En los últimos años de la República, que murió en el 1973 con el golpe de Estado, era de común ocurrencia que cada seis años fuera elegido un Presidente de signo político completamente distinto que el anterior. Carlos Ibáñez del Campo vino a expulsar a los radicales del poder; Jorge Alessandri Rodríguez llegó para entronizar a los gerentes; Eduardo Frei Montalva, para proponerse la realización de un “revolución en libertad”; Salvador Allende, para llevar a cabo una revolución en democracia.
Todos los Presidentes – especie de reyes elegidos – han querido legar a la historia una obra de su período: así, Pedro Aguirre Cerda, la importancia de la educación, “Gobernar es educar”; Juan Antonio Ríos, “Gobernar es producir”; Eduardo Frei Montalva, la Reforma Agraria; Salvador Allende, el propósito de instalar el socialismo en libertad y democracia. Cada uno quiere dejar su huella para mostrar su eficaz gobierno.
En la transición Patricio Aylwin pretendía abrir el paso hacia una democracia, a pesar de las dificultades que le colocaban los militares; Eduardo Frei pretendió legar la modernización de Chile y los Tratados de Libre Comercio, (su gobierno terminó salvando a Augusto Pinochet de la justicia); Ricardo Lagos quiso convertirse en el gran impulsor de las obras públicas sobre la base de concesiones – que perduran hasta hoy -; además, firmó una reforma constitucional, que cambió muy poco la Constitución instaurada por el régimen castrense; Michelle Bachelet, en su primer período, pretendió salvar a Chile de la crisis económica, y su gran éxito fue la reforma previsional; Sebastián Piñera pretendió “gobernar con los mejores”, pero lo hizo con los peores tecnócratas de la derecho, sumado a los pillines; su idea central era el crecimiento económico sin importar para nada la equidad, incluso, para él, “la educación era un bien de consumo”.
Hay distintas formas de terminar un gobierno – de acuerdo con el cristal con que se mire -, así, Eduardo Frei Montalva terminó entregando el poder a su peor contendor, Salvador Allende; durante la Concertación de partidos por la Democracia, por ejemplo Aylwin le entregaba el poder a su camarada, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que pertenecía a una fracción distinta del Partido; Ricardo Lagos, a su ministra predilecta, Michelle Bachelet. El panorama cambió cuando la Presidenta tuvo que entregar la Banda Presidencial a su rival político, Sebastián Piñera Echeñique y, posteriormente, el Presidente Piñera a Michelle Bachelet, y no es raro que se repita la historia de los fines de las República, pero esta vez en comedia.
Un país que funciona sobre la base de las encuestas no puede ser más falso, desinformado, torpe y analfabeto político: la democracia en Chile ha sido una broma, donde las oligarquías se reparten el poder, tal como en la “república plutocrática”. En la mayoría de los casos, “el monarca” terminaba su gobierno con alta aceptación pública, siempre aparada en las encuestas: así ocurrió con Patricio Aylwin, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en su primer período, (por cierto, la reina no pudo traspasar su apoyo a un sucesor de su misma tienda política, pues Eduardo Frei Ruiz-Tagle era un muy mal candidato).
Sebastián Piñera, Eduardo Frei Ruiz-Tagle terminaron su período con más rechazo que apoyo popular, y lo mismo podría ocurrir la actual Presidenta, Michelle Bachelet – claro está a los súbditos les encanta sus monarcas aunque los critiquen durante su período de gobierno -.
A la Presidenta actual sólo le restan unos meses para terminar su período y vemos que su preocupación principal es resaltar su legado para dejar huella en la historia política chilena. En el discurso ante los demás miembros de Naciones Unidas defendió, como la que más, sus reformas a la educación, tributaria y laboral, además se presentó como una gran defensora del medio ambiente. Uno de los temas más importantes que trató en su intervención fue el relacionado con la solución de conflictos de un país y entre naciones por medios pacíficos, diplomáticos, políticos y democráticos.
El gobierno de Michelle Bachelet será recordado como un reformismo frustrado: ¿quién puede negar que las reformas que proponía eran fundamentales y absolutamente necesarias? El drama es que dejó fuera de la discusión a los sujetos que iban a ser beneficiados mediantes estos cambios, por ejemplo, en la reforma educacional a todos los estamentos, especialmente a profesores y estudiantes, y así en cada una de las reformas propuestas desde su campaña presidencial. El drama del “despotismo ilustrado es pretender gobernar a favor del pueblo, pero sin el pueblo.
Michelle Bachelet será recordada como la Presidenta que intentó hacer reformas, pero al tener al pueblo y mantenerlo alejado de la política, como lo hizo la Concertación, terminó en manos de una clique de inescrupulosos, con intereses personales y poseedores de una estulticia e incapacidad digna de olvido, con el agravante de la permanente presencia de la “quinta columna” democratacristiana.
En el aspecto positivo, la promulgación de las leyes del aborto en las tres causales, del voto de los chilenos en el extranjero y el Acuerdo de Unión Civil, y la presentación del proyecto de matrimonio igualitario, entre otros logros, Bachelet será recordada como una Presidenta progresista y que pretendía transformar un Chile conservador y autoritario.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
22/09/2017