El balompié es la pasión de pasiones y es algo que no está a discusión. Lo sabemos todos. Como pasión tiene la irreverencia de hacernos vibrar al unísono, estemos donde estemos, hablemos el idioma que hablemos; por su carácter universal. El gol es lo más cercano a tocar el firmamento con la yema de los dedos; quien anota un gol ha logrado la inmortalidad, así el juego sea en una calle de arrabal y con pelota de trapo.
La pasión, (como yo llamo al fútbol) es de lo más bello que tenemos en la tierra, y por la felicidad que no da, deberíamos respetarla. Reverenciarla siempre. Pero hacemos todo lo contrario. Los humanos lo destruimos todo con nuestro egocentrismo y nuestro irrespeto. Con nuestro hábito de querer acapararlo todo y meterle zancadilla a quien se ponga en nuestro camino: literal.
Entonces les enseñamos a los niños que si quieren ganar un partido deben dar directo al hueso para dejar deshabilitado al contrincante. Ese directo al hueso se refleja en las famosas planchas, (cuando entran con los tacos por delante y justo en la espinilla) o los codazos en la nariz “que no fueron intencionales.”
Que no se mete el cuerpo, se empuja y se le sujeta de la playera para que no se lleve el balón. Que sea mañoso y que aruñe cuando no esté el árbitro cerca, que escupa al contrincante para provocarlo y buscar una expulsión. Que ganar es lo más importante, que se olvide de participar, ganar o ganar y que si no gana no sirve para nada, no entiende el fútbol, no merece jugar fútbol, es la vergüenza de la familia. Si son niñas, que les jalen el pelo, que les piñizquen los pezones o que les den un codazo en los tetas porque ese dolor las dejará inhabilitadas. Lo mismo a los niños, en los testículos.
Con todo esto, le robamos a los niños la ilusión, los estamos marchitando desde su infancia, los quemamos por dentro, los vamos volviendo máquinas de destrucción, los enseñamos a irrespetar la pasión, a irrespetarse así mismos, al público y a los contrincantes. No solo, también les enseñamos que si pierden no tienen derecho a llorar porque solo lloran las mujeres o las “maricas” con esto también reafirmando el papel patriarcal y machista del género masculino en la sociedad. Si son niñas que lloran por debilidad, que busquen otro deporte porque es muy fuerte para ellas, que el fútbol es de hombres. Los niños entonces se guardan las emociones y la sacan a punta de patadas contra los adversarios, dentro y fuera del juego. Y así vamos creando seres humanos violentos y capaces de pasar sobre quién sea para lograr sus objetivos.
Los vamos volviendo insensibles, incapaces de reaccionar ante el dolor ajeno, incapaces de comprender lo que el otro vive, es así como vemos cómo se burlan de las derrotas deportivas de los contrincantes y, en la edad adulta cómo se burlan de la desaparición forzada, de una violación, de un asesinato, de un feminicidio. Y los vemos solapar con su silencio la impunidad de toda índole. Y peor aún, votar por los representantes del machismo, la homofobia, el racismo, el clasismo y las oligarquías.
Lo trágico de todo esto, es que nosotros somos en el fútbol lo que en la vida misma, quien irrespeta la pasión, se irrespeta así mismo e irrespeta a los demás. Es así, sí o sí. Quien es violento dentro del campo lo será en cualquier lugar. Quién hace trampa en el campo, hará trampa en la vida siempre.
Y viene también con esto, nuestro importante papel como espectadores, cuando nos toca estar como público. Qué es lo que les enseñamos a los niños que están viendo el juego con nosotros. Si nos escuchan insultar, pedir que un jugador se tire dentro del área y busque penal. Si insultamos al árbitro que claramente sabe más del reglamento que nosotros. Si exigimos a los jugadores hacer caso omiso del juego limpio.
Si nos burlamos del dolor del equipo que perdió, si perdió nuestro equipo y nos desquitamos con cualquiera. Eso que ven los niños, lo imprimen como esponjitas y eso mismo harán en su día a día.
Muchos creen que el fútbol trata solamente de patear un balón y un montón de imbéciles corriendo tras él. El fútbol es universidad de la vida, nos prepara para todo, en todos los ámbitos de la misma. Nos crea una disciplina, nos enseña respeto, el juego limpio, la importancia de la entrega, de la lealtad, sensibilidad y saca a la luz nuestro carácter que se va moldeando dentro y fuera de la cancha.
Así es que la próxima vez que estemos de espectadores de un juego de fútbol pensemos en cómo estamos actuando. Si nuestro papel es como mentores, entrenadores, árbitros, jugadores, padres de familia, qué es lo que les estamos enseñando a los niños. Digo niños, obviamente, sin distinción de género, sueño con que un día el fútbol sea practicado por la niñas sin que se les insulte, acuse o discrimine por su género.
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