A menudo resulta difícil establecer la fecha en que se inicia un conflicto, determinar la fecha de su nacimiento. Sin embargo, el de Palestina nació el 2 de noviembre de 1917 con la “Declaración Balfour” cuando, según explica el escritor húngaro de origen judío y nacionalizado británico Arthur Koestler, “una nación (Reino Unido) ofreció solemnemente a otra (los judíos) el territorio de una tercera (los árabes de Palestina)”.
El 2 de noviembre de 1917 el ministro de Relaciones Exteriores británico Arthur James Balfour dirigía una “carta de intención” al diputado conservador y banquero Lionel Walter Rotschild, amigo de Haïm Weizman, líder de la rama británica de la Organización Sionista Mundial (OSM) y futuro primer presidente de Israel, verdadero destinatario de la misiva. El 8 de noviembre la carta aparecerá en la prensa británica antes de entrar en la historia como la Declaración Balfour. ¿Qué decía aquella carta?:
“El gobierno de Su Majestad ve favorablemente el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina y dedicará sus mayores esfuerzos para lograr este objetivo, quedando en claro que no se hará nada que pueda atentar contra los derechos civiles y religiosos de las colectividades no judías ni contra los derechos ni los estatutos políticos de los que gozan los judíos en cualquier otro país”.
Se imponen, de entrada, algunas observaciones referentes a los términos usados. En efecto, la Declaración Balfour es digna de una antología de circunloquios. Así, la expresión “hogar nacional en Palestina” constituye un testimonio de la prudencia del gobierno británico – que luego el movimiento sionista adoptará como propia – en lo referente a un compromiso claro respecto a un Estado judío y su extensión. Volveremos sobre lo que se sobrentiende en la afirmación de que “no se hará nada que atente contra los derechos civiles y religiosos de las colectividades no judías”. Señalemos, sin embargo, que con el término “colectividades no judías” la carta se refería por medio del negativo a unos 700.000 árabes palestinos, musulmanes y cristianos, que entonces vivían en Palestina.
Cuando los judíos rechazaban el sionismo
En esa época incluso en el seno del gobierno inglés por los representantes del establishment judío británico, especialmente Lord Edwin Samuel Montagu (1879-1924), secretario de Estado en India, estaba en contra de los proyectos de Haïm Weizman y Lionel Walter Rotschild. Los judíos hostiles al sionismo basaban su postura en consideraciones “prácticas”: estrechez y pobreza del territorio, dificultades climáticas, “el problema árabe”, etc. Se oponían también a la “teoría sionista de una nacionalidad [judía] sin patria, que tendría como consecuencia transformar a los judíos en extranjeros en sus países natales [y que] pondría en peligro a los judíos en los países donde habían obtenido igualdad”. Teoría que, finalmente, “comprometería a los judíos palestinos – unos 60.000 entonces – en luchas mortales con sus vecinos de otras razas”.
El Comité Conjunto, expresión de este establishment, consideraba que el sionismo “no constituía ninguna solución a la cuestión judía ahí donde se planteaba” y, aún más, temía que “la creación de un Estado judío en Palestina dañe inevitablemente la situación de los judíos de la diáspora y ponga en peligro los derechos que habían adquirido”[ii] (1). Por consiguiente, los medios judíos llamados “asimilados” temían que se cuestionara su estatuto. Así, Lord Montagu consideraba que “la existencia de un Estado judío en Palestina despertaría dudas acerca de la fidelidad de los judíos de la diáspora a sus países y crearían una presión que obligaría a los judíos a emigrar a Palestina contra su voluntad”.
Además, estos temores se veían multiplicados, recuerda Arno J. Mayer[iii], por las consecuencias de los pogromos en Rusia: “Temiendo que ese flujo de extranjeros (los Ostjuden, refugiados judíos de Europa del este) pudiera provocar un recrudecimiento de la judeofobia, la comunidad anglo-judía bien afincada apoyó unas leyes que limitarían la inmigración procedente de Europa oriental […] al tiempo que creaba organizaciones de caridad”. Es curioso constatar aquí que sus simpatías por el sionismo no le impidieron al propio Arthur James Balfour dictar en 1905 gracias a su condición de primer ministro medidas antiinmigratorias (la Aliens Act) destinadas a los judíos que abandonaban la Rusia zarista. En efecto, a principios de siglo unos 2,5 millones de judíos huyeron de la miseria y de los pogromos con destino, principalmente hacia EEUU, pero unos 150.000 se instalaron en Inglaterra, sobre todo en el barrio londinense del East End, lo que en 1902 y 1903 provocó oleadas de violencia antisemita.
“Europa del oeste”, recuerdan Catherine Kaminski y Simón Kruk[iv], “orientada al acceso de los judíos a la igualdad, al derecho de emancipación, a la esperanza de la asimilación en el resto de la población, conocía reacciones hostiles en la mayoría de los casos al sionismo”, percibido como un peligro frente a los derechos recientemente adquiridos. De este modo, Max Nordeau, cofundador del OSM, explicaba que “el principal enemigo con el que debía combatir el sionismo se hallaba en el interior de la propia comunidad judía”. El congreso fundacional del OSM había tenido lugar en Basilea (1897) en vez de en Munich como deseaba Theodor Herlz, debido a “la viva oposición al sionismo de la comunidad judía muniquesa [que] había presentado reiterados pedidos al ayuntamiento para impedir que se celebrara dicho congreso en la ciudad”.
A fin de cuentas, la decisión de enunciar la Declaración Balfour se tomó gracias a un compromiso semántico, ya que el hecho de no mencionar un “Estado judío” satisfacía a los oponentes judíos al proyecto: “El establecimiento de Palestina como hogar nacional de los judíos” se cambió por el del “establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. Decir “en Palestina” permitirá así a Londres frenar las ambiciones sionistas denominadas “maximalistas” que también tenía el ojo puesto en la ribera este del río Jordán.
Las ambigüedades del sionismo cristiano
Fue en Reino Unido donde desde la primera mitad del siglo XIX se había afirmado un “sionismo cristiano” fundamentado al mismo tiempo en las “previsiones” de San Pablo y las aspiraciones imperialistas británicas. Para el apóstol [San Pablo] la Redención solo se llegaría a producirse cuando los judíos volvieran a reunirse en Palestina, pero… para convertirse ahí al cristianismo. Desde 1853 el dirigente del movimiento evangélico británico Lord Shaftsbury sugería a las autoridades inglesas un establecimiento judío en Palestina bajo la garantía de las Potencias[v]. Algunos líderes sionistas retomarán más tarde la fórmula “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”.
En 1844 se había fundado en Londres la “Sociedad británica y extranjera para la restauración de la nación judía en Palestina”. Muy presente en el seno de las élites victorianas y de los medios literarios románticos británicos, este sionismo cristiano tuvo eco en Francia[vi] aunque se mantuvo más vivo en los países mayoritariamente protestantes[vii] y aún hoy se mantiene muy activo en los medios evangélicos estadounidenses.
Queda por saber si la tesis de “un derecho al regreso luego de 2000 años de ausencia” de los judíos desperdigados por el mundo hubiera podido ser escuchado y encontrar semejante éxito en otro lugar que no fuera el de la civilización judeocristiana.
Lord Montagu, nos dice Walter Laqueur[viii], consideraba a los militantes sionistas… agentes alemanes. Efectivamente, Michel Korinman nos recuerda que precisamente hasta la Declaración Balfour el sionismo se inscribía más bien en una “geopolítica alemana”[ix]. No es por azar, observa Korinman, que fuera en Colonia donde se estableció en 1905-06 la oficina central del OMS[x] (9). Laqueur nos recuerda asimismo[xi] que pese a una propuesta de Weizman de trasladarla a los neutros Países Bajos, la sede ejecutiva del sionismo permaneció en Berlín a lo largo de toda la guerra. Fue luego de la declaración Balfour cuando Londres se transformó en el centro del movimiento sionista mundial.
Existe una sorprendente similitud con el discurso dirigido al otro lado del Canal de la Mancha a las autoridades por los dirigentes sionistas. El Hilfsverein der Deutschen Juden (Centro de cooperación de los judíos alemanes), cuyo objetivo era regular la emigración judía, en especial a Oriente Próximo, había destacado desde 1902 que el establecimiento de un hogar judío en “Palestina” solucionaría una serie de problemas comunes al Reich y a los judíos. Se atenuaría el antisemitismo alemán, se frenaría la inmigración de judíos rusos (polacos) a Alemania (difícilmente asimilables), poco deseada por los propios judíos alemanes y “el definitivo arraigo de un hogar germanófilo en una región, que interesaba sobremanera al Reich, enriquecería geopolíticamente a Alemania”. Ciertamente el Reich deseaba una germanización de Palestina por medio de implantaciones de judíos hablantes de yiddis, pero dudaba de la posibilidad de realizar el proyecto y chocaba con el hecho de que el medio joven-turco rechazaba totalmente la idea de una Palestina judía. Del mismo modo, Mark Mazower demuestra que en su lucha contra Rusia los alemanes también desplegaron intentos de seducir a los judíos de Polonia, en ese momento provincia rusa.
Korimnman, como Laqueur y otros, demuestra también que aunque el ejecutivo sionista se había declarado neutro en setiembre de 1914 en Copenhague, “los dirigentes sionistas de toda Europa, excepción hecha naturalmente de Rusia, juzgaban que era su deber apoyar lo mejor posible a sus patrias respectivas” ya que Weizman no respetaba más esta neutralidad de lo que lo hacían los sionistas alemanes. E inversamente tanto los gobiernos centrales como Inglaterra “cortejaban” a las diferentes ramas del movimiento sionista, incluidas las comunidades judías estadounidenses.
Korinman se subleva, por lo tanto, contra las tesis que presentan a la Declaración Balfour como “un resultado casi ineluctable” y critica “la tendencia predominante entre algunos historiadores a destacar los aportes de Haïm Weizmann”. Recuerda que “las cosas eran mucho más complicadas” y que aunque no alcanzaran a concretarse existía “una convergencia real de intereses entre los judíos [sionistas] y los alemanes desde comienzos del siglo [XX]”. De modo que el periodista vienés Theodor Herlz “preconizaba el uso de su lengua en ‘Palestina’ en el futuro”. Mientras tanto “los dos encuentros entre Herzl y Guillermo II fueron muy exitosos. Los dirigentes austríacos, por otra parte, estimaban mucho a Herzl”.
Aunque sea un hecho poco conocido, el 4 de junio de 1917 hubo también la “Declaración Cambon”, es decir, una carta del secretario general del Ministerio de Relaciones Exteriores francés Jules Cambon dirigida al líder sionista Nahum Sokolow a quien le manifestaba el apoyo oficial de París al proyecto sionista, lo que de hecho precipitó la Declaración Balfour. El pacto franco-británico, firmado en 1904 y en el que Balfour había participado, no fue tan cordial como se pretendía demostrar.
Los cálculos británicos
La pregunta de qué motivó al gobierno británico su proclamado apoyo al proyecto sionista ha suscitado deferentes respuestas. No todas son convincentes. ¿Se trataba, como afirma algunos, de impulsar a los judíos alemanes y austro-húngaros a desvincularse de sus gobiernos? Lo que opina Korinman sobre el patriotismo de las comunidades judías de los diversos países beligerantes y sobre la rivalidad desplegada por los diferentes gobiernos europeos para seducir a sus movimientos sionistas debería en cierto modo relativizar esa tesis.
“Se atribuía a los judíos”, escribía el orientalista Maxime Rodinson, “un papel importante en el movimiento revolucionario ruso. Era capital darles razones para apoyar la causa aliada. No es en absoluto una coincidencia que la declaración Balfour preceda en cinco días a la fatídica fecha del 7 de noviembre (25 de octubre en el calendario juliano) en que los bolcheviques se apoderan del poder”. Mencionada de manera más recurrente, la idea de frenar la radicalización de la revolución rusa, muchos de cuyos dirigentes eran de origen judío, e impedir la deserción de Rusia en el frente oriental europeo, es más que probable que haya pesado en las consideraciones británicas. Estas expectativas (debidas a las ideas ya corrientes en la época y en las que además intervenían los responsables sionistas) sobre el “poder oculto” de los judíos parecen no menos irreales. En efecto, los bolcheviques rechazaban el sionismo que “desviaba a los trabajadores judíos de la lucha social junto a sus camaradas no judíos”. Y también se sabe que una de las razones de la radicalización cada vez mayor de la opinión pública rusa después de la revolución de febrero fue precisamente el rechazo a permanecer en guerra.
En 1930 Winston Churchill recordaba que no se debía considerar la Declaración “una promesa realizada por motivos sentimentales [sino que] se trataba de una medida práctica tomada en interés de una causa común”, a saber, que el movimiento sionista “en ningún lugar era más visible que en EEUU” y que “sus talentosos dirigentes y sus múltiples ramificaciones” ejercían una “apreciable influencia” sobre la opinión pública estadounidense. Sin duda se evidencian aquí la franqueza y el cinismo de Churchill. También se pueden detectar en su discurso algunos fantasmas como el de la “numerosas ramificaciones”… El Viejo León coincide con Laqueur, para quien en ese momento “solo el peso indiscutible que había adquirido el movimiento sionista en el aliado estadounidense mantenía la atención británica”. Efectivamente, son muchos los que atestiguan el aumento de la potencia del movimiento sionista en EEUU durante la Primera Guerra Mundial. De los 5.000 miembros con los que contaba en 1905, afirma Nadine Picaudou, en 1918 habrían llegado a 150.000 sobre una comunidad judía que rondaría entonces los 4 millones de miembros. Este crecimiento se debía especialmente a Louis Brandeis, el primer judío que se convirtió en juez de la Corte Suprema en 1916. Ahora bien, Brandeis era cercano al presidente Thomas Wodrow Wilson y su prestigio, prosigue Laqueur, había sido “utilizado a fondo” por los dirigentes sionistas británicos como Haïm Weizmann en sus negociaciones con un gabinete británico ansioso por incorporar a EEUU a la guerra.
La intención de precipitar la entrada de EEUU en la guerra constituye, efectivamente, un motivo más de la Declaración Balfour, ya que se suponía que la promesa de un hogar nacional judío ayudaba al presidente Wilson, con el apoyo de la comunidad judía estadounidense, a oponerse a los “aislacionistas”. Una observación al respecto: resulta curioso mencionar esa entrada en guerra como un objetivo de la Declaración Balfour dado que esta ya había tenido lugar el 6 de abril de 1917, seis meses antes de la carta a Lord Rothschild. No es menos cierto que Lord Balfour había dirigido ese mismo año la misión británica enviada a EEUU para conseguir su apoyo a los Aliados. Y que la OMS se había acercado al Foreign Office valiéndose de su capacidad de influencia, dicho sea de paso “inflada”, sobre las autoridades estadounidenses para presionarlas a entrar en guerra en el caso de que los británicos les garantizaran Palestina.
Reticencias estadounidenses
Sin embargo, recuerda útilmente Laqueur, en EEUU “las masas judías” eran “antirrusas” ya que regularmente se denunciaba la política antisemita del imperio zarista. Por lo tanto, la mayoría de los judíos festejaban las derrotas rusas frente a Berlín. Hubo que esperar hasta 1916-17 para que se percibiera una evolución: más que el naufragio del Lusitania en mayo de 1915 y a pesar de la conmoción considerable que suscitó en toda la población de EEUU, las mentalidades evolucionan claramente a favor de la Entente con la guerra submarina a ultranza llevada a cabo por los alemanes a principios de 1917 eltelegrama Zimmerman, del 16 de enero de 1917 y el torpedeo del Vigilentia el 6 de abril. Finalmente, la igualdad de derechos otorgada a los judíos en Rusia por la revolución de febrero de 1917 fue lo que privó a los judíos estadounidenses de la motivación esencial de su pacifismo y su aislacionismo: la hostilidad a la Rusia zarista…
Sin embargo, conviene no ante datar el apoyo que dio EEUU al movimiento sionista, lo mismo que, por otro lado, el apoyo cada vez más ”incondicional” dado después al Estado de Israel a partir de la década de 1960 y especialmente luego de la guerra de junio de 1967.
Los diplomáticos estadounidenses destinados en el imperio otomano, reconoce Laqueur, desempeñaron al comenzar el siglo un importante papel en la protección del naciente Yishouv, la comunidad judía que habitaba Palestina antes de 1948. ¿Fundaba eso una política estadounidense respecto al movimiento sionista?
Triunfo del aislacionismo estadounidense
Laqueur recuerda que en setiembre de 1917, dos meses antes de la Declaración Balfour, los británicos “sondearon” a Wilson respecto a una declaración favorable al proyecto sionista. Pero este rechazó involucrarse. Algo que, según el historiador, fue como “una ducha fría para los sionistas”. Y algo más: al año siguiente, el presidente presentó sus “Catorce puntos” en los que denunciaba la diplomacia secreta de sus aliados europeos, los llamados Acuerdos de Sykes-Picot. Finalmente, cuando los desacuerdos franco-británicos sobre Siria se volvieron manifiestos durante el transcurso de la Conferencia de la paz, Wilson propuso establecer una comisión investigadora – la Comisión King Crane – con el encargo de la Sociedad de las Naciones (SDN) de recoger la opinión de las poblaciones locales. Una comisión en la que tanto París como Londres se negaron participar y cuyas conclusiones fueron totalmente en contra de las aspiraciones sionistas. En efecto, el informe King-Crane advertía respecto a los objetivos de un Estado judío y una inmigración judía ilimitada frente a unos sentimientos antisionistas “intensos” en Siria y en Palestina. También consideraba que la imposición de la Declaración sería “una flagrante violación del principio de [autodeterminación] y de los derechos de la población”. Preconizaba además el mantenimiento de la unidad del conjunto de la “Gran Siria” e insistía en la necesidad de establecer ahí una potencia mandataria única.
Con el rechazo de la SDN por parte del Congreso estadounidense, su negativa a ratificar el tratado de paz de Versalles (1919), la vuelta al aislacionismo y al America First !, ambos alimentados por la Red Scare (el miedo a los rojos), los estadounidenses solo volverán a Oriente Próximo a finales de la década de 1920, nos dicen Alain Gresh y Dominique Vidal, tras la estela de sus compañías petroleras. Y hasta la víspera del segundo conflicto mundial su preocupación por Palestina y el conflicto que ahí se incubaba será tanto menor cuanto que durante todos los años que siguen a la Declaración Balfour y la Segunda Guerra Mundial el movimiento sionista se hallará profundamente dividido entre sionismo europeo y estadounidense. En 1921 Weizman destituirá a Brandeis de sus funciones de presidente de la organización sionista estadounidense. En efecto, como buen estadounidense y fiel a los principios del neoliberalismo, Brandeis rechazaba toda tutela de una OSM “que al plantear que los judíos eran nacionales diferentes de los demás” […] solo quería oír hablar de inversiones rentables” en materia de colonización en Palestina y quería establecer “un Yishouv urbano e industrial”. Y ello mientras que el sionismo europeo preconizaba un Yishouv agrícola, por la preocupación de controlar la tierra. Repudiado por la OSM, el sionismo estadounidense, él mismo desgarrado, reducirá drásticamente su contribución financiera a la “central” sionista.
De hecho, a principios de noviembre de 1917, en el momento de la Declaración Balfour, la preocupación principal de Londres era Francia. Presentar a EEUU una propuesta “altruista” en el marco de los derechos de los pueblos caros a Wilson (“un hogar nacional para el pueblo judío”) parecía muy útil en el enfrentamiento con París. Esto es lo que a nuestro entender lleva a la razón fundamental de la Declaración.
Proteger el canal de Suez
Ya en 1915 Sir Herbert Samuel, primo prosionista de Lord Montagu, declaraba en una reunión del gabinete que “el establecimiento de una gran potencia europea (Francia) tan cerca del canal de Suez sería una permanente y formidable amenaza para las vías esenciales de comunicación esenciales del Imperio”. ¿Es esta clarividencia lo que lo convertirá en el primer alto comisario británico de la Palestina del Mandato?
Frente a Francia, Londres se beneficiará del apoyo del movimiento sionista. ¿Acaso ya 1914 Haïm Weizman no argumentaba ante los británicos que “si Palestina cae en la esfera de influencia británica y Gran Bretaña alienta ahí el establecimiento de los judíos, como dependencia británica, podremos tener dentro de 25 o 30 años un millón o más de judíos; ellos (…) constituirán una guardia efectiva para el canal de Suez?”.
Los sionistas intentarán, además, sacar partido de esta importancia repentina publicando en febrero de 1919 un memorando que reivindicaba del hogar nacional ampliado a la margen oriental del Jordán.
En los hechos, las negociaciones relativas a Oriente Próximo árabe se limitarán rápidamente en un diálogo-enfrentamiento entre franceses y británicos, y a la única cuestión de los territorios “sirios”. En efecto, el porvenir de “Siria” constituía la piedra en el zapato de las discusiones que se referían esencialmente a los límites del territorio reivindicado por Francia: ¿cuál sería la frontera entre las zonas de influencia francesa y británica? ¿cuál sería la frontera entre el Líbano y Palestina?
A fines de 1918 Francia cedía a Reino Unido el vilayet (provincia) de Mosul a cambio de su apoyo a las reivindicaciones sobre Cilicia y Siria. París renunciaba a reivindicar Galilea y obtenía una participación francesa en la Turkish Petroleum Company embolsándose el 25% de su parte alemana de la preguerra. El petróleo de Mosul asegurará a Francia el aprovisionamiento de petróleo hasta la Segunda Guerra Mundial.
En lo referente a Palestina se renunciará muy pronto a la internacionalización a beneficio de un Mandato británico que incluía Transjordania. La Conferencia de San Remo (19 al 26 de abril de 1920) ratificará la creación de Mandatos: Francia en el Líbano y Siria; Reino Unido en Iraq y Palestina, incluida Transjordania. Y en consecuencia, la traición de las promesas hechas a los aliados árabes. Decisiones que corroborará el Tratado de Sevres (10 de agosto de 1920).
Entre otras tareas incluidas en el Mandato, el Tratado de Sevres confiará a los británicos la tarea trabajar en el establecimiento de un “hogar nacional” para los judíos en Palestina. Será está una primera consagración de la Declaración Balfour a la que se añadirá la de la SDN que aprobará en julio de 1922 las disposiciones de Sevres.
En la “jaula de hierro” colonial
Rashid Khalidi ha mostrado en qué sentido el mandato británico en Palestina creará una “jaula de hierro” para las aspiraciones de los árabes de Palestina. Un yugo “concebido precisamente para excluir el principio y la puesta en marcha de un gobierno representativo en Palestina y toda otra modificación constitucional que se orientara en tal sentido”.
La Declaración Balfour aseguraba “que no se haría nada que pudiese atentar contra los derechos civiles y religiosos de las colectividades no judías”. En efecto, lo importante era aquí “los derechos civiles y religiosos”. Nunca se abordarán los derechos políticos de la población árabe palestina.
He aquí lo que permite relativizar el argumento frecuentemente enarbolado según el cual el Yichouy habría llevado a una guerra de independencia y de “liberación nacional” contra los británicos tras la Segunda Guerra Mundial. Y ello con el objetivo de borrar el reproche según el cual Israel sería “un hecho colonial”. Otro argumento utilizado comúnmente es mencionar la ausencia de una “metrópoli” en el caso del sionismo, en oposición a los casos “clásicos” de colonización. Tanto las observaciones de Khalidi como la Declaración de Balfour, tanto las esperanzas del Auswärtiges Amt como la Declaración de Cambon demostrarán que se trata de una conclusión precipitada. El proyecto sionista ciertamente tuvo una “metrópoli”. Colectiva y europea.
Concluyamos con Laqueur: “Si Europa no hubiera sido el teatro de una exacerbación del odio antijudío, el sionismo muy bien podría no ser más que una pequeña secta filosófico-literaria de reformadores idealistas”. Y el historiador precisa: “Ni siquiera la Declaración Balfour obtuvo el éxito esperado entre las masas judías. Después de 1918 la cantidad de inmigrantes judíos provenientes de Europa central se contaba por centenas y no por miles, y, por así decirlo, no vino ninguno de Europa occidental ni de EEUU”. Fue el antisemitismo del viejo continente y su paroxismo nazi, poco después de que EEUU hubieran limitado drásticamente la inmigración, lo que multiplicaron las oleadas de inmigración judía a Palestina. Fueron los británicos los que aplastaron la gran revuelta palestina entre 1936 y 1939. Sin ellos y el apoyo europeo, el proyecto sionista hubiera sido letra muerta.
Fuente: http://orientxxi.info/l-
Traducido del francés por Susana Merino
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.
[i]Profesor jubilado del Institut des hautes études des communications sociales (IHECS), Bruselas
[ii]Walter Laqueur, Histoire du sionisme, Calmann-Lévy, 1973, p. 215.
[iii]La solution finale dans l’histoire, La Découverte, 2002, p.72.
[iv]Le nationalisme juif et le nationalisme arabe, PUF, 1983 ; p 71-80.
[v]NDLR: “Existe un país sin nación; y ahora Dios con su enorme sabiduría y su complacencia nos entrega una nación sin país”, citado en Albert Hyamson, “Brtish British Projects for the Restoration of Jews to Palestine”, American Jewish Historical Society Publications, 1918, No. 26; p. 140.
[vi]Recordemos el llamado de Napoleón Bonaparte (1799) (que no tuvo eco) dirigido desde Gaza a los judíos de oriente, a “volver a ser dueños” de Palestina con el apoyo de Francia y la defensa (1851) de un “Estado judío desde Suez hasta Esmirna” del secretario de Napoleón III, Ernest Laharanne.
[vii]El gobierno francés se hallaba sometido a las presiones de la Iglesia católica y de los medios económicos que tenían intereses financieros en el imperio otomano.
[viii]Op. cit., p. 196.
[ix]Le sionisme, une géopolitique allemande, Hérodote, n° 53, 2e trimestre 1989.
[x]Durante la guerra y pese a una propuesta de Weizmann de transferir la sede del ejecutivo sionista a los Países Bajos, que eran neutros, esta permaneció en Berlín, aun cuando tras la Declaración Balfour Londres se convirtió en el centro del movimiento sionista mundial (Laqueur, op. cit., p. 203 y 207).
[xi]Ibid.