El lunes 27 de noviembre apareció la encuesta CADEM y, como es evidente, hace figurar como ganador al patrón de patrones, Sebastián Piñera. Para evitar que los culpen de errar en sus pronósticos eliminaron, esta vez, la estúpida categoría de los “presuntos votantes” – al fin se dieron cuenta que los encuestados se ríen en su propia cara – y, como las empresas encuestadores son vivas, marcan una distancia de sólo dos puntos de diferencia entre Piñera y Guillier, que equivale a descubrir que “el agua moja”.
A la derecha nunca le ha importado los programas de gobierno, pues defienden intereses personales y de clase y no de ideas. Un cínico, representante de la oligarquía durante el régimen parlamentario, que si “el programa se interpone entre Ud. Y yo, lo más fácil es eliminarlo”. Que Sebastián Piñera cambie su idea con respecto a la gratuidad debido a la presión de Manuel José Ossandón, a nadie le puede extrañar: el poder es más dulce que el orgullo.
La derecha no tiene empacho alguno en acoger a los fachos y militaristas de Kast y, a la vez, a los populistas socialcristianos, liderados por Ossandón. Para comprender la fuerza electoral del populismo de derecha basta con acordarse de Fra Fra y sus pollitos, durante la campaña presidencial de 1989. La reacción, que siempre ha sido engañada por las encuestas, sumado a los periodistas yanaconas, es experta en crear climas de opinión favorable a su candidato y es lo que se ha propuesto Piñera desde el comienzo de campaña para la segunda vuelta: quiere hacerse el simpático, cercano y popular, cuando es más pesado aburrido que chupete de fierro.
Si miramos los números de los datos electorales de la primera vuelta, es evidente que el 20% de la ahora ex candidata, Beatriz Sánchez, se debe al derrumbe electoral de la Nueva Mayoría, lo cual explique por qué Alejandro Guillier obtuvo una cifra tan baja en la primera vuelta. Lamentablemente, la Concertación y la Nueva Mayoría están demostrando su incapacidad para hacerse una autocrítica, pues no logran entender que el su electorado se ha cambiado a la candidatura de Sánchez, y que los “megaterios” de la Concertación están más que agónicos.
El ex vocero del gobierno de Bachelet, Francisco Vidal, basa su optimismo respecto a la candidatura de Guillier en la suma matemática de los sufragios de lo que él define como “las tres izquierdas”: la de la Nueva Mayoría, la de la Democracia Cristiana y la del Frente Amplio. Desgraciadamente, la historia es dinámica y los cálculos aritméticos son estáticos.
Alejandro Guillier tiene serias posibilidades de ganar en segunda vuelta, y si perdiera, no sería la culpa del Frente Amplio, sino de él y su comando. No tengo en contra de la siesta – ojalá todos disfrutar de estos minutos tan reparadores <Salvador Allende, por ejemplo, tenía en La Moneda su cama donde siempre dormía su siesta> – pero la lentitud que se constata en su reacción personal y en la de su comando para enfrentar una segunda vuelta, que será de voto a voto, y de cuyo resultado depende la fuerza, entusiasmo, energía y hambre de poder que el candidato y su comando desplieguen en estos primeros días de la segunda vuelta.
No esperemos que recurra a la demagogia de Piñera – anda de “pipí cogido” con los deportistas de alto rendimiento, Erika Olivera y el antipático del Chino Ríos y practicando aeróbicas con esbeltas damas, que sí poseen juventud y destreza para estos artísticos trajines -, pues Alejandro Guillier tiene muy buenas cualidades humanas y éticas que podrían llevarlo al triunfo, pero tal vez le falta una dosis de ansias de poder para reaccionar a tiempo y darle así respuestas al desafío de construir una mayoría, capaz de ganar la elección presidencial.
Durante la pasada semana hemos visto a Guillier modificando su comando de segunda vuelta, como si el reemplazo de unos por otros fuera lo más importante.
Los dirigentes del Frente Amplio le hecho saber, en todos los tonos, que lo fundamental es el debate de ideas y la acogida de algunas de las propuestas de esta combinación política, que no tiene de ultraizquierdista, ni de cabezas calientes, sino que buscan una modernización de Chile, que podríamos calificar, congruentemente, con una socialdemocracia de izquierda.
La elección en la segunda vuelta no sólo consiste en atraer a los electores del centro político, que ahora está muy deteriorado – la Democracia Cristiana, por ejemplo, bajó de 21 a 14 diputados, y la alianza Sumemos <Velasco, Pérez…> no obtuvo ningún parlamentario – sino que la clave el Movimiento Frente Amplio, imprescindible de conquistar en una alta proporción para que Guillier pueda ganar.
Para triunfar, el candidato Guillier necesita más puerta a puerta, más impregnarse de “olor a pueblo”, y no quedarse mucho tiempo en comilonas del Club Radical, sopeando unos ricos callos a la madrileña, o bien, en disertaciones, a veces inútiles para el propósito inmediato. Como decía Max Weber, el político tiene que pactar con el diablo, que es el poder y la coerción legítima.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
27/11/2017