La Presidenta Michelle Bachelet tiene un corazón a la izquierda, a pesar de que aplica algunas políticas, propias del despotismo ilustrado: todo para el pueblo, pero sin el pueblo. (Don Arturo Alessandri era, al igual que Bachelet, muy amigo de sus amigos pero, a la larga, lo dejaron mal parado). El diagnóstico de la realidad chilena, contenido en el programa de gobierno de Michelle Bachelet, era el adecuado si se quería que Chile avanzara hacia el progreso, sin embargo, sus amigos no dejaron tontería por hacer y, otros, muy buenos aprovechadores, la traicionaron a su antojo.
Hoy, los ciclos políticos son muy cortos: un Presidente puede pasar de un 50% de apoyo ciudadano a cifras cada vez más bajas, en períodos muy cortos; el electorado pasa, con rapidez, del amor al odio. Sabemos que gobernar es defraudar, pues ningún Presidente puede cumplir, a cabalidad, sus promesas electorales, pero si no las formulara, el electorado le sería esquivo – hay que vender la pomada -.
Tanto en los regímenes parlamentarios como en los presidencialistas, cuando se cuenta con la mayoría en las cámaras legislativas, el Presidente o la Presidenta está obligado (a) a cumplir el programa que ofreció a su pueblo so pena de caer en el descrédito.
Todo el discurso de Sebastián Piñera, plagado de lugares comunes y de infinitas repeticiones – como lo de “arriba los corazones”, “vendrán tiempos mejores” – ha sido el intento de contrastar, permanentemente, su pésimo gobierno con el actual de la Presidente, conducta – como lo probó en la primera vuelta del 19 de noviembre – no le ha redundado en ningún beneficio, y como es extremadamente narcisista, cree que con única persona con quien puede medirse es con Bachelet ninguneando, de paso, al candidato Alejandro Guillier.
Los “yanaconas” de Piñera son expertos en despreciar a los ciudadanos con “cara de pueblo” a quienes creen tan tontos – por ejemplo, Érika Olivera y el Chino Ríos, “niño igual roto, roto igual tonto” – Piñera basa su éxito en el arribismo de los fachos pobres, que pretenden imitar los variados tics del arrugado millonario.
Los resultados de la reciente primera vuelta demostraron que el clima que intentaron crear las encuestas y los medios de comunicación, la mayor parte empleados de Piñera, no tenían nada que ver con la voluntad popular: este candidato, casi seguro de ganar en la primera vuelta, sufrió una derrota de proporciones, y los ciudadanos, cada vez más sabios e inteligentes, entendieron que era necesario radicalizar las reformas iniciadas por Michelle Bachelet, en vez de propender a una restauración del pasado. En el clivaje entre avanzar o restaurar, los votantes se pronunciaron por avanzar en las reformas.
El alma izquierdista de Michelle Bachelet, sin decirlo abiertamente, estuvo – en el fondo de su corazón – con Marco Enríquez-Ominami, en 2009, y hoy se muestra contenta con el éxito del Frente Amplio y, sobre todo, con el Partido Revolución Democrática, cuyos dirigentes son como sus hijos políticos.
Otro motivo de alegría lo constituye el que los electores enviaron al basurero de la historia a quienes la traicionaron – los Walker, los Zaldívar, los Martínez, los Burgos – que, desde el gobierno, pretendieron instalar el quinta-columnismo y el “caballo de Troya” de la restauración reaccionaria, al interior del gobierno.
La reina Michelle Bachelet tuvo días también tristes, como el caso Caval, que involucraba a su hijo y a su nuera – por cierto, hasta hoy, nadie le creído sus dichos de que se enteró por los Diarios -, pero nadie puede culparla de tener de tener tonto y “macabeo”, y una nuera ambiciosa y muy hábil en los negocios, especialmente al ligarse a personajes oscuros de la UDI.
La Presidenta, con el tiempo y su temple, ha logrado dejar de lado estos episodios negativos y ahora está decidida, más que nunca, a defender su legado jugándose a favor del triunfo de su candidato, Alejandro Guillier, obviando las ridículas acusaciones de intervencionismo electoral por parte de los cada vez más nerviosos partidarios del rey de los adjetivos, de las frases hechas y de los lugares comunes.
El gobierno actual, con razón no quiere, por ningún motivo, entregar la Banda presidencial a la derecha en la persona de Sebastián Piñera. Repetir el círculo vicioso del traspaso del poder de Bachelet-Piñera, Piñera-Bachelet y, esta vez, Bachelet-Piñera, sería una verdadera pesadilla.
Ojalá Alejandro Guillier salga de su letargo y comprenda que las elecciones se decidirán por muy pocos votos de diferencia y que tiene que jugar todas las cartas para encantar y entusiasmar al electorado que antes sufragara por Beatriz Sánchez, quien recoge la crítica de izquierda al reformismo sin movimientos sociales, llevado a efecto por el gobierno de la Presidenta Bachelet.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
02/12/2017