Abuso laboral, hacinamiento en las viviendas, dificultades en el acceso a educación y salud son el pan de cada día para la mayoría de los migrantes haitianos en Chile. También enfrentan prejuicios, clasismo y racismo. El idioma es una barrera casi infranqueable. Los inescrupulosos abusan de ellos, les roban y estafan. Incluso les venden “contratos falsos” para conseguir papeles. Al menos dos haitianos han muerto de frío en Santiago: Joseph Polycart -quien falleció después de haber sido echado dos veces de un hospital sin que lo atendieran-, y Benito Lalane -quien murió de hipotermia en una precaria pieza donde dormía-. Hay cuatro cuerpos de haitianos en el Servicio Médico Legal (SML) sin que nadie los reclame.
Emmanuel Cimeus, periodista, vive hace cinco años en Chile, conversó con Punto Final sobre la situación que enfrenta su comunidad: “Muchos han sido víctimas de violencia xenófoba, racismo. Lamentablemente estamos en una sociedad que aún tiene miedo a lo desconocido. No quieren aceptar al otro como legítimo. La discriminación por el color de la piel es fruto de poca educación. Como dice Karl Marx ‘se necesita otra educación para otra sociedad; y otra sociedad para otra educación’. Es un trabajo que todavía no ha hecho el Estado. La discriminación está muy presente, sobre todo para quienes somos afrodescendientes y de países pobres”.
Emmanuel Cimeus, es secretario de la Organización Socio Cultural de los Haitianos en Chile (Oschec). Señala que “adaptarse a una cultura ajena es difícil. Muchos piensan que la vida será mejor, pero la realidad es distinta. En Chile no han logrado instalarse, ni estudiar o trabajar en lo suyo. Porcentaje importante son profesionales y están trabajando en ferias o vendiendo en la calle, o de jardineros y basureros. Cuando llegué a Chile trabajé de temporero, recogiendo la cosecha, viví la pobreza más dura del campo chileno”.
Según Pablo Valenzuela, director regional del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), en Chile hay racismo contra la migración afrodescendiente: “Su presencia más notoria ha despertado una fuerte xenofobia de los chilenos… No sintoniza el proyecto migratorio de los haitianos con nuestra realidad neoliberal, que los vuelve primero sujetos de crédito que de derechos”, dice.
CHILE, UNA “MARAVILLA”
Migración haitiana hacia el sur andino, investigación del Observatorio Iberoamericano sobre Movilidad Humana, Migraciones y Desarrollo (Obimid, 2017), indica que “se detecta un aumento sostenido de arribo de migrantes haitianos, y desde 2012 se habría duplicado año tras año. Mientras en 2013 ingresó al país un total de 2.428 haitianos, ya sea en condición de turistas o residentes, en 2014 esa cifra llegó a 4.599, en 2015 a 13.842, y en 2016 -sólo primer semestre- a 20.196”.
Entre los años 2002 y 2012, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), la migración haitiana aumentó en 3.250%, de 50 a 1.675. La Policía de Investigaciones (PDI) señala que entre 2013 y junio de 2016, ingresaron 41.065 haitianos. No se dispone del número exacto viviendo en Chile. Si antes era rechazado y reembarcado uno de cada diez que llegaban a un control fronterizo como turistas, la proporción pasó a ser 1 de cada 2. “Desde 2012 se identifica la imposición de una institucionalidad migratoria informal para la población haitiana, a la cual se le comienza a exigir, sin estipularse oficialmente, una carta de invitación y 1.000 dólares a la hora de ingresar”, agrega la investigación.
La mayoría de los haitianos en Chile queda relegado a salarios que rondan el sueldo mínimo, en servicios, construcción, aseo y trabajos informales. Haitianos de Gonaïves hoy viven en Estación Central, y los de Puerto Príncipe, en Quilicura. ¿Por qué vienen a Chile? Haití se encuentra en el lugar 163° del Indice de Desarrollo Humano elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Su esperanza de vida no supera los 63 años y más de la mitad vive en condición de pobreza. Chile les parece una maravilla… y no tan racista como República Dominicana.
“Por el momento sí, yo trabajo. Pero no estoy contento, porque en Haití estudiaba administración y ciencias jurídicas también. Y ahora estoy trabajando como ‘bombero’, en una estación bencinera. Es muy difícil, porque soy informático, periodista, administrador… Esa es mi experiencia en Haití, incluso trabajé como contador en una escuela”, explica un joven de 26 años, oriundo de Gonaïves. “No me gusta donde vivo -agrega una madre de 28 años, nacida en Cabo Haitiano-. Vivía en una casa muy bonita, con mi propia pieza, normal. Pero aquí no, ¡es una vida de mierda! No me gusta, no estoy acostumbrada a vivir en una pieza así de chica, sin aire. Hay un solo baño para la gente. Siempre hay que hacer fila… Y una sola ducha, siempre hay que esperar. A la niña la baño en la pieza. No hay agua caliente”.
Antes de arribar a Chile, consiguen cartas de invitación con familiares o conocidos o las compran desde 250 dólares. Para financiar el viaje muchos reciben préstamos, llegando a nuestro país con una fuerte deuda, que los expone a posibles redes de tráfico de migrantes y trata. Y apenas pisan suelo chileno, no parece ser del todo seguro: sufren el robo de pertenencias en terminales y estaciones, y están más expuestos a estafas y engaños de todo tipo. En septiembre del año pasado, Carabineros desarticuló una banda de delincuentes que mediante un falso servicio de taxis en el aeropuerto engañaba y asaltaba haitianos. Y casos similares siguen ocurriendo.
“La barrera idiomática los convierte en potenciales víctimas de engaño. Esto les dificulta el acceso a servicios, la correcta realización de trámites para gestionar sus visados, para la obtención de un contrato de trabajo e incluso para hacer valer sus derechos humanos y laborales. Por otra parte, la distancia cultural y racial los transforma en objetivo de distintas vejaciones, discriminación y violencia racista (…) No parecen contar con suficiente información acerca del mercado laboral chileno, y muchas veces apoyados por algún amigo o contacto terminan en trabajos no calificados que la comunidad haitiana comienza a hacer propios, como el lavado de autos, la carga en mercados (como la Feria de Lo Valledor) o la atención en gasolineras en el caso de los hombres, mientras en gran medida las mujeres comienzan a ser asociadas al trabajo doméstico y el aseo. Los migrantes haitianos son conscientes de la precariedad de sus trabajos, y dicen sufrir por las condiciones adversas que les toca enfrentar (…) Suelen vivir hacinados, compartiendo habitaciones y baños con una cantidad importantes de personas (llegando en algunos casos a superar las cinco personas por habitación) que, si bien en su mayoría son connacionales, eran hasta entonces desconocidos para ellos (…) Una de las principales quejas se relaciona con la inseguridad y la delincuencia en los barrios periféricos que habitan, donde han sufrido asaltos y robos. Los haitianos parecen particularmente expuestos a los abusos y a la delincuencia, y esta inseguridad se torna permanente”, señala Migración haitiana hacia el sur andino.
XENOFOBIA, LA
VERDADERA LEPRA
Un haitiano que vive en Quilicura expresa: “En el último trabajo tuve una dificultad en el salario. No me querían pagar. Eso fue también por la comunicación, porque todavía no hablo bien español. Después me di cuenta que fue por la discriminación, razón por la cual lo dejé. Me hacían trabajar mucho más que a los chilenos”. Una mujer de 36 años, natural de Léogâne, agrega: “Estación Central es un barrio peligroso, estábamos en la puerta de la parroquia y hubo un asalto. A mí me asaltaron también. Mucha droga, una no puede salir de su trabajo, te asaltan con cuchillos, hay mucha violencia. La gente tiene el pensamiento que puede hacer lo que quieran con nosotros”.
Muchos abusos ocurren en los arriendos de habitaciones: en las condiciones contractuales, precios exagerados y malos servicios. El difícil acceso a vivienda los empuja a aceptar arriendos informales, precarios.
Otro problema es el acceso a educación. Quienes arriban a Chile con la idea de continuar estudios y cursar posgrados, encuentran muchas trabas. El sistema les niega la posibilidad de convalidar estudios. A estudiantes universitarios que pudieran homologar años en carreras universitarias incompletas y trabajar y estudiar a la vez, el Ministerio de Educación les exige la licencia de educación media, que los hace retroceder, por ejemplo, de tercer año de la carrera de derecho a la enseñanza media chilena. Además de esta valla burocrática, la idea de estudiar y trabajar se diluye por los onerosos aranceles y las extensas y mal pagadas jornadas laborales. Incluso la reciente reforma a la educación superior, que instauró la gratuidad para el 50% más pobre, exige contar con residencia definitiva, lo que impide que gran parte de los migrantes accedan a ella. La expectativa de desarrollo académico se estrella con una realidad más adversa de lo que imaginaron.
Yvenet Dorsainvil, vocero de la Plataforma de Organizaciones Haitianas (POH), y vicepresidente de la Coordinadora Nacional de Inmigrantes, señala que los migrantes haitianos enfrentan una ola de violencia verbal de la sociedad chilena: “El problema no es, precisamente, la aparición de un caso de lepra. Los discursos discriminatorios no se han instalados de un día para otro, no son producto del flujo migratorio proveniente de Haití en los últimos años. Estamos lejos de ser los más numerosos. Estas reacciones xenófobas y discriminatorias son resultado de campañas mediáticas, noticias e informaciones que la sociedad chilena viene absorbiendo desde hace mucho tiempo. No es suficiente decir no a la discriminación. Lo que necesitamos es reconstruir la mentalidad de una sociedad que es víctima igual que nosotros.
La ministra de Salud dijo que todos los años descubren enfermos de lepra. Hoy es tema porque el afectado fue un haitiano”, dice. Yvenet Dorsainvil es autor del Primer diccionario kreyòl-español, proyecto apoyado por la vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile.
EL LARGO VIAJE
A LO DESCONOCIDO
Milo Milfort, periodista haitiano, dice a Punto Final, desde Puerto Príncipe, que cada vez más jóvenes quieren salir de Haití por la situación socioeconómica que no cesa de empeorar: “La pobreza y la miseria se han acentuado. Desde 2016, Chile se está convirtiendo en el segundo destino de la migración haitiana, después de República Dominicana. Ya destronó a Brasil donde vive una importante comunidad haitiana”.
Según Milfort viajar a Chile cuesta alrededor de 3.000 dólares: se requieren entre 1.000 y 1.500 dólares para pagar gastos de alquiler de una habitación, transporte, alimentación y llamadas telefónicas una vez que arriban; el pasaje de avión desde República Dominicana cuesta alrededor de 1.200 dólares, y a eso se agrega el costo de la visa dominicana, pasajes en bus y gastos menores. “Se requiere enorme esfuerzo para conseguir ese dinero. Algunos contraen deudas, otros liquidan sus bienes, lo que llaman el ‘último sacrificio’, o recurren a allegados que viven en Estados Unidos para financiar el viaje. No obstante, podría costar más teniendo en cuenta a ‘intermediarios’ que lo planifican desde Chile y exigen más dinero… Abusan a partir del hecho que el migrante haitiano ignora la realidad, corriendo el riesgo de ser estafado”, agrega.
En marzo, en visita a Haití, la presidenta Michelle Bachelet y el presidente haitiano Jovenel Moïse tocaron el tema de la migración y firmaron un “Acuerdo bilateral para la compatibilidad o equivalencia y el reconocimiento de estudios de ciclos de educación básica o fundamental y de educación media o secundaria”. Pero problemas más graves como la creación de un visado consular de turismo -restricción burocrática que solo generará mayores irregularidades migratorias-, o el aumento de haitianos en situación irregular en Chile, no fueron tratados.
De acuerdo con Milo Milfort para muchos haitianos en Chile sus condiciones de vida han cambiado: “Pudieron encontrar trabajo y mandan dinero para sus seres queridos. Muchos haitianos morirían de hambre si no hubieran tenido uno o varios familiares en el extranjero. Las remesas de dinero contribuyen a dinamizar la economía haitiana. Pero durante la visita de Michelle Bachelet, no se habló de la legalización de los haitianos en Chile, que corren los enormes riesgos de la trata y tráfico de personas”.
ARNALDO PEREZ GUERRA
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 884, 15 de septiembre 2017