Nombres como Juan Zanelli, Lorenzo Varoli, Bartolomé Ortiz, Raúl ‘Papin’ Jara, Sergio Neder, Nemesio Ravera, Boris Garafulic, Eugenio Velasco, Juan Gac, Santiago Bengolea y muchos otros en las décadas de 1930, 40, 50 y 60, conforman la cúspide del verdadero deporte tuerca.
ME RESISTO A olvidarlos, opongo férrea resistencia al paso del tiempo que todo lo borra y lo difumina. Muchas veces cierro los ojos y dejo que mi mente sea inundada por los recuerdos de una lejana niñez: Entonces me veo sujeto a la mano de mi padre, allá en el romántico Curicó de los años ‘50, a la vera de la Panamericana Sur (hoy Ruta Cinco), cerca de Aguas Negras, a las espaldas del cerro Condell, un domingo en la mañana temprana, esperando el paso de los bólidos que vienen desde Los Ángeles rumbo a Santiago.
Todos queremos ver a los ‘monstruos’ de entonces; aunque se sabe que, con suerte, a los ases del volante podrá distinguírseles sólo durante los escasos segundos que demoran en dejar atrás al centenar de curiosos, los cuales hacen nata desde la madrugada dominical desafiando la garúa y el vientecillo que despeina las emociones. Algunos esperan aplaudir a Bartolomé Ortiz, otros a Papín Jara, y muchos, pero muchos de verdad, al mejor de todos, al inigualable talquino Lorenzo Varoli. Yo, entre ellos…mi padre, en cambio, era fanático admirador del ‘loco’ Ortiz, al que motejaba como “patas con fuego”.
En aquellos lejanos años que sirven de marco a este relato, con mis ojos de niño, yo juraba que Varoli, Ortiz y Papín eran lo máximo de lo máximo en ese deporte, y que el título de ‘monstruos’ se los disputaba solamente Sergio Neder, piloto que el año 1958 ganaría la famosa carrera Santiago-Lima.
Mas, en definitiva, para mi padre no era sólo Bartolomé Ortiz su mejor referente en el automovilismo, pues me hablaba en ese entonces de un piloto famosísimo que, por desgracia, nuestro país ya había olvidado merced a la típica ingratitud nacional. Se trataba de Juan Zanelli, quizás el piloto chileno más exitoso de la historia de nuestro deporte tuerca. Él corrió en Europa allá por la década de 1930, ganando tres grandes premios y saliendo campeón de la categoría que dio origen al Mundial de Rally.
Zanelli nació en el puerto de Iquique, el año 1906, y fue el primer automovilista chileno en obtener triunfos internacionales, pues ganó tres importantes Grand Prix: Le Mans (dos veces) y Barcelona, en los años ’30. También había corrido para las marcas o escuderías Bugatti, Maserati y Alfa Romeo en los Grand Prix de esos tiempos, los cuales fueron antecesores de la F1. Además, Juan Zanelli participó exitosamente en campeonatos europeos de montaña, que posteriormente dieron origen al Mundial de Rally, siendo campeón el año 1931.
Pero, ya en esa época, el genocida Adolf Hitler insistía en asegurar que los triunfos de los coches alemanes tenían que ser muestra innegable de una ingeniería llevada a cabo por la ‘raza superior’. A mediados de 1930, el régimen nazi creó un organismo estatal dedicado exclusivamente a potenciar esta área de competición deportiva. Merced a tan descomunal apoyo (casi desconocido en aquellos años), las marcas automotrices germanas -como Mercedes Benz y Auto Union- tomaron cada vez más fuerza en los torneos y, paralelamente, fueron ganando adversarios entre los pilotos de otras nacionalidades que estaban decididamente en contra de lo que se consideraba una ‘politización’ del deporte.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Juan Zanelli se integró en Francia a la Resistencia, participando de lleno en actividades anti nazis. Desgraciadamente, los Servicios de Inteligencia de Alemania identificaron la mayoría de los nombres de los pilotos comprometidos con la causa francesa, y en una confusa balacera entre nazis y opositores, Zanelli fue herido de gravedad, falleciendo en la ciudad de Toulouse el 19 de agosto de 1944, poco antes de que las fuerzas aliadas liberaran París.
La prensa nacional jamás ha destacado debidamente a este gran deportista chileno, quien alzó en sus brazos -y solo con su propio esfuerzo- el nombre de nuestro país para ubicarlo en la cima donde están situados los grandes pilotos mundiales de mediados del siglo veinte. Es, sin duda, también, uno de nuestros héroes olvidados.