Después de 37 años en el poder, el presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe, se consumó su muerte política. El jefe de Estado del mundo con más años en el poder se había vuelto sinónimo de su país al punto de que no se hablaba de esta nación africana sin mencionarlo. ¿Y ahora qué?
Mugabe, el único líder que haya conocido Zimbabwe desde su independencia de Gran Bretaña en 1980, renunció el martes 21 tras un juicio político iniciado por su propio partido, la Unión Nacional Africana de Zimbabwe – Frente Patriótico (ZANU-PF), que hace un par de meses lo había propuesto como único candidato a la Presidencia para las elecciones de 2018.
De haberse presentado y ganado, hubiera estado en el gobierno hasta los 98 años, otra marca mundial.
En una reunión del comité central del partido en la segunda semana de este mes, el ministro Obert Mpofu dijo que con mucho pesar ese órgano había decidido destituir a Mugabe, de 93 años, quien había contribuido a “muchos logros memorables” de este país.
El propio ZANU-PF hizo historia al expulsar dramáticamente a Mugabe y tomar la decisión de hacerle un juicio político cuando no hizo caso a la fecha límite para renunciar de forma voluntaria, fijada el 20 de este mes.
Accérrimo dictador expulsado
La destitución de Emmerson Mnangagwa como vicepresidente y también del ZANU-PF por su presunta deslealtad y conspirar para derrocar a Mugabe puso en movimiento una serie de acontecimientos que llevaron al veterano gobernante a luchar por su vida política.
Mugabe trató de dejar a su esposa Grace como sucesora y sacó a las autoridades de su partido, consideradas un obstáculo para su dinastía. Pero la movida rebasó los límites del propio ejército, del ZANU-PF y del pueblo de Zimbabwe.
Fue la gota que desbordó el vaso y había que frenar a Grace, 41 años menor que Mugabe.
Un chiste popular contaba que en cierto momento se preguntó a Mugabe cuándo le diría adiós al pueblo de Zimbabwe, a lo que él respondió: “¿A dónde se van que los tengo que saludar?”.
“Renuncié para permitir una transferencia de poder tranquila”, escribió en su carta de renuncia, leída por el presidente del parlamento, Jacob Mudenda, bajo aplausos en la sesión parlamentaria realizada el martes 21. “Agradezco informar a la población de mi decisión lo antes posible”, concluyó.
El principio confeso de Mugabe de que “la política siempre debe estar antes que las armas y no al revés” se revirtió cuando el ejército sacó los tanques a las calles de Harare en la segunda semana de este mes, mantuvo a su familia bajo detención domiciliaria y se hizo del control de la radio y la televisión nacional.
La medida, justificada como forma de deshacerse de los criminales que engañaron al presidente, nunca se tildó de golpe de Estado. Pero las armas tomaron el lugar de la política y colocaron a Zimbabwe en nuevo y desconocido camino de cambio.
Tras los reclamos masivos pidiendo su renuncia, un frágil y debilitado Mugabe compareció ante el público el domingo 19 con un discurso incoherente sobre que presidiría el próximo congreso del ZANU-PF, el mismo que lo expulsó como su líder y como jefe de Estado.
Legado perdido
Un maestro devenido líder revolucionario, estadista, reconciliador y constructor de su país. Se considera que sus políticas a favor del desarrollo crearon ciudadanos educados e inteligentes, muchos de los cuales se convirtieron en figuras destacadas en el concierto internacional.
Pero un pueblo educado rápidamente comprendió la supresión de sus derechos a medida que Mugabe consolidaba su poder. Cambió la ley para convertirse en presidente ejecutivo en 1987, el mismo año que creó el Acuerdo de Unidad entre la ZANU-PF y su rival la Unión del Pueblo Africano de Zimbabwe (ZAPU), encabezada por su archienemigo, Joshua Nkomo.
“Mugabe ya es historia. Por desgracia, destruyó cualquier legado que hubiera podido dejar hace 20 años”, opinó el economista y legislador Eddie Cross. “Ahora lo recordarán como el hombre que destruyó nuestra agricultura, llevó el hambre a la mayoría de los hogares y permitió que colapsara la economía más diversificada de África”, añadió.
Bajo su mandato, los ingresos disminuyeron en dos terceras partes, la producción agrícola en igual proporción o peor, la industria más de 80 por ciento y menos de 10 por ciento de la población económicamente activa tiene un empleo, precisó.
Además, Cross estima que unos cinco millones de zimbabwenses calificados se fueron de país en busca de mejores posibilidades. “Enseguida nos vimos en una crisis de liquidez, una crisis fiscal y una completa falta de confianza en el Estado, en el sector bancario y en las políticas del gobierno”, se lamentó Cross.
“Hay que atender todo eso de forma simultánea. La lista de deseos es kilométrica, muy difícil de priorizar, pero claramente tenemos que frenar el gasto recurrente del Estado, aumentar los ingresos, equilibrar el presupuesto y recuperar la confianza en nuestra política monetaria y en el sector bancario”, añadió.
Cuando el nuevo gobierno entre en funciones deberá conformar un gobierno nacional con apoyo popular y credibilidad internacional.
La comunidad internacional “reclamará el respeto de los derechos de propiedad y el cumplimiento estricto del programa del FMI (Fondo Monetario Internacional)”, opinó Cross, fundador del Movimiento por un Cambio Democrático (MDC) y actualmente su coordinador general de política.
Mnangagwa, de 75 años, aliado y compañero de armas de Mugabe, es el nuevo líder del ZANU-PF, quien ya ocupó varias carteras de seguridad, inteligencia y justicia y ha sido considerado el sucesor de Mugabe y caracterizado por una extraña crueldad hacia sus opositores, también llamado “cocodrilo”.
“Mugabe puede ser procesado en el país, pero no por la CPI (Corte Penal Internacional)”, precisó el exministro y abogado de derechos humanos Dave Coltart. “El juicio político será una forma legal de terminar su presidencia. Y Mnangagwa deberá respetar la Constitución”, acotó.
Nuevos rostros, viejas ideologías
Considerados héroes, los militares de Zimbabwe lanzaron una campaña de relaciones públicas para recuperar las riquezas políticas y económicas del país con un nuevo gobierno. Pero Coltart alerta sobre celebrar las promesas poco claras del sector castrense.
“En medio de la euforia, no debemos intoxicarnos al punto de olvidar que fueron los mismos generales que permitieron que Mugabe llegara al poder en 2008 y 2013”, escribió en una columna en la que urge a la ciudadanía a no olvidar cómo el ejército y los veteranos de guerra encabezaron la violencia que siguió a los comicios de marzo de 2008 para asegurar el poder del ahora presidente saliente.
“Nuestro mensaje a los militares debería ser ‘gracias por arreglar el desastre que crearon, pero ahora deben regresar a los cuarteles lo antes posible y no involucrarse nunca más en un proceso electoral’”, añadió Coltart.
“El verdadero peligro en la situación actual es que al tener a su nuevo candidato preferido para la casa de gobierno, el ejército querrá mantenerlo o mantenerla, sin importar la voluntad popular”, alertó.
“Nosotros y la comunidad internacional, debemos dejarle bien claro al ejército de que no tienen que cumplir ningún papel en las elecciones, más que asistir a la policía en el mantenimiento de la paz”, añadió.
¿Se avecina un futuro tenso?
Durante muchas décadas, el miedo fue un poderoso instrumento de Mugabe y sus seguidores; se usó para engatusar, silenciar y eliminar a los críticos, y sirvió para mantener al presidente en el poder, y controlar a sus partidarios y a sus opositores.
“Me sentiré reivindicada cuando escuche al propio Mugabe decir ‘renuncio’”, había comentado antes de la renuncia Jennie Williams, activista de derechos humanos y fundadora de Mujeres de Zimbabwe Levántense (WOZA, en inglés), quien carga con cicatrices emocionales y físicas y quien fuera detenida más de 65 veces por criticar y enfrentarse al régimen en desgracia.
“Me entristece que hoy los miembros del ZANU-PF se den cuenta de lo que venimos diciendo y pidiendo desde hace tiempo, pero no tuvieron el valor de decirle a Mugabe que se fuera”, opinó.
“Estoy desesperada de que haya justicia”, dijo Williams, de 55 años, a IPS por teléfono, al ser consultada sobre el futuro que aguarda a Zimbabwe.
“Quiero justicia para este país, para su pueblo, para mi familia. Muchas personas sufrieron con el gobierno de Mugabe y no tienen trabajo, no pueden pagar las cuentas; las familias quedaron destrozadas, pero estoy feliz de que la gente se sacuda el miedo”, añadió.
Resta por ver qué hará Mnangagwa, designado presidente de su partido el domingo 19, quien regresará a Zimbabwe para asumir la Presidencia de forma interina el viernes 24.