Las imágenes de guatemaltecos manifestando frente al Congreso de la República el viernes por la noche y exigiendo la renuncia de los diputados traidores, se deslizaban por los aires como versos de un poema de amor en velada de luna. Aquello fue un abstracto de una Guatemala de ensueño, lejana, irreal, inalcanzable que entre la podredumbre lucha por reverdecer. Tan hermosos los versos de aquel poema que fue como ver la tapisca del maicillo en cerro árido a finales de octubre.
Ver a personas de todas las edades y escucharlas cantar en una fiesta cívica, verlas mantenerse en pie, escucharlas denunciar, sin capuchas, sin pañuelos, con sus rostros visibles, con sus voces claras y fuertes, con la dignidad de los que no olvidan. Y no moverse a pesar de la violencia de los antimotines. De la violencia de un gobierno que los irrespeta todos los días.
Los niños, como retoños de flores de las 10, embelleciendo la manifestación con su frescura. Los adultos mayores, como el añejo rojizo de un atardecer color flor de fuego visto desde los techos de lámina de Ciudad Peronia.
La juventud, como las flores de chipilín en aguacero de agosto, eternamente bella. Aquello fue un poema de amor que se transformaba en montañas, aldeas, arrabales, en mártires salidos de la historia del tiempo que se acercaban emocionados a unirse a la manifestación, por una Guatemala soberana, victoriosos sobre la desmemoria.
Las manifestaciones del 15 de septiembre que se dieron en todo el país, ojalá sean la lumbre que encienda a los guatemaltecos en patrio ardimiento. En una hoguera de dignidad que con la fuerza de la Memoria Histórica se convierta en Revolución. Las utopías son realizables si convertimos el pensamiento en acción.
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