Venezuela se ha vuelto el espantajo de la derecha chilena para atemorizar a nuestros ciudadanos respecto a lo que no se debe permitir en política.
Lo cierto es que la publicidad puede resultar atemorizante; a nadie le gustaría pasar por lo que vive ese país hermano, con un gobierno autoritario e incompetente, incapaz de dar salida a una crisis enorme e integral.
Pero nuestra derecha, amante de los “cuajarones de sangre” en tiempos de elecciones, a falta de argumento más consistentes, nos lanza ese cadáver al rostro como si la muerte no tuviera sus causas clínicas.
La derecha actúa ante estos males sociales como los médicos que pretenden curar males terminales con puros medicamentos sintomáticos; es decir son incapaces de profundizar en una anamnesis que permita dar con la verdad verdadera, con las causas esenciales, prefiriendo ultrajar toda lógica con la simple mascarada del terror.
De hecho, lo que debería alarmar a los chilenos sobre el caso de Venezuela es justamente lo opuesto que la derecha piñerista proclama, pues Venezuela se encuentra en este lamentable estado debido a una historia más vieja. El “Pacto de Punto Fijo” que gobernó desde 1958 hasta bien entrado los 90 del siglo pasado, disfrutó de una riqueza enorme, como fue el petróleo; gozaron de precios extraordinarios en la década de los 70 y parte de los 80; los venezolanos se sentían benditos de Dios; su clase media era tremendamente optimista, viajandera y consumista, amén de una alegría que los hijos del Caribe llevan en el alma.
Pero como el cuento de la lechera, esa gran fortuna, esa gran avalancha de riqueza natural se la apropió una casta empresarial y política corrupta e imprevisora; endeudaron a Venezuela en medio de la gran expansión de los precios petroleros, se llevaron los recursos al extranjero y generaron una mega devaluación y una carestía de fondos en el sector público tan enorme que la pobreza alcanzó a más del 70% de la población, cuando los precios del petróleo se mantuvieron bajos cerca de una década.
El pueblo llano no alcanzó a disfrutar más que unos pocos sucedáneos de riqueza: abundancia de cervezas, comida chatarra y consumo inducido por la propaganda degradante que llega de lejos, pero que cala muy hondo en esas desprevenidas gentes.
Entonces, para resumir: Chile y Venezuela se parecen en que en su época de auge de los recursos minerales, siguieron la misma política perversa de acumular esa abundante riqueza en pocas manos, generar una desigualdad impresentable, permitir que los nacionales enriquecidos y las empresas foráneas se llevaran gruesa parte de esa riqueza al exterior; degenerar en una corrupción generalizada, devaluar el prestigio de la política; consumir bienes importados lujosos sin recato, ostentar en toda clase de despilfarro, no invertir en áreas de desarrollo real y luego entregarse sin herramientas al liderazgo que los barrió del mapa por incompetentes, corruptos e imprevisores.
Esa políticas de la expoliación sin miramientos, de la concentración sin límites, del consumismo desmadrado, de la irresponsabilidad nacional, del empobrecimiento oculto en la ostentación de unos pocos, es lo que llevó a la caída del poder de los movimientos del “Pacto de Punto Fijo” a manos de un líder populista como Hugo Chávez. Lo del chavismo es un colofón, una resultante; las causas están más atrás, están en ese modelo degradado de capitalismo obtuso, abusivo, entreguista e inconsecuente, propio de país tercermundista, tal cual como hoy tenemos y sufrimos en Chile.
Dirán ustedes ¿Pero en Venezuela el petróleo lo administraba el Estado…no los privados. Sin embargo, lo cierto es que la propiedad era del Estado pero la comercialización fue apropiada por una mafia de funcionarios y empresarios que desviaron gran parte del excedente hacia cuentas propias y las inversiones que se hicieron en la mega industria metalúrgica, permitió transferir enormes sumas de dineros a privados y empresas corruptas (recordemos que el endeudamiento de las empresas autónomas del Estado fue una de las grandes culpables de la deuda total del país, por entonces). Es decir, esa riqueza originaria del Estado, sirvió para distribuir excedentes a toda una camada empresarial y funcionaria y muy poco llegó al pueblo. De hecho, más de 150.000 millones de dólares se sacaron al exterior antes de declarar la devaluación del bolívar en 1983. Por ese entonces ni asomaba Chávez ni los bolivarianos.
En consecuencia, el espantajo venezolano lo debemos usar como advertencia de que si Chile sigue el camino de “Punto Fijo”, es decir un capitalismo voraz y degenerado, tendremos algún día un liderazgo fuertemente populista que puede arrastrar a Chile a una calamidad similar a la que hoy vive Venezuela.
Por eso los cambios deben hacerse a tiempo; Chile debe girar su modelo irresponsable de crecimiento empobrecedor a otro de desarrollo real y socialmente justo, económicamente moderno y auténticamente competitivo, porque lo que tenemos con el modelo pinochetista es un simulacro de riqueza, una pantomima de gobierno y un derrotero hacia el desastre.