Estas líneas responden a la oportunidad única que tuve ayer por la noche en un café: sentarme junto a la mesa del equipo de investigación de un prestigioso sitio periodístico. No es que uno ande por la vida escuchando conversaciones ajenas, pero aunque hablaban en un volumen moderado, el local era chico y la cercanía hizo lo suyo.
Estaban conversando sobre una investigación acerca de Beatriz Sánchez y Alejandro Guillier, la cual según ellos de seguro sería el “golpe” periodístico del año. Escarbaron en su pasado, cuando ambos coincidieron en el mundo del periodismo, y descubrieron que habían hecho varios negocios juntos. Hasta ahí nada que llamara la atención. El punto es que no pocos de esos negocios fueron de un carácter ético bastante dudoso.
Dentro de lo que alcancé a escuchar estaba: a) el uso de información privilegiada conseguida como periodistas, para comprar acciones de una compañía a un precio muy conveniente; b) que estarían siendo investigados judicialmente en un país vecino porque justamente esa compañía, con su anuencia como accionistas mayoritarios, pagó una coima millonaria para entrar en el mercado de dicha nación; c) que las ganancias de sus negocios las han usado para comprar las hoy tan de moda empresas zombies y así eludir millones de pesos en impuestos en Chile; y, d) poseerían una cantidad considerable de dinero en paraísos fiscales para eludir, una vez más y por otra vía, ¡el pago de impuestos en el país del cual quieren ser presidentes!
Al tenor de los antecedentes de la investigación, lo más probable es que al darse a conocer arda Troya con toda razón y desde todos lados les den duro a los candidatos. Si basta uno de los casos señalados para desarrollar una opinión negativa de Sánchez y Guillier, imaginamos lo que pasará al considerar todos los chanchullos nombrados. Especialmente, es esperable la condena ética a esos turbios negociados desde la derecha política y sus votantes. En realidad, no se trata de ser de derecha para reprocharlos; es sencillamente una cuestión ética que va más allá de lo ideológico. En cualquier país normal debiera ser el fin de su carrera presidencial.
Lamentablemente, Chile es muy singular y uno puede sospechar que nada ocurrirá. Y eso que estamos en medio de una indignante ola de corrupción que, salvo a los propios corruptos, a nadie deja indiferente.
Prueba de aquella triste situación para cualquier país, es que la candidatura de Sebastián Piñera sigue en competencia… Ya se habrá dado cuenta Ud. de que lo relatado arriba sobre Sánchez y Guillier es falso. Salvo los hechos que sí son verdaderos y corresponden a parte, sólo a parte, del amplísimo prontuario de Piñera. Un candidato que ya fue presidente y senador con una orden de arresto en su contra a cuestas por el desfalco al Banco de Talca.
Su carrera política es una muestra de que la codicia desenfrenada, la ambición por el poder, una ética comercial absolutamente cuestionable, la mentira sistemática y hasta la incontinencia verbal no son obstáculo para ser votado.
A la fecha la defensa del candidato de Chile Vamos es rabiosamente cerrada entre sus fans. Hace meses su comando afirmó que criticarlo era una “canallada” y ello ha sido el sostén de su “defensa”. A nadie de sus seguidores parece importarle que, con una burda estrategia comunicacional, se eluda el fondo de las críticas. Para ellos no se trata de probar su inocencia, sólo de ignorar las evidencias.
El plan ha funcionado tan bien que los argumentos racionales y fundados en hechos no tienen ningún efecto en los “piñeristas”. Estos no han comprendido que no se trata de política partidista y menos de una “canallada”. ¡Es una cuestión ética! Y esa flagrante indiferencia ante lo ético no deja de ser profundamente trágica para nuestro sistema democrático.
Por eso es tan difícil escribir sobre Piñera. Fuera de que ya tantos lo han hecho y muy bien, con detalladas exposiciones de sus andanzas. Sin embargo, la intención de voto sigue ahí, firme. Y obviamente, a días de la elección, no es de mi interés que entre sus detractores nos deleitemos recordando su corrupción moral, sus chistes fomes y desubicados, su discurso simplón o sus descaradas y continuas faltas a la verdad.
Sólo me permito aquí sugerir un ejercicio a sus votantes potenciales, a esos aun con dudas, y a quienes no desean hasta ahora votar el domingo. Si Ud. pensó que Sánchez y Guillier eran indignos de confianza por cometer actos éticamente reprobables, ¿por qué con Piñera podría ser diferente?
¿Es aceptable que con nuestro sufragio o con nuestra abstención permitamos a un sujeto de esa calaña volver a La Moneda?
No tengo confianza en esa verdadera barra brava que son los “piñeristas”, menos en la mafia que lo levantó como candidato a sabiendas de su prontuario (gente, en tal sentido, tal vez aún más nefasta que él en su sed de poder). Lo que queda es apelar, ya no al sentido político de los chilenos y chilenas, sino simplemente a su decencia. Parece de perogrullo. No obstante, la campaña presidencial nos ha demostrado que el estándar ético que debe exigírsele a un candidato a la presidencia no es una obviedad en nuestro país.
En medio del rebalse de la fosa séptica que es Chile éticamente hoy, con qué cara ayudaremos por acción u omisión a que el estandarte de la corrupción llegue (¡de nuevo!) a la primera magistratura. Habría que cambiar definitivamente el lema del escudo nacional: de “Por la razón o la fuerza” a “El que no corre, vuela”. Sería digno de Piñera y de una nación que lo elige… o deja que lo elijan.
La ética debería bastar en un país decente para oponerse a un corrupto… Incluso, todo el daño que nos hará como habitantes de Chile debería ser secundario.