Cien años hace que el Comité Militar Revolucionario, dominado por los bolcheviques procedieron al asalto del Palacio de Invierno, en la hermosa Petrogrado, dando paso a la instalación del Soviet de Comisarios del Pueblo. Corría el juliano 25 de octubre de 1917. El poder cambiaba de mano. La Revolución Rusa se consumaba.
El Asalto al Palacio de Invierno tomaba su lugar en la historia y se ubicaba junto a la Toma de la Bastilla del mítico 14 de julio de 1789.
La Revolución Rusa y la Revolución Francesa son hermanas carnales. Ambas son dos acontecimientos que marcan la historia social, política y económica moderna de Occidente.
Michel Foucault en “Qué es la Ilustración (1983)” [i] hace una aguda exégesis sobre la opinión de Kant respecto de la Revolución (francesa), dice: “Lo que es significativo es la manera en que la revolución se hace espectáculo, es la manera en que es recibida en todos lados por espectadores que no participaron en ella y que para mejor o para peor se dejan arrastrar por ella.”.
El asunto principal trata de una respuesta filosófica (por tanto con pretensiones de validez universal) sobre el presente, sobre lo actual, sobre un acontecimiento (la revolución) que conmovía a Francia (en tanto actores) y al resto del mundo (en tanto espectadores).
Así, el punto no está en los momentos culminantes del 14 de julio (La Bastilla) o del 25 de octubre (Palacio de Invierno), ni en las barricadas de les citoyens ni en el empuje militar de la Красная Гвардия (Guardia Roja de obreros, soldados y marinos). Tampoco en la guillotina ni en los fusilamientos que terminan con las familias reales depuestas. Tampoco en los actos del Comité de Seguridad General en el período del Terror francés (1793-94), como en los actos de la Cheka y el GRU en Rusia (1918-19). Tampoco de las crisis económicas por las que atravesaban Francia y Rusia al momento de sus respectivas revoluciones.
El asunto, como se dijo, es el espectáculo que generaron las dos más relevantes revoluciones de Occidente en sus espectadores (posiblemente más que en sus actores) al momento de sus concreciones, es decir, en sus respectivos presentes, y cuyas réplicas estremecen a las sociedades hasta nuestros días (y las seguirán conmoviendo).
Poseen (siguiendo las categorías de análisis foucaulianas que usamos de prestado) los signos que colocan a las revoluciones (francesa y rusa) en la tendencia general de la especie humana en la búsqueda incesante de su progreso. En efecto, en ambas se pueden advertir los signos rememorativun (que las revoluciones siempre han sido así) el signo demonstrativum (que actualmente pasan precisamente así)y el signo pronosticum (que seguirá pasando de esta manera).
El acontecimiento revolucionario (en ambos casos) produjo en sus espectadores, cualquiera fuere el bando en que se inscribieran, una certeza nueva, imaginada sólo en sus mejores sueños: El poder absoluto podía ser subvertido (sea para instaurar un nuevo orden republicano burgués (Francia) sea para un nuevo orden económico y político encabezado por obreros (Rusia).
Los espectadores, según el caso, observaron y adquirieron una convicción: (1879) un nuevo orden (republicano) era posible; (1917) un nuevo orden (socialista) era posible.
Con todo, el propio Kant hace una precisión relevante, dice: “No esperen que ese acontecimiento (la revolución) consista en elevados gestos o en crímenes importantes…No nada de eso.”.[ii]
Por cierto, no se trata de los detalles, ni de las miserias, ni de las grandezas del acontecimiento sino de su enorme magnitud, la que ineluctablemente terminará por cambiar el curso de la historia, como una obducción de placas continentales que al chocar, cambiaran la geografía de planeta (o, como una subducción de placas tectónicas continentales, capaz de liberar energía suficiente como para producir alguno nuestros terremotos de más de 8 grados de la escala de Richter).
Así, devienen en irrelevantes datos como que la revolución rusa duró 77 años (1917-1991), y la francesa 10 (desde 1789 hasta el golpe de estado que diera Napoleón Bonaparte el 18 Brumario del VIII año del calendario revolucionario).
El acontecimiento [iii] (en ambos casos) fue de tal magnitud que alcanzó prácticamente a la totalidad de las naciones de la tierra, qué duda cabe. Se le llama, con toda justicia y certeza “acontecimiento” en razón que las causas que lo provocan no aparecen como suficientes para explicar su efecto. Este absurdo aparente, este paradoja que violentaría la ley de causa-efecto, por cierto exige explicaciones mucho más extensas y acabadas que aquellas que permiten explicar actualidades, o presentes más frecuentes.
La revolución rusa, de la que se conmemoran cien años de su ocurrencia, cualquiera sea la posición que respecto de ella se tome o se tenga, afectó la vida de todos. Las afectó hace cien años y sus consecuencias nos llegan hasta nuestros días.
El socialismo, en sus inacabables variedades, versiones y singularidades (cualesquiera sean sus concreciones históricas, sus exitosos o fracasos) tiene en la Revolución Rusa, una marca, una huella indeleble de la que no se puede renegar.
Después de transcurrido un siglo la Revolución Rusa nos saluda desde su digno lugar en la historia.
*Guillermo Arenas Escudero
Licenciado en Cs. Jurídicas y Sociales
Universidad de Chile
Abogado
Peñalolén, Chile, octubre de 2017