Terminaron las fiestas “dieciocheras” en nuestro país. Son las llamadas “fiestas patrias” con empanadas, vino tinto o chicha, asados, cuecas, desfiles militares, misas, viajes, paseos, feriados, largos discursos, promesas de días mejores, etc, etc….Todo se justifica con el argumento de que se conmemora la independencia de nuestra nación del dominio español, lo cual es absolutamente falso.
Basta con revisar la historia. En estricto rigor lo sucedido aquel 18 de septiembre de 1810 fue que unos pocos cientos de vecinos de Santiago, entre los que había realistas e incipientes independentistas, convocaron a un cabildo, supuestamente “abierto” para constituir una Junta de gobierno que no desconocía en absoluto el dominio español.
Todo se daba en el contexto de la situación creada como consecuencia de que por esas fechas el rey de España, Fernando VII, se encontraba en prisión tras la invasión de ese país en 1808 por Napoleón Bonaparte quien, tras derrocar al monarca hispano y hacerlo su prisionero, instaló como rey de España a su hermano José Bonaparte.
De tal suerte que ese cabildo no tenía más objetivo que un cambio meramente administrativo en esa especial situación. En efecto, Chile tenía entonces como máxima autoridad a un Gobernador, don Mateo de Toro y Zambrano y lo que se acuerda aquel día es constituir una Junta que gobierne el país, presidida por el propio Mateo de Toro y Zambrano, concordando ademásen formar un Congreso y hacer de gobierno en nuestro país, mientras dure el cautiverio de Fernando VII y manteniendo plena lealtad al monarca.
De independencia nada. Tendrían que pasar varios años de encarnizadas luchas políticas y militares para que quedara planteada de veras la cuestión de la independencia nacional. Por lo que la conclusión es que se conmemora un mito, una mentira, no es un aniversario de independencia, sino de la creación de un órgano administrativo siempre dependiente, no independiente. Autora de esta farsa, como tantas otras, fue la oligarquía criolla
El dicho cabildo tampoco fue “abierto”sino con invitaciones planificadas en las que, para despejar dudas, se aclaraba que era “para conservar siempre estos dominios al señor don Fernando VII”. Así eran y así son nuestros oligarcas y latifundistas. Los mismos de siempre que imponen “tradiciones” ajenas a la verdad y al pueblo.
Los jerarcas criollos de esa época suscribieron años más tarde, en 1817, un Acta de Sumisión al Rey Fernando VII. Pero no contaban con la acción de los patriotas verdaderos. Y así fue como bajo el mando de San Martín y de O’Higgins, el Ejército Libertador cruzó la cordillera nevada desde Argentina a Chile y derrotó a las tropas imperiales en la batalla de Chacabuco del 12 de febrero de 1817.
Sin embargo la lucha continuaba con avances y retrocesos en los más diversos planos ; es el tiempo en que, entre muchos, destacan las figuras de Manuel Rodríguez, de los hermanos Carrera, del cura Camilo Henríquez y por cierto de Bernardo O’Higgins. Hasta que llega la gran victoria de la batalla de Maipú del 5 de abril de 1818. Un día que bien pudiera ser el indicado como el de la Independencia, si bien la pacificación del país estaba todavía lejos de concluir.
Fue en enero de 1818 que se redactó el Acta de Independencia de Chile propiamente tal y que Bernardo O’Higgins, por entonces erigido en Director Supremo, aprobó el 2 de febrero de ese mismo año en la ciudad de Talca. Y el día 12 del mismo mes – justo a un año de la batalla de Chacabuco – se procede al Juramento de la Independencia.
Esa acta fue la que se conservó por años en el Palacio de La Moneda y que la mañana de la traición, el 11 de septiembre de 1973, el Presidente Allende confió al cuidado de su secretaria Miria Contreras Bell, la “Payita”, siéndole arrebatada por la fuerza a su salida del palacio y destruída por los propios militares. Que ya no eran precisamente los herederos de O´Higgins.
Esperamos que lo dicho de modo tan breve ayude al menos a despejar la bruma que oscurece esto de las fiestas patrias y del día de la Independencia. Podemos seguir bailando cuecas en las ramadas o mirando soldados marchar pero no estaremos celebrando ningún “nacimiento de la patria”.
Reiteramos que la Independencia se conquistó en rigor al culminar el proceso emancipador, es decir cuando el ejército chileno-argentino derrotó a las tropas del rey español y fue suscrita el Acta, aquella que destruyeron los militares del 73.
Veamos también cómo se celebran estas fiestas. Una de las actividades dice relación con la presencia de altos representantes de algunas de las religiones existentes en Chile. Lo que es otra inconsecuencia toda vez que hace muchos años que operó la separación de la Iglesia del Estado y no hay sustento válido para que, ya sea la iglesia católica, evangélica u otra, sean consideradas a la altura de las autoridades del Estado.
Somos un Estado laico y pueden existir todo tipo de religiones pero el Estado no tiene relaciones formales especiales con ninguna. Así debe ser ya que este principio fue consagrado constitucionalmente en 1925, en el artículo 10 numeral 2, de ese texto jurídico bajo inspiración de Arturo Alessandri Palma.
Pero en los hechos no es así ya que las celebraciones incluyen actividades con las iglesias católicas y evangélicas. Son las llamadas ceremonias ecuménicas, que no siempre ayudan a la convivencia por las diferencias en materias ideológicas y políticas. La experiencia parece aconsejar no persistir en ese rito.
Porque en efecto cuando la presidenta Bachelet concurrió al Te Deum evangélico en el Templo Catedral Metodista Pentecostal de Estación Central fue agredida por los mandamases. Le gritaron “asesina” cuando recién llegaba y los propios jefes de esa organización criticaron con insolencia iniciativas legales de este gobierno como las relativas a identidad de género, matrimonio igualitario o despenalización del aborto en 3 causales. Son precisamente las mismas que devuelven derechos a los seres humanos y superan posiciones retrógradas que nos tenían mal calificados ante la comunidad internacional.
El país tiene duras experiencias en el pasado con ciertos grupos religiosos, varios de ellos ligados a sectores cercanos a la dictadura o a intereses extranjeros.
Y no dejemos pasar las declaraciones de los presidenciables. Porque mientras los candidatos Guillier y Goic rechazaron claramente los groseros ataques a la mandataria, los ultraderechistas Piñera y Kast justificaron la injustificable agresión de este sector en contra de la máxima autoridad del Estado chileno.
En cuando a la iglesia católica, es efectivo que en el Te Deum de la catedral metropolitana el clima y el discurso fueron en tono respetuoso. Pero igualmente el obispo Ezzati usó el altar como tribuna para cuestionar las iniciativas progresistas del gobierno. Lo que constituye claramente una improcedente injerencia en los asuntos propios del Estado, cuyos órganos competentes con participación de todos los sectores políticos, incluídos los más reaccionarios, aprobaron esa legislación que el obispo critica.
Ezzati destacó que la vida era el derecho humano más importante, lo que por cierto compartimos. Pero surge la pregunta, ¿ porqué entonces no aprovechó la ocasión para exigir la ruptura de los pactos de silencio de los autores de crímenes de lesa humanidad? Si respeta la vida humana ¿ porqué no emplazó a los responsables de tanto dolor durante la dictadura precisamente en el mes de septiembre? Es gigantesca la diferencia entre el cardenal Silva Henríquez y Ezzati.
Suma y sigue el incordio. En Osorno, por ejemplo, en el curso de la ceremonia religiosa un grupo de feligreses de modo tranquilo y silencioso protestó contra el obispo Barros, protector de Karadima. Sin embargo la reacción del alto mando de la iglesia católica fue calificar de blasfemia dicha pacífica protesta y por supuesto ni una palabra sobre el caso Karadima, protegido por las alturas.
Tal vez la conclusión sea que lo que debe mantenerse y cuidarse siempre es la garantía constitucional de respeto a todas las religiones, a todas las iglesias, a todas las creencias, pero que ello no debe confundirse con que las autoridades u órganos del Estado tengan que participar en ceremonias propias de esos credos. Y mucho menos aceptable es que instituciones del Estado se identifiquen de modo exclusivo con una determinada creencia.
Como todos los años, los festejos culminaron con la llamada “parada militar” que según se dice conmemoraría las “glorias del ejército” sin que se especifique de qué se habla. Esta vez el costoso espectáculo se dio en un contexto polémico, tanto por la apertura de procesos por los multimillonarios fraudes cometidos durante años por los mandos de las FFAA y Carabineros, como de otra parte por la provocadora declaración de los ex comandantes en jefe de esas mismas instituciones que a través de El Mercurio reclamaron por los procesos abiertos en tribunales desde enero de 1998 en contra de los criminales de la dictadura.
Sobre lo primero digamos que los uniformados son los funcionarios del Estado más privilegiados. No necesitan fraudes para ser adinerados. Tienen sueldos y pensiones muy por sobre el promedio nacional. Su previsión la paga en un 90% el Estado y no son víctimas de las AFP. Sus actividades son financiadas fundamentalmente por la ley n° 13.196, llamada “ley reservada del Cobre” por la que reciben el 10% de las ventas brutas totales de Codelco asegurándoles a toda prueba un mínimo de 90 millones de dólares. Es decir, perciben sumas con las que se financiarían las Reformas de la Educación y la de Salud.
Pero si hasta un simple cabo se farreó 2 mil millones de pesos en el Casino Monticello.
Hay precedentes en dictadura. Nos referimos por ejemplo al caso los“pinocheques”. Sin embargo en este ilícito el proceso se cerró bajo el gobierno de Eduardo Frei Ruiz Tagle “por razones de Estado”.
En cuanto a la declaración política de los ex jerarcas uniformados no les faltó apoyo en el país. No sólo de la ultraderecha sino también de personajes como el ex ministro de Defensa y ex DC Jaime Ravinet quien, molesto con los jueces que condenan a los violadores de los derechos humanos, sostuvo que : “debemos hacer un llamado a los jueces, cuyos antecesores avalaron la dictadura, y que ahora muchos hacen méritoshacia el izquierdismo para ascender en sus carreras, que evalúen en sus resoluciones el concepto de obediencia debida establecido en el Código de Justicia Militar y las circunstancias imperantes en ese entonces: la declaratoria de Estado de Guerra Interior a partir de 1973“.
Pero no estuvo solo Ravinet ; en una columna de prensa le acompañaron otrosex ministros de Defensa, Allamand, Burgos y Vidal. Y para completar el cuadro el general Izurieta sostuvo que era “grave” y “ profundamente molesto” dudar de la buena fe de los militares
Concluyó planteando que lo indicado era que los propios familiares de las víctimas indagaran por su cuenta buscando a individuos que entreguen información. O sea aquí no ha pasado nada y quién sabe quién fue…….
Quizás sus palabras hayan sido aplaudidas en otros ambientes como en una llamada “fiesta de la chilenidad” que hacendados ricachones también celebran por estos mismos días, o en el homenaje a Agustín Edwards que otros hicieron.
Pero es entonces cuando parece necesarios plantearse de una vez de qué hablamos cuándo mencionamos las “glorias del ejército”.¿ De la masacre de la Escuela Santa María de Iquique? ¿ O de La Coruña, o Ranquil, San Gregorio, José M. Caro o Puerto Montt ? ¿ O de Caravana de la muerte, Operación Cóndor, Colonia Dignidad, Villa Grimaldi, Cuartel Simón Bolívar, o de los vuelos de la muerte, o de Londres 38, o de Fuenteovejuna, o del caso Degollados o el de los compatriotas quemados vivos?
Lo más serio y profundo en el mes de septiembre sería rendir solemne homenaje a las víctimas de la dictadura, a explicar en las escuelas en qué consistió el golpe fascista del 73 urdido en el extranjero para que el Nunca Más deje de ser una simple frase y haga carne y conciencia en todas las chilenas y chilenos.
Septiembre es la ocasión de recordar al presidente Salvador Allende, a nuestro gran Pablo Neruda, a Victor Jara, a Violeta Parra, o a los civiles, militares y sacerdotes asesinados, por ejemplo, en el buque La Esmeralda que aun navega con aires de inocencia. También septiembre debe ser momento para impulsar el reencuentro con nuestros pueblos originarios, terminar con las persecusiones y declarar de una vez que somos un Estado plurinacional.
Y también septiembre debe ser momento de reflexión para un reencuentro cívico militar con unas Fuerzas Armadas vinculadas seriamente a un común destino nacional y libres de influencias imperiales, tal como pensaba el general O´Higgins, como pensaba el general Schneider, el general Prats, o el coronel Jaña, o Michel Nash o las decenas de oficiales y suboficiales de la Fuerza Aérea torturados y condenados a muerte por espúreos “consejos de guerra” creados al efecto y tantos otros soldados patriotas, muchos de los que también “pagaron con su vida la lealtad al pueblo”.