Noviembre 16, 2024

Frei: Ahora, la verdad… ¿tendrá su hora?

En 1955 don Eduardo Frei Montalva publicó un nuevo libro, “La verdad tiene su hora”, sobre sus verdades reformistas sobre Chile. Tenía 44 años y encabezaba un pequeño partido de tres diputados. Tuvo éxito. Antes de una década, en 1964, a la cabeza del partido más grande que Chile había tenido, asumió la Presidencia de la República. Hoy la DC es, en votos, el tercer partido y está sumida en una dura crisis. En medio de ella se ha removido el turbio y extraño caso de la muerte de Frei, hace 35 años, en la Clínica Santa María, en plena dictadura. ¿Sabremos pronto la verdad de la muerte de Frei, sus asesinos y los alcances y razones del magnicidio?

 

 

Vienen, para los viejos como yo, recuerdos de esos años, cincuenta y sesenta, que en el plano político me tocó vivir muy de cerca.

Recuerdo que Jaime Moraga, Rafael Moreno, Marco Antonio Roca, Patricio Rojas, Alberto Sepúlveda y Max Silva constituían la primera línea joven freísta cuando don Eduardo Frei Montalva asumió, en 1964, la Presidencia de la República y cuando, en 1965, su partido DC asumió la totalidad del poder ejecutivo y la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados.

Los también jóvenes Bosco Parra (un poco menos joven), Sergio Fernández Aguayo, Jorge Leiva Cavanillas, Carlos y Jorge Donoso, Julio Díaz Letelier, José Miguel Insulza y el jovencísimo Luis Maira, destacaban tanto o más que los anteriores, en las ideas, en la orgánica juvenil y en el Congreso, pero fueron más “partido” que “gobierno”.

Jaime Moraga, de relevante labor en la Marcha de la Patria Joven de 1963, no fue parlamentario ni ocupó cargos públicos después de la derrota de 1970.

Alberto Sepúlveda, “Madeja” para sus amigos, por su muy peculiar y detallado hablar, se centró en Relaciones Exteriores y ha sido académico de la Cancillería durante muchos años. Siempre ha mantenido muy buenos contactos internacionales.

Marco Antonio Roca, abogado, destacadísimo ex Presidente de la FECH bajo el gobierno de Jorge Alessandri, Encargado de la Juventud en el gobierno de Frei Montalva, dejó la política activa desde 1970. Ha escrito sobre el desarrollo del movimiento universitario chileno y regional.

Rafael Moreno, después senador y embajador, fue jefe de la CORA durante el gobierno de Frei Montalva. Derivó en claras conductas antiallendistas previas al golpe de 1973.

Max Silva del Campo, de alto dirigente de la JDC pasó a ser hombre de confianza de Pinochet en el curso de 1973. Al día siguiente del golpe de Estado Pinochet lo nombró subsecretario de Justicia de la dictadura.

Patricio Rojas fue nombrado por Frei Montalva Ministro del Interior después del asesinato de Pérez Zujovic en 1968. Como tal le correspondió a Patricio Rojas enfrentar el intento golpista del general Roberto Viaux en octubre de 1969. Su mano derecha para entenderse con Viaux y abortar el golpe de Estado fue el médico y teniente de Ejército, su concuñado Patricio Silva García, que, también cercano a Frei, ocupaba el cargo de subsecretario de Salud. Patricio Rojas reapareció en 1982 como médico de confianza de Eduardo Frei Montalva, del que seguía siendo muy cercano y lo atendió en la Clínica Santa María hasta su muerte. Ocho años después integró el gabinete de Patricio Aylwin como Ministro de Defensa.

Su concuñado Patricio Silva García fue, después del golpe, alto jefe del Hospital Militar. Estando él al mando hospitalario fueron asesinados allí el general Augusto Lutz (envenenamiento) y el ex Ministro del Interior José Tohá (ahorcado). Hoy es Coronel de ejército en retiro.

Está encausado en el crimen de Eduardo Frei, su jefe y líder en los años 60, como autor del homicidio. Lo habría matado doce años después de haber servido en su gobierno.¿Quién lo mandó? ¿Odio personal? ¿Ahora su líder era otro y su antiguo líder era un obstáculo? ¿Venganza?

Patricio Rojas Saavedra, médico cirujano, para muchos encubridor del crimen del ex Presidente, fue enlace del grupo de facultativos que habría dado muerte a Frei Montalva, y ha negado reiteradamente que Frei hubiese sido asesinado. No ha sido encausado aún por el juez Alejandro Madrid.

 

Así como hoy huele a corrupción generalizada en los más altos roles ejecutivos del Estado, ministros, viceministros o subsecretarios, grandes empresarios, iglesia, congreso, partidos, etc… el período de gran parte de los setenta y principios de los ochenta, a nivel de la cúpula política, huele y olerá para la historia, a tiranía y mafias con y sin uniformes, y mezcladas.

La de fines de los setenta y principios de los ochenta fue sin duda la época en que, en nuestra superestructura, se estrecharon y cristalizaron hasta la muerte, se quebraron o se soltaron trenzas anticomunistas que devinieron en antidemocráticas entre militantes DC y militares. Los generales Arellano y Bonilla, fascistas antes que Pinochet, fueron, en distintos momentos históricos, muy cercanos a Eduardo Frei Montalva, que defendió por escrito el golpe de estado. La familia y la empresa de Eduardo Frei Ruiz Tagle colaboró con la naciente dictadura entregándole “joyas” y aportes para la reconstrucción que partiría en septiembre de 1973, con el gobierno en que estaban Bonilla, Arellano Stark, Patricio Silva, Max Silva, Álvaro Bardón, Raúl Sáez, Jorge Cauas y otros. Frei Ruiz Tagle donó recursos directamente a Bonilla.

La del vértice de los ochenta era, también, la época del Plan Cóndor, con asesinatos nacionales e internacionales de la dictadura.

Y fue la época del hoy investigado asesinato de don Eduardo Frei Montalva, “el primer magnicidio” chileno, como se le ha llamado sin tomar en cuenta, claro, los de José Miguel Carrera, Diego Portales, José M.Balmaceda, Salvador Allende, Carlos Prats y Orlando Letelier.

A Carrera lo asesinaron en Mendoza, a Portales cerca de Valparaíso; Balmaceda, acorralado, se suicidó en Santiago, en medio de la muerte de diez mil chilenos; a Allende lo bombardearon en La Moneda; a Prats lo mataron en Buenos Aires y a Letelier en Washington.

No tiene el crimen de Eduardo Frei Montalva la claridad política y operativa de otros magnicidios de la tiranía: el de Salvador Allende en La Moneda, el de Carlos Prats en Buenos Aires, el de Orlando Letelier en Washington; intentos como el de Bernardo Leighton en Roma o el cuasi de Carlos Altamirano donde se le encontrara.

Tiene más semejanza, por sus implicados y tortuosidad, con las detenciones arbitrarias, las torturas en los subterráneos, las quemaduras por cal en los hornos de Lonquén y los lanzamientos desde helicópteros, las violaciones de mujeres y las desapariciones.

Ayudan a una visión viscosa y turbia de lo sucedido en 1982, el que, por un lado, Pinochet y sus criminales civiles y militares hayan montado en cólera ante la pública conducta opositora de Frei en el plebiscito de 1980, habiendo estudiado muy de cerca la anterior conducta objetivamente aliada de don Eduardo, y hayan decidido eliminarlo, y, por el otro, que públicas figuras políticas de confianza del ex Presidente, destacados camaradas de partido, hayan participado en el alevoso crimen.

Llama la atención, también, que el gobierno de los EEUU, de tanta influencia en el Chile de la época (para llamarlo de alguna manera), no haya dicho ni pío ante la muerte por asesinato de su principal aliado en el país en sus últimos veinte años de vida. La enfermedad y el lento crimen de Frei Montalva debieron ser detectados por la inteligencia de EEUU. Desde los años sesenta y hasta su muerte, Frei fue un aliado muy considerado y cercano de los EEUU. El más permanente.

Sólo en el año 2009 , veintisiete años después del crimen, la embajada de EEUU en Chile, según el prestigioso diario español “El País”, envió un cable a su gobierno refiriéndose a la posible intervención de médicos de la UC, la Santa María y el Hospital Militar en la muerte de Frei y a “la posibilidad” de su asesinato.

En 1982 no se enteraron, como tampoco nosotros.Pero lo raro es que ellos no se enteraran.

O se enteraron pero en este rincón del mundo, en 1982, los más poderosos del planeta tenían claro que era mejor seguir su apoyo a la dictadura implantada en 1973 que embarcarse en una apertura insegura. Por el momento lo más sabio fue mirar para el techo y dejar las cosas como estaban.

 

 

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