Poca duda cabe que Piñera se ha convertido en el hombre de las mil caras. Declara, promete, cambia, promete, y vuelve a cambiar. Para algunas personas, ha perdido toda seriedad, cuestión que en la actual derecha chilena no constituye nada novedoso. A guisa de ejemplo, la última actuación de Manuel José Ossandón refrenda el aserto anterior, pues al interior del sector conservador neoliberal el senador y ex alcalde de Puente Alto, luego de haber sido el crítico más ácido del programa que Piñera había presentado al país, se transformó en un simple empleado –supuestamente no gratuito- del candidato derechista.
Cambiar de opinión es sin duda una posibilidad que en política merece validarse, pero cuando ese cambio se transforma en una multiplicidad de giros controversiales borrando, o negando, lo que se ha pontificado durante meses, suena más bien a mofa, a mentira, a insulto. Piñera lo ha hecho, y sin pudor alguno, apoyando sus interesadas volteretas en la certeza de contar con una multitud de seguidores que no entienden nada, no critican nada y, lo que es más grave, le aplauden las tropelías.
La misma derecha, en cuanto sector político-partidista, tiene clara conciencia del aprovechamiento personal que Sebastián Piñera obtiene, cual maquila portentosa, de un sistema que poco le interpreta en lo sociopolítico, pero que utiliza y exprime mostrándose nada menos como “su mejor representante”, ya que sí le interesa cabalmente sólo aquello referente a la economía, muy en particular lo relacionado con su pasión principal, la especulación financiera bajo el cobijo de información privilegiada. El resto de los predicamentos que resultan ser esenciales para la derecha política del país, a él no le provocan efectos ni emociones mayores, no le interesan, y por ello no duda en cambiarlos, borrarlos e, incluso, negarlos según sea la necesidad.
Tere Marinovic, conocida comentarista adscrita a la esencia misma de la derecha, considera a Piñera responsable de los bajones y caídas de ese sector político, lo que permite asegurar que las continuas ‘volteretas’ efectuadas por el candidato dejan a ese sector partidista en pésimo pie, estacionándolo en medio de grosera contradicciones que electores con menos apasionamiento catalogan de inaceptables y vergonzosas.
Si lo anterior se asienta en la verdad, ¿por qué entonces la derecha lo acepta, por segunda vez, como su candidato a dirigir el país? La explicación no puede caminar otra vía que aquella del temor a la profundización de las reformas iniciadas en la segunda administración de Michelle Bachelet. El arribo a la Moneda de sectores como el Frente Amplio y el Partido Humanista –asociados a la Nueva Mayoría- podrían significar no sólo el mantenimiento de los cambios ya en marcha de reformas como la educacional, la previsional, el aborto tres causales, etc., sino, muy en lo preciso, un incremento de ellos a tal nivel que sería punto menos que imposible –para le derecha- derribarlos o amortiguarlos en el futuro. Así, no es problema de nombres, de partidos ni de recorridos, pues llámese Guillier, Sánchez o como se hubiese llamado el candidato que compite con Piñera, lo relevante es la posibilidad cierta del incremento y consolidación de las reformas que tanto han herido a la derecha conservadora y fundamentalista.
He ahí entonces una posible explicación no sólo de por qué la derecha acepta a Piñera como su único candidato sino, también, del temor casi irracional que ese sector ha venido manifestando a través de declaraciones que pronostican apocalípticas consecuencias para el país si ella no obtiene el gobierno. Ese temor, transformado en miedo concreto, le obliga a recoger y sumar votos sin importar lo que deba prometerse para conseguirlos, pues lo vital es acceder al sillón de O’Higgins y desde allí impedir la consolidación de reformas que no se condicen con el alma derechista.
Si Piñera lo logra, el apoyo del sector continuará siendo efectivo… y Piñera entonces, con las manos libres, hoy aparece muy suelto de lengua y de pudor, promete, cambia, voltereta tras voltereta, pues sabe que a sus representados les interesa especialmente habitar el palacio de Toesca para refrendar el conservadurismo, mientras que a él, como siempre, le motiva incrementar sus negocios y ampliar redes internacionales para nutrirlos de mayor enjundia.
Considerando lo dicho, es posible entender la ignominiosa voltereta del propio senador Manuel José Ossandón, quien tiene muy claro que Piñera jamás arriesgará su poder personal en materias económica y bursátil, pero se esperanza Ossandón en que desde La Moneda pueda ser factible ganar las luchas que el conservadurismo siente como trascendentales.
Tal vez los dirigentes de tiendas como UDI y RN no lo sepan, o quizá ni siquiera lo han evaluado, pero en estas transacciones de ceder ostensiblemente en lo valórico para que un especulador financiero satisfaga sus ambiciones personales, podría desencadenar la puesta en marcha del tobogán por el cual la derecha –tal como está estructurada hoy- se deslice rumbo al amplio arcón donde descansan y duermen viejas organizaciones que fueron superadas por el avance de los tiempos y de la sociedad