La hipocresía, es decir, el homenaje que el vicio rinde a la virtud, ha caracterizado a la oligarquía chilena desde la república parlamentaria hasta nuestros días. Hacer negocios desde el parlamento, lejos de ser una irregularidad, ha sido una tarea cotidiana, un deber personal de cada congresista y, desde luego, un servicio “de honor” a quienes financiaban su campaña. Por otra parte, los electores recibían su “justo premio”, representado en la mitad de un billete, de un zapato o de media empanada sin vino tinto.
Durante el parlamentarismo era raro encontrar un senador o un diputado que no fuese socio o abogado de una salitrera o bien, poseedor de un fundo donde manipulaba a sus peones a su antojo. El diputado o el senador preguntaba en qué comisión podría defender mejor sus intereses personales – en general, a la época, minería o agricultura -.
La diferencia entre el parlamentarismo y el sistema actual es que los padres conscriptos de antaño realizaban negociados a vista y paciencia de la gente, manteniendo su actitud de caballeros honorables y probos. (El ministro de Estado, Rafael Sotomayor, responsable de la matanza de Santa María de Iquique, por ejemplo, tenía inversiones con la familia Granja, dueña de varias salitreras).
El parlamentario que se atreviera a denunciar estos signos de corrupción era tratado como un traidor a su clase o como un paria dentro de su respectiva clase social. Así ocurrió con Arturo Alessandri, Malaquías Concha y algunos otros diputados del Partido Demócrata.
En el período posterior a los años 20 denunciar la corrupción podría acarrear una paliza a quien lo hiciera. El poeta Vicente Huidobro publicó una completa lista de políticos corruptos, integrada por varios políticos connotados y, lógico castigo anunciado, recibió una feroz paliza, (algunos creen que pudo ser una causa de su muerte).
En mis años mozos asistí, en calidad de público, a algunas de las sesiones de la Cámara de Diputados y me sorprendía que, a veces, era más entretenidas que las películas de Tarzán: había oradores brillantes, pero también algunos a quienes no se les conoció la voz durante todo su período.
El enfrentarse a la policía o lanzar un exabrupto durante una sesión en la Cámara podría dar fama a un novato diputado, que buscaba, con su acción, distinguirse de los demás y colocar su nombre con letras de imprenta.
Los hipócritas actuales, que sirven sin ningún problema a las grandes empresas y que, además rinden exámenes de competencia política ante los empresarios – no han hecho más que coludirse para perjudicar a los ciudadanos – ahora rasgan vestiduras ante hechos como que, por ejemplo, el candidato Eduardo Artés negara el saludo al fascistoide José Antonio Kast y que, posteriormente, en el reciente foro de la ARCHI, Alejandro Navarro lanzara monedas al candidato más pobre de entre sus pares, Sebastián Piñera.
Los hipócritas de siempre, que han dañado seriamente la política chilena – incluso, algunos de ellos limpiaron las botas de los militares durante la dictadura de Pinochet – se atreven a hablar de cortesía y de buenas maneras del “Manuel de Carreño”, por respeto al valor moral de la más alta magistratura – hoy por los suelos debido a las crisis de las instituciones -.
Sebastián Piñera presume haber sido el mejor Presidente de Chile, imitando a Cincinato que pretendía salvar la república con la condición de que se le entregara plenos poderes. La candidatura de Kast, lejos de ser un peligro para Piñera, le es muy útil, pues atrae a la ultraderecha, integrada especialmente por los viudos y viudas de Pinochet y, además, los integristas pechoños e hipócritas, que quieren enviar a la cárcel a una niña violada que recurre al aborto como única forma de seguir sobreviviendo; también representa a aquellas personas que hablan del matrimonio homosexual para referirse al igualitario y, como si fuera poco, están a favor de la discriminación – podría decirse que los planteamientos de Kast dejan el camino libre para que Piñera pueda jugar el juego de centrista y, aún más, de humanista cristiano, con el fin de ganar algunos derechistas de la DC -.
La estrategia de usar la imagen del ex Presidente de la República, Patricio Aylwin, es bastante hábil y poco honesta pues, además de presentarse como “viejito pascuero”, o bien, un “San Pirulín”, esta vez democratacristiano, (en España, la Democracia Cristina cerró filas con el franquismo, salvo el sector vasco de Aguirre y de Ruiz Jiménez, al final de la dictadura). La gente a veces olvida que en la campaña presidencial de 2009, el mismo Piñera se presentaba como humanista cristiano, pero sólo consiguió el apoyo del decaído político Jaime Ravinet quien, nombrado por Piñera en el ministerio de defensa, al poco tiempo fue destituido.
Los “señores Corales” de este circo presidencial son algunos periodistas que se presentan cual “vestales” del purismo cuando, sabemos, muchos de ellos sirven a los canales, diarios y radios de la derecha, y que por mucho que aleguen independencia, “quien proporciona la plata, pone la música”. Es difícil creer que los patrocinadores de los programas políticos no influyan en los contenidos. Se sabe que tener un Canal de televisión no es rentable económicamente, pero es muy útil para un político o bien, una de las iglesias que quiera transmitir un mensaje.
Otro ejemplo de los “señores Corales” que juegan algunos periodistas es la disputa actual entre Matías del Río y Alejandro Navarro, recriminándolo por su actuar al final del Foro ARCHI.
Aunque el circo y los disfraces siempre han existido, hoy causa pena el bajo nivel de varios de los participantes.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
23/10/2017