articular en estas décadas ha sido una franja social que decidió dejar de esperar de la Concertación la posibilidad de terminar con la herencia de la Dictadura, que se cansó de ver que las promesas de reformas se convertían en profundizaciones del modelo. Esa franja se mostró el domingo 19 de noviembre como la tercera fuerza política y el 20% de los votantes.
Algunos de los debates dentro del Frente Amplio recuerdan algunos debates que se han tenido dentro de Podemos.
Primero, hay que notar una diferencia fundamental en la coyuntura: el sistema electoral chileno no es parlamentario, es presidencialista. Eso cambia totalmente la lógica de alianzas, pues no se forma gobierno construyendo mayoría parlamentaria (como en España y casi toda Europa), sino que se gana con mayoría absoluta en la elección del presidente del país (con sistema de balotaje). En el debate de la coyuntura actual, la cuestión no es gobernar o no con la Nueva Mayoría (que fue el debate de Podemos en 2016 ante la posibilidad de formar gobierno con el PSOE) y Guillier, sino si se les apoya o no en segunda vuelta y, lo más importante desde el punto de vista de Izquierda Autónoma y otros grupos del FA, qué propuestas de reformas sociales, levantadas por las luchas sociales de las últimas décadas, está dispuesto Guillier a incluir en su programa.
Pero hay debates que fueron más o menos parecidos. Primero, el debate de origen ¿se construye un pacto de fines únicamente electorales o una plataforma que puede tener proyecciones políticas estratégicas? Esto recuerda debates que estuvieron en el origen de Podemos y su definición como máquina de guerra electoral. No ha sido menor la tensión en la centralidad política que dibuja esta definición, pues mientras algunas organizaciones insistieron en mantener las luchas sociales en el centro y lo electoral como proyección de las mismas, otros simplemente buscaron representar dichas luchas sin establecer su centralidad estratégica. Otras fuerzas del FA ni siquiera consideran la importancia de la lucha social popular para la izquierda. Buena parte del FA es únicamente máquina electoral, y muchas de sus candidaturas e incluso algunos diputados electos son meras empresas personales destinadas a rentar de las asignaciones estatales al parlamento. Esos monstruos del interregno crítico, como los llamaba Gramsci, conviven con una honesta maduración política de una gran franja de luchadores sociales populares, incluso dentro de las mismas organizaciones.
Un segundo debate parecido tuvo que ver con el rol de los partidos o, como se decía antes, del partido. Mientras en Podemos algunos insistían en demorarse más y construir un partido bien afianzado entre los trabajadores y los más pobres, que les sirviera de instrumento de lucha, otros insistieron en un partido según las tesis populistas en boga, vale decir, un partido que articulara en base a consignas o posiciones difusas –las famosas equivalencias del famoso significante vacío– un amplio campo social que solo se expresa como masa electoral. Por supuesto, es un debate concreto, no abstracto; presionado por la coyuntura, como debe ser en un partido realmente inserto en los dilemas de una sociedad. La situación del debate, tanto de Podemos como de las organizaciones del FA, es más o menos el mismo: cómo y para qué construir un instrumento político de izquierda en una época en que no se ve cercana la posibilidad de la ruptura revolucionaria. Ese desafío es difícil para quienes sabemos, por historia de nuestras propias izquierdas a ambos lados del océano, que el poder electoral no se traduce en poder político, y que hacerse ilusiones al respecto es, literalmente, fatal.
El último es un debate que parece anticuado, pero que en España gente como Emmanuel Rodríguez López o desde Anticapitalistas han intentado plantear, y tiene que ver con la situación en la lucha de clases de un nuevo actor político que se asume de izquierda. En ambos países la vieja clase obrera del fordismo fue despojada de su lugar económico central, y las izquierdas que allí se asentaban han observado una larga decadencia. La lucha de clases actual todavía tenemos que entenderla para poder definirla, y parte importante de esa definición se juega en la proyección posible en la lucha política. Tanto Podemos como el FA son expresivos tanto de nuevas contradicciones del capitalismo del siglo XXI, como la decadencia de viejos grupos de las capas medias. La pregunta es si lo que se quiere es un partido que haga larga y amable la decadencia de esos viejos sujetos mesocráticos, hegemónicos en el interior del FA y también Podemos, o si desde ahí, asumiendo esa vieja verdad del Manifiesto Comunista según la cual esas clases tienden inevitablemente a su desaparición en el proletariado, nos adelantamos a la historia y construimos una apuesta de transformación radical de nuestras sociedades. En simple, si queremos un partido que defienda el interés cada vez más arrinconado de las viejas clases medias, o un instrumento político para la lucha por una humanidad libre y sin capitalismo. Al igual que en Podemos, nadie pide que esa cuestión quede resuelta de inmediato, pues tampoco las luchas sociales avanzan así de rápido, pero sí que las acciones actuales perfilen desde ya qué es lo que se quiere construir.
¿Que rol cumple el Partido Comunista?
Es un actor difícil de definir. El PC, a diferencia de todos los partidos que formaron la Nueva Mayoría, nunca ha dejado de tener una fuerte presencia en las luchas sociales. Aunque tiene fuertes diferencias con las izquierdas del FA, éstas le reconocen su rol en espacios como movimientos de trabajadores o de estudiantes. Pero así mismo, el PC fue el partido más leal a Bachelet, un gobierno en que se prometieron reformas que luego sirvieron, en su mayoría, como pretextos para la expansión de las lógicas neoliberales, especialmente para la transfusión de fondos estatales al negocio privado por la vía del capitalismo de derechos sociales. De esa forma, en las bases de algunos movimientos sociales, como el de estudiantes o el de profesores, los comunistas han sido muy criticados. Y es una crítica mayoritaria en esos espacios: desde 2011 que han perdido presencia en las organizaciones de estudiantes, y en 2016 perdieron la presidencia del sindicato de Profesores (el Colegio de profesores de Chile) ante una alianza de grupos de profesores que en su mayoría integran el FA y luego de que la dirigencia de profesores comunistas apoyase una ley del gobierno de Bachelet que debilitó los derechos laborales de los profesores y que fue resistida masivamente por éstos. La Central Unitaria de Trabajadores (CUT), uno de sus últimos bastiones sociales de envergadura, está en una crisis general, agudizada sobre todo después del apoyo comunista a la reforma laboral de Bachelet, así como por la corrupción de dirigentes de la vieja izquierda sindical. Como se ve, el costo pagado por el PC por estar en el gobierno de Bachelet ha sido la dilapidación de parte importante de su histórica base social, así como una enajenación respecto de las franjas más avanzadas de las luchas sociales más recientes.
De cualquier forma, hay un consenso en el FA: no es posible construir una izquierda de mayorías en Chile sin el PC, sin sus fuerzas sociales, políticas y simbólicas. Pero ese consenso depende de la situación histórica del PC, la que ha tendido a debilitarse, como se dijo más arriba, en los últimos años. Cuánto dure ese consenso en el FA depende más del PC que del FA, es decir, depende de si el PC sigue alimentando activamente la decadente política de la transición, o si se pasa a la izquierda y se vuelve a vincular a los grupos sociales que con sus luchas impugnan el neoliberalismo.
¿Que posición va a tener el Frente Amplio en la segunda vuelta?
Ese es el gran tema de debate de estas semanas. La segunda vuelta es el 17 de diciembre, por lo tanto no hay tiempo. Se sabía que no habría tiempo para debatir este asunto, tampoco tranquilidad, pues el grado de presión política que hay sobre el FA desde el domingo, es enorme. Pero claro, nadie pensaba que el FA iba a tener la llave de la elección presidencial, pues nadie esperaba un 20 % de los votos. Así y todo, algunas fuerzas, como Izquierda Autónoma, promovieron que se resolviera antes de la primera vuelta la situación de negociación con Guillier en base a los puntos programáticos de la candidatura del FA, Beatriz Sánchez, que provenían de las luchas sociales (fin de las AFP, gratuidad en educación, etc.). A pesar del no debate, el FA ha mostrado esta semana dos claridades de importancia: no aceptará cupos en un eventual gobierno de Guillier, y solo lo apoyará en base a compromisos públicos de Guillier con el programa del FA, y en función de evitar un gobierno de la derecha, sobre el que existe consenso que no se puede permitir. Ya no hablamos de izquierdas que se hablan entre ellas en un campus, sino de una alianza política en la que confiaron uno de cada cinco votantes. Esos votantes no le piden al FA una frontalidad anti-todo, ni tampoco una patente de corso a Guillier y el pacto de la transición, sino que hagan lo posible por terminar con la herencia de la dictadura y empezar un nuevo ciclo de democratización y expulsión del mercado de la vida de las personas. Sabemos que eso es poco y mediocre comparado con los sueños de hace un siglo atrás en Petrogrado, pero antes de soñar con el palacio de invierno, antes siquiera de pensar si tiene sentido tomarse palacios, tenemos que por lo menos construir las condiciones de posibilidad de ello, por lo menos recuperar la posibilidad de hacer política de izquierda en Chile.
Pero el FA son trece grupos, y algunos ya dijeron que decidirían en su interna y sin tratar con los otros, abusando de cierta hegemonía parlamentaria en la izquierda. Otros ya dijeron que no negociarían nada, lo cual también impide la posibilidad de hacer política en este mes. Aquí vale un punto que es importante establecer: la política de la izquierda no se trata de mantenerse puros, de ser los mejores mártires, tan buenos y muertos como los santos. La política de izquierda se trata de, casi siempre en subalternidad, provocar el caos, la descomposición de la fuerza del capital, y en ese mismo movimiento, la reconstitución de una fuerza capaz de imponer otra política, nuevas relaciones de poder, que tiendan a expulsar al capitalismo imponiendo comunismo. Eso es lento, pero se juega en cada paso, por muy institucional o leve que parezca. En esta segunda vuelta, el renunciar al apoyo a Guillier puede parecer la posición más radical, pero en realidad es conservadora: le deja la iniciativa polítca a aquellos que siempre la han tenido, reduciéndo el resultado electoral del FA a una mera protesta electoral. El FA debe proponerle una negociación que aceptada o rechazada produzca caos en los partidos neoliberales y en la organización transpartidaria que lo ha sostenido por décadas. Si Guillier acepta hacer un gobierno con reformas realmente antineoliberales, la transición como pacto terminará por destruirse; si, en cambio, no hace cambio alguno de interés para el FA, no podrá ganar la elección presidencial. Lo que se juega el FA en segunda vuelta es la posibilidad de incidir directamente en el grado de descomposición del pacto de la transición, incluso en comenzar su abierta destrucción.
¿Cual es la perspectiva y los retos del Frente Amplio?
En el corto plazo, soportar unidos la definición de segunda vuelta y en ello demostrar la madurez política de sostener y empujar en cualquier situación un programa de cambios antineoliberales, a la vez que le ofrece una salida concreta a los chilenos que confiaron con su voto en ese programa, ante la posibilidad de que la derecha retorne al gobierno.
En el largo plazo, solo posible si se supera el desafío de esta segunda vuelta, está la principal dificultad: construir un instrumento útil para la política de izquierda revolucionaria. La dificultad está dada porque, como dijimos, no es algo que esté a la orden del día en las clases sociales más explotadas en Occidente, y además, porque a muchas organizaciones de izquierda les parece bien y se conforman con ser la minoría de izquierda del parlamento. Es tal el grado de subalternidad de los militantes de la nueva izquierda chilena, que son incapaces de imaginar qué hacer luego de ganarse el derecho a existir. Y para algunos, no tiene sentido nada de estas maniobras electorales, nada de esta táctica parlamentaria, si no se piensa como eso le sirve a las clases populares para desembarazarse de la explotación, de la cooptación de la totalidad de sus vidas por el interés del capital, como, en el fondo, liberarse colectivamente y crear un nuevo mundo. Y no sirve transplantar certezas del pasado, de la vieja izquierda, bolchevique o socialdemócrata, da igual. Porque ni las tomas insurreccionales del Estado ni el reformismo gradual nos han llevado muy lejos: al capitalismo de estado totalitario, el primero, y a la claudicación ideológica y moral ante el capitalismo nacional, el segundo. Hoy más que nunca hay que ser creativos, imaginar un comunismo posible, y, sobre todo, un camino político, una estrategia, para avanzar en ese rumbo. Sabemos que suena estratégico, pero o planteamos el desafío en esos términos o esto no será más que otra opereta de ex luchadores sociales de izquierda que por la vía de la espectacular y efímera épica de las batallas electorales, se encuadra subordinada al sistema parlamentario, priorizando su eternización electoral en detrimento de la proyección a la política de las luchas sociales populares.
En simple, el reto del FA, en realidad para su sector de izquierda, es construir un instrumento político –un partido en el sentido histórico del término diría Marx, uno que conserve el paso dado, diría Badiou- que trace caminos posibles y racionales para la construcción desde ya de un comunismo del siglo XXI. Sin duda eso demorará, pero se debe comenzar ahora.
24/11/2017
Brais Fernandez forma parte de la redacción de viento sur y es militante de Anticapitalistas