Mientras menos electores concurran a las urnas, más se asegura el triunfo de Sebastián Piñera y de las derechas. En las comunas ricas de Santiago – Las Condes, Vitacura, Lo Barnechea, La Reina y Providencia – hay una abstención mucho más baja que en las comunas populares.
Hay una diferencia entre los grupos etarios que votan o se abstienen: generalmente, la mayoría de los adultos mayores concurren a votar, mientras que los jóvenes tienen los más altos índices de abstención; otro factor que incide en la votación es el nivel educativo del ciudadano: mientras más educación formal hayan logrado, en mayor medida concurren a las urnas.
Objetivamente, el abstenerse sólo sirve a la derecha, cuya ganancia radica en que los pobres y los jóvenes no voten, por esta razón siempre han mirado con terror el sufragio universal – para Alberto Edwards Vives era la dictadura del proletariado; para Benjamín Disraeli, el voto de su cochero no podría valer igual que el de un caballero inglés. Según el Presidente Domingo Santamaría, este país se hundiría cuando los rotos se apropiaran de las urnas; el líder conservador Héctor Rodríguez de la Sotta acusaba al sufragio universal de ser el responsable de todos los males del país; el progresista profesor Alejandro Venegas, paradójicamente, proponía, en 1910, el sufragio plural, es decir, que quienes tuvieran mejor nivel educacional se les contabilizara el doble de los votos -.
El escritor y Premio Nobel José Saramago proponía, en sus Ensayos sobre la lucidez, el voto en blanco como una forma de rebelarse contra las inequidades del sistema neoliberal y el rechazo a la captura de la democracia por parte de los adinerados, es decir, la democracia bancaria. El problema de esta propuesta es que exige un alto nivel de educación y coordinación y, sobre todo, de indignación, para que ese voto blanco o nulo, expresado en repetidos comicios, sirva para desalojar a la plutocracia del poder.
En el ensayo de Saramago, en las elecciones municipales en una pequeña aldea portuguesa, la mayoría de los votantes, como forma de rechazo al sistema, votaron en blanco, generándose el pánico en las clases poseedoras de fortuna, que optaron por decretar el Estado de Sitio y repetir la elección, pero el resultado en los comicios, de nuevo, fue mismo que el anterior, y así se repitió varias veces, sin lograr cambios en la expresión de la voluntad popular.
Personalmente, pienso que el diagnóstico y las propuestas del Frente Amplio son las más correctas y adecuadas para caracterizar la realidad chilena, y lo mismo su proyecto de país me interpreta en sus propuestas programáticas. En la mayoría de mis artículos he expresado mi crítica a la Concertación por haberse convertido en una sucesora de Augusto Pinochet, que terminó por perfeccionar y profundizar el modelo neoliberal; en el fondo los líderes de la Concertación – a excepción de unos pocos – fueron asimilándose a los modos de vida de la plutocracia, relacionándose familiarmente, dando cuenta permanente de su gestión al 1% más rico de la sociedad chilena, en la Casa Piedra, y convirtiéndose, al dejar su cargo en el gobierno, en altos ejecutivos de las AFP y de otras grandes empresas, en decir son los nuevos ricos de esta sociedad, consagrada a “Mamón”.
El reemplazo de la Concertación, la Nueva Mayoría, en muchos aspectos acertó en el diagnóstico sobre la grosera desigualdad y el abuso en el Chile de hoy, sin embargo, en las reformas implementadas se quedaron muy cortos y, lo que es más grave, han practicado un despotismo ilustrado, pretendiendo ningunear o dejar fuera de juego a los movimientos sociales, a quienes por derecho les correspondía, fundamentalmente, el protagonismo en esta reformas. El gobierno nunca entendió el carácter de la crisis de representación y las limitaciones de las democracias electorales – por ejemplo, en temas tan importantes como la Asamblea Constituyente, como también la visión de una sociedad de derechos, con más igualdad y menos abusos, fue abordada en forma confusa y parcial por el gobierno de Michelle Bachelet -.
Personalmente, votaré en segunda vuelta más contra Sebastián Piñera que a favor de Alejandro Guillier, pues considero que un triunfo de Piñera en el escenario en que vivimos ahora no sería solamente un paréntesis, una especie de alternancia con Bachelet, sino una restauración del orden plutocrático, el cual profundizaría más la repugnante e injusta situación en que vive la mayoría de nuestro pueblo.
En Chile – como en España – debiéramos hablar no sólo de la derecha, sino también de las derechas: debemos siempre tener presente que la combinación que apoya a Piñera incluye a ultraderecha pinochetista, que no sólo está representada por ex candidato José Antonio Kast, sino también por la UDI, dirigida por Jacqueline van Rysselberghe, sumado al populismo de Manuel José Ossandón, comprometido ahora con la campaña de Piñera, que junto a unos postulados socialcristianos en materias económico-sociales, en los temas mal llamados valóricos es muy reaccionario.
Creo que debemos tener cuidado con ser demasiado optimista respecto de un Parlamento en contra que pueda detener el proyecto restaurador ultra-reaccionario de Sebastián Piñera, pues podría pactar muchos de los proyectos fundamentales con los cuatro diputados de la bancada Ecologista Verde que, sumado a los 72 diputados de Chile Vamos, sumarían 76 – sólo le faltarían dos para la mayoría simple -.
Por ningún motivo podría votar blanco o nulo, pues en el caso del voto voluntario no sirve para rechazar a la democracia bancaria y sólo sería útil de haber voto obligatorio y que se considerara el voto nulo o blanco como una opción de rechazo al sistema, es decir, agregar a la crisis de representación una crisis de legitimidad oligárquica.
Hay que ubicarse aquí y ahora y creo que, al menos, con un triunfo de Alejandro Guillier, si incluyera en sus propuestas la Asamblea Constituyente, el impuesto a poseedores de grandes fortunas, un seguro único en salud y se avanzara en la gratuidad universal en educación y el fin paulatino de las AFP y, sobre todo, que se abriera a una sociedad de derechos y una democracia que combinara los métodos de democracia directa, fundamentalmente plebiscitos, referendos y, sobre todo, la revocación de mandatos y la limitación de la reelección de todos los cargos que emanen de la soberanía popular.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
27/11/2017