Noviembre 16, 2024

Una variopinta izquierda enfrenta su mayor desafío en democracia

El sistema capitalista llegó para quedarse, y como si ello no bastara, se ha transformado casi en un “civilización”, como apunta el economista y periodista español Vicente Verdú. Con tal afirmación se puede aventurar que el ‘pueblo’, concepto que en política alguna vez fue fácilmente comprensible, devino en una masa de consumidores compulsivos que es parte sustantiva –uno de los pilares– del sistema económico imperante.

 

 

En la medida que accedió al espejismo de las ventajas del sistema, el ‘pueblo’ fue perdiendo las características que lo distinguían. ¿Ventajas? En realidad, ‘trampas’… Puertas esenciales para la existencia del neoliberalismo, como el acceso a los créditos abusivos otorgados por bancos y financieras, al dinero plástico, a compras en grandes tiendas con pagos usureros de largo aliento. Todo confluye para que el ‘pueblo’ se endeude hasta la tercera generación, olvide su calidad de Soberano, y abrace una nueva fe pagana: la mercantilista-consumista.

La derecha implantó el neoliberalismo salvaje y se convirtió rápidamente en la dueña de todo el país: posee la Banca, las AFP’s, las ISAPRE, el agro en general, las empresas agrofrutícolas, los bosques, el borde costero y el mar chileno, los puertos, las sanitarias, el agua, el transporte, las centrales hidroeléctricas, la luz, la telefonía, la Educación comercializada, los recursos minerales, las Iglesias, las Fuerzas Armadas, los Tribunales, el Poder Legislativo, las policías, la prensa escrita y hablada, los canales de televisión, el Tribunal Constitucional, las cárceles, las carreteras y las vías de comunicación.

Esta derecha fundamentalista  que reemplazó a la antigua derecha republicana y liberal de las décadas de 1940 y 1950, logra cautelar exitosamente sus actos predadores, tanto como la continuidad de la expoliación del país y su gente, a quien mantiene obnubilada con el temor de fantasmagóricas organizaciones de un terrorismo que no se ve por parte alguna, pero que resulta de total utilidad para aquel 5% de la población que se apropió de todos los recursos –naturales y humanos- con los que continúa enriqueciéndose hasta el hartazgo.

Suena extraño tal vez, pero es necesario decirlo. La antigua derecha, esa que existió durante los gobiernos de Ibáñez, Alessandri, Frei Montalva y Allende, tuvo enfrente la oposición de una fuerte izquierda obrera, campesina, pobladora y estudiantil. Era a no dudar una izquierda ideologizada, internacionalista, con claros referentes programáticos e históricos, y que proponía no sólo un programa de gobierno unitario y claro, sino un sistema socioeconómico contrapuesto al capitalismo.

Enfrentada a esta derecha fundamentalista cuyos principales dirigentes son claramente vástagos del totalitarismo, la izquierda actual ¿qué propone, qué ofrece al pueblo, a sus electores y a su propia historia? ¿Cambiar el actual sistema? Ni soñarlo. Tampoco presenta un programa de gobierno consensuado, único. Y lo que puede resultar más extraño es que  la “nueva izquierda”, la “izquierda juvenil”, carece de sustento ideológico, pues muchos líderes de los distintos referentes conforman  un grupo de iluminados que han creído descubrir los anillos de Saturno,  la forma en que se cosecha el ajo y cómo debería ser un  gobierno diferente al del duopolio. Dicen ser “la nueva izquierda”, pero en los fríos hechos  resultan ser menos izquierdistas que los mayordomos socialistas de la Nueva Mayoría. ¿Socialdemócratas?, tal vez…y aun es mucho para ellos. 

Dividida en dos bloques principales, la izquierda muestra su realidad en una de sus épocas más difíciles ya que un significativo porcentaje del electorado ha venido restándose al sufragio, dejándola en una orfandad que podría desencadenar la desaparición de algunos referentes actuales.

El primero de  los bloques mencionados –el ‘oficial’- ofrece, puntos más o puntos menos, el mismo menú que distingue a la cocina neoliberal derechista, diferenciándose de ella en cuestiones menores, aunque sentidas por la población, pues continúa administrando los aspectos que consolidan la argamasa principal sobre la que se sustenta el sistema, como las AFP, la propiedad de los recursos naturales, las trabas a la sindicalización y a la negociación colectiva, la bancarización de la sociedad, etc. Es casi risible, pero al administrar a través de cinco gobiernos un modelo que no le pertenece, esta izquierda pagó los platos rotos y no se quedó con las ganancias. La derecha lo hizo, y no requirió moverse de su escritorio ya que otros “tonto útiles” efectuaban el trabajo sucio. El resultado está hoy a la vista.

El otro bloque  (el del ‘archipiélago’) carece de programa común, unitario, ya que los respectivos liderazgos –políticamente inexpertos aún y con la soberbia que permite la juventud- se mueven vacilantes en los  estertores de una izquierda europea tan tibia que más parece socialdemocracia que izquierda misma. La unidad con el bloque anterior se ve,  más que difusa, improbable. Y sin unidad no hay equipo. 

Entonces, ante la arremetida vehemente y fundamentalista de la derecha, la pregunta vuelve a resonar con fuerza; ¿qué ofrecer al pueblo?, ¿cómo reencantarlo si detrás de estos grupos, partidos y referentes no hay una ideología clara en la que se sustente un programa de consenso, que tampoco existe? Es difícil reconquistar a una masa que está abducida –si no enviciada- por el creciente consumismo que permite el endeudamiento feroz.

La derecha enseñó al pueblo a usar la tarjeta de crédito como arma letal contra sí mismo, beneficiosa para el dueño de la férula. Es en estricto rigor una verdadera revolución, la revolución derechista neoliberal. ¿Cómo combatirla?

Para colmo de males, el conjunto de la  izquierda chilena ni siquiera puede inclinarse, ideológica y económicamente, por el modelo chino. Vea usted  lo que expresó Wen Jiabao, primer ministro chino y secretario general del partido comunista de esa nación, respecto de los gobiernos latinoamericanos, a quienes considera titubeantes y les recomienda lo siguiente:

1.     Pena de muerte para crímenes comprobados: Ninguna sociedad honesta y trabajadora merece vivir con tanto miedo. La eliminación de criminales peligrosos atemoriza al resto de delincuentes. Crecerá la seguridad pública y su gasto se reducirá drásticamente. A futuro, se reflejará en cultura y comportamiento de las personas. 

2.     Severo Castigo para Políticos Corruptos: Ustedes no los castigan, principalmente a los del régimen de turno, que diezman las arcas públicas. 
En China: pena de muerte y devolución.

3.     Quintuplicar Inversión en Educación: Un país que quiere crecer debe producir los mejores profesionales del mundo.

4.     Reducción Drástica de Carga Tributaria y Reforma Fiscal Inmediata: El gobierno no debe perseguir a industrias y empresas. Sus cargas fiscales son exageradas, confiscatorias, injustas y desordenadas. 

5.     Reducir 80% Salario y Gasto de los Políticos: Ustedes tienen la política más cara del mundo. El político debe entender que es un funcionario público obligado a entregar su trabajo y conocimientos en beneficio de su país y no un “rey”.

6.     Invertir Cambiando la Cultura del Pueblo: El pueblo ya no cree en su gobierno ni en su política; no respeta las instituciones, no cree en sus leyes ni en su propia cultura. Se acostumbró al desorden gubernamental y pasó a ver como normal la corrupción, violencia y deterioro de los servicios públicos.

7.     Reducción de Edad Laboral a 16 Años (el mundo está envejeciendo…): Sus países acostumbran tratar a los adolescentes de 15 a 18 años como niños que no se hacen responsables de sus actos y les prohíben trabajar. Error fatal, necesitándose mano de obra renovada. Esta contradicción hipócrita de la ley sólo sirve para crear peligrosos delincuentes, que al cumplir 18 años, están formados para el delito.

8.     Un pueblo complaciente que solo mira cómo los corruptos hurtan el dinero, cohonestando a los de cuello blanco, está llamado al retraso

Hasta ahí las recomendaciones de Wen Jiabao para nosotros, los latinoamericanos. Por cierto, la lógica política señala que están en lo correcto aquellos izquierdistas que desestiman este modelo, pues algunas de sus propuestas (que son hechos ciertos en el país asiático) se sentirían más que cómodas en un programa de gobierno de la derecha dura (especialmente los puntos #1, #4 y #7).

Por ello, la pregunta necesaria, a escasos días de los comicios electorales, es: ¿cuál de esas izquierdas podría extinguirse si la derecha neoliberal, con Piñera como su abanderado, triunfa y se adueña del gobierno, que es lo único que le resta por poseer? ¿Y cuál de ellas podría revivir con fuerza suficiente para alzarse como  serio postulante a dirigir el país en el mediano plazo?

Lo dicho, nuestra izquierda chilena enfrenta el que tal vez sea su mayor desafío desde el retorno de la democracia.

 

 

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