EN CATALUÑA, tras los golpes y contragolpes a la democracia, las elecciones no resolverán el problema español en Cataluña, aunque podría dar origen a un nuevo cauce. Dependerá de qué gobierno catalán se constituya y si el bloque popular/ socialista/ciudadanos tiene capacidad política para rehacer una relación rota. La incertidumbre continúa. El final de este ciclo, con diferentes interpretaciones, queda abierto a proyecciones diferentes. Por ahora, el 21D puede producir pocos cambios. La campaña electoral se prevé agria y no exenta de enfrentamientos.
Inicio y fin cinematográfico
La vía unilateral a la independencia en Cataluña acabó. La presidenta del parlamento catalán, Carmen Forcadell, ante un juez del Tribunal Supremo, terminó por reconocer que la declaración de la república catalana fue un acto sin efecto jurídico, por lo tanto algo simbólico, otro gesto político. Lo mismo hicieron otros cuatro miembros de la mesa del parlamento.
El reconocimiento de la invalidez de la declaración unilateral tiene sabor a derrota, a una caída brusca –si no dramática- sobre la dura realidad; revela que algo grande falló. Las palabras de Forcadell, en sede judicial, iluminan lo que fue el Octubre catalán.
Un mes que comenzó y terminó de manera “cinematográfica” por su narrativa visual, conmovedora y dramática: el día 1 de Octubre, el 10 de Octubre y cinco días, del 26 al 30 de Octubre, que dejaron al descubierto la inviabilidad de una estrategia alejada de la compleja realidad catalana-española-europea.
A porrazos con la épica
El 1 de Octubre, el movimiento independentista movilizó 2,2 millones de personas a votar, desbordando la orden judicial de prohibición y doblegando la represión masiva de la policía ante una resistencia contundente y pacífica.
Un triunfo épico: un movimiento ciudadano organizado, disciplinado y con determinación resistió la violenta acción policial, con imágenes que recorrieron por las redes sociales y las televisiones del mundo, causando deterioro en la reputación del gobierno español.
Pero, el referéndum del 1 de Octubre arrojó resultados magros para convencer al mundo la legitimidad de esta independencia. Ni gobiernos europeos ni del resto del mundo, tampoco una mayoría de catalanes, validaron la votación: el 38,4%, de los más de 5,3 millones de catalanes, optó por el sí a la independencia en un evento que no tuvo las garantías democráticas suficientes, según observadores internacionales.
Primera huída
El 10 de Octubre, el presidente Carles Puigdemont, sometido a fuertes presiones internas y externas, concurre al parlamento catalán a declarar la independencia. Decenas de miles de personas esperan reunidos en la cercanía a celebrar este momento histórico. La expectación era máxima, más aún, cuando la cita se atrasaba en una hora.
El presidente con voz mesurada y un tanto insípida se acerca al momento esperado diciendo que asume el mandato ciudadano expresado el 1 de Octubre (…) y luego dice que suspende los efectos jurídico-políticos del mismo para dar opción a un diálogo con el Estado. Ocho segundos dura la euforia y la frustración se prolonga en millares de personas que abandonan abruptamente la escena. Así, Puigdemont huye del temor de dar un salto en el vacío, un pánico escénico, ante “la nada” después de declarar la independencia.
Segunda huída
La víspera del día 26 de Octubre, de noche, las reuniones en la sede de gobierno se extienden hasta la madrugada. Después de un breve sueño, el presidente Puigdemont reúne a su gobierno, a media mañana, para comunicar su decisión de convocar a elecciones autonómicas.
A mediodía, comienzan los preparativos: decreto presidencial, transmisión televisada, mientras tanto los partidos de gobierno se reúnen por separado. Dos diputados del partido del presidente renuncian en twitter, el partido aliado (Esquerra Republicana) plantea una eventual salida del gobierno y en el espacio urbano y virtual (redes sociales) se siente y discurre viralmente la palabra traidor, dirigida directamente al corazón del presidente.
La comparecencia para comunicar la convocatoria se posterga una y dos veces; a la tercera Puigdemont, en medio de un clima inquietante, huye de su propia decisión de llamar a elecciones. ¿Por qué la revoca y no firma el decreto redactado? Duro tiene que ser explicarse de esta fuga al verse sin salida: cese y prisión o ser tratado como un traidor.
Tercera huída
El 27 de Octubre era el día histórico, el de la proclamación de la república en el parlamento y el de la aprobación de la intervención de Cataluña en el Senado: el llamado “choque de trenes”. La república se celebra en las escaleras del parlamento en forma discreta, con dirigentes cavilando, por lo que ya veían venir, mientras fuera la algarabía conmovía.
El presidente y sus consejeros se trasladan a deliberar al palacio a puerta cerrada, a ver qué hacer ante la intervención de Cataluña: cese del gobierno, disolución del parlamento y convocatoria a elecciones autonómicas, las mismas que Puigdemont desechó el día anterior.
Mientras tanto, miles de personas esperan un gesto del presidente: salida al balcón o arriar la bandera española de la sede de gobierno. Ni lo uno ni lo otro. Al atardecer el presidente y sus consejeros escapan a los festejos de la gente, ante una posible e inminente llegada de la policía. Era viernes.
Al día siguiente se pone en marcha la salida del presidente de España. Lo hace el día 29, secretamente, con una parte del gobierno: por tierra a Marsella donde coge un avión hacia Bruselas. El país queda perplejo a mediodía del lunes 30. La otra parte del gobierno, disperso, entra en prisión tres días después.
Las tres huídas del presidente marcan lo frágil de la vía unilateral. Pendiente queda una explicación: por qué el gobierno, los partidos, las entidades cívicas independentistas no pudieron defender ni un minuto la república preparada durante cinco años. Una explicación convincente se debe a los catalanes, independentistas y no independentistas,
El independentismo vive (…)
La convocatoria de elecciones desde Madrid es rápidamente aceptada por los partidos independentistas. En tres días, estos comicios autonómicos pasan ser de un signo de derrota ignominiosa a una oportunidad para revalidarse: ganar en votos y escaños, constituir gobierno y rearmar el proyecto de independencia con nuevos actores y un nuevo guión.
El proyecto sigue vivo. La última encuesta seria, hecha después del 1 de octubre, el independentismo supera en 4,9 puntos a los que no lo son: 48,7% versus 43,6%. Este resultado cambia la tendencia, en relación a la misma encuesta hecha en junio pasado, cuando los segundos (49,4%) superaban en 8,3 puntos a los primeros (41,1%).
También las calles hablan y muestran la fortaleza del independentismo: 750 mil personas, según la policía municipal, se concentran el sábado 11 de Noviembre en Barcelona por la libertad de los presos: seis consejeros y dos consejeras del gobierno de Puigdemont por decisión de una juez de la Audiencia Nacional.
(…) a pesar de su política errática
Las elecciones son inciertas. La dirección política del independentismo, a diferencia del 2015, decide en ir en listas separadas. Puigdemont, en Bruselas y Junqueras, en prisión, disputarán la dirección del independentismo. Los programas de estos partidos indicarán el grado de cohesión y qué Cataluña quieren proyectar.
Pendiente queda la crítica a la estrategia malograda. ¿Por qué este proceso independentista iniciado y desarrollado con la ilusión de millares de gente, acaba con unos dirigentes tristes, perplejos, desarmados, unos huyendo y otros esperando ser citados a declarar?