Conocí a Fidel Tranamil hace algunos años, aunque con su padre nos liga una amistad de decenios.
La idea era entrevistarlo para la revista Punto Final, pero todo quedó en una extensa conversación que dejó ver una clara inteligencia, un manejo preciso de la historia de su pueblo y, por sobre todo, una decisión que no evalúa miedos o cálculos.
Esa actitud no es casual.
Fidel se crió con su abuelo, el que moriría hace algunos años después de más de un siglo de vida, el que a su vez, fue criado por familiares sobrevivientes de la última batalla y de la persecución que impulsó el Estado a fines del siglo XIX, en contra especialmente de las autoridades espirituales del mapuche: toda machi, o hijo de machi debía ser ejecutado.
No poca cosa significa ser descendientes directos de los últimos guerreros que intentaron cortar el paso de la invasión del Ejército chileno. Cuenta parte de su historia con claridad, habla de su lucha con decisión. Se interrumpe solo para ayudar a su pequeña hija que busca su conejo de peluche.
De niño acompañó a su abuelo en las faenas de cuidar animales y recorrer los campos de su comunidad. “Quizás fui el último que pudo hacerlo. Ahora no se puede caminar libremente. Los niños, como yo era, ahora son criados en un sitio cercado por alambres y no pueden salir por los campos”, agrega.
El abuelo dejó huellas en ese niño que escuchó de primera fuente lo que habían vivido sus padres, familiares y comunidad, luego de la derrota. Y jamás se le olvidó que esas tierras que ahora están en manos de otros dueños, fueron usurpadas por el rico que ahora las explota.
“La tierra para el mapuche no tiene el mismo sentido ni para el huinca ni para el chileno. Para nosotros es todo. Es la forma en que nos vinculamos con la vida y todas sus expresiones, lo que nos hace mapuche. No es un metro cuadrado o una hectárea. La tierra nos hace mapuche, por eso al robárnosla, lo que se intenta es nuestra extinción.”
Fidel habla con el tono apesadumbrado de la certeza dura.
Más de cien años después continúa la pelea de sus antepasados. “Yo era el mayor, con diecisiete años, y el menor, tenía doce. Y dijimos: ahora nos toca a nosotros pelear. Ahora somos muchos con la decisión de que esta lucha tendrá sus efectos en mucho tiempo más”.
Fidel, el machi de su comunidad, fue detenido en la razzia que el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet ordena para dar en el gusto a los poderosos.
En Chile domina una cultura profundamente racista, egoísta e ignorante que desprecia y agrede a todo aquello no que no entiende.
Es la cultura del rico, del blanco, del militar y del macho.
En los territorios del mapuche no se libra una guerra en contra de terroristas que se agazapan para el crimen. Es una guerra por el despojo, la humillación y el desprecio.
Es la expresión contemporánea de un conflicto cuyas raíces son tan antiguas como la vida de la nación, y cuya mejor expresión es no solo la guerra de extermino que llevó adelante el Ejército chileno, sino que la mentira sobre la cual el Estado construyó la versión tramposa que pervive en las escuelas hasta hoy.
La Pacificación de la Araucanía no fue sino un genocidio.
Y si antes fueron los fusiles Comblain y los caños Krupp, y fueron los abogados, los curas y los comerciantes, hoy son las Fuerzas Especiales de Carabineros y la Policía de Investigaciones, las empresas forestales y los drones, la tortura y las operaciones encubiertas, el ataque cobarde a las comunidades y los montajes vergonzosos.
Los medios han evolucionado, la guerra es la misma: el despojo y la eliminación de un pueblo.
También han evolucionado los políticos encargados de esos crímenes. Mucho antes fue la oligarquía terrateniente, ávida de tierras y riquezas. Ahora son los políticos que no pierden discurso en que no nombran al mapuche como hermano y su lucha como la suya propia. Pero que no vacilan en dirigir tropas y operaciones exigidas por los poderosos de siempre.
Fidel y sus hermanos perseguidos, su familia y sus peñi no vienen llegando recién a la lucha por territorio y autonomía. Son herederos de una larga tradición de resistencia que no termina con ellos.
Circula una bella foto de los hijos de Fidel escondidos en el follaje para ponerse a la salvo de la embestida brutal y cobarde de carabineros. En esas hermosas caras hay un futuro que los poderosos y los traidores no alcanzan a ver.