Noviembre 16, 2024

EEUU y el 11-S, un inepto yihadismo y un fallido gaseoducto

Dieciséis años después de los atentados del 11 de septiembre que justificaron el negocio de la guerra infinita contra el terrorismo yihadista, la amenaza terrorista se va extendiendo cada vez con más fuerza. Sólo en Afganistán, país ubicado en el corazón de Asia Central que, por tener frontera común con China, Irán, y los ‘espacios soviéticos’ e India, se ha convertido en el territorio más estratégico del mundo para EEUU, ya que Washington ha utilizado a esta turba polpotiana en cuatro ocasiones concretas:

 

Entre 1978 y 1991, cuando patrocinó la extrema derecha islámica y cristiana en las fronteras de la Unión Soviética, como una herramienta más en su lucha contra las fuerzas de izquierda a nivel mundial. En nombre del Islam, la pandilla de delincuentes yihadistas fue enviada desde Pakistán para llevar el terror: atentaron contra unos 2.000 colegios (mataron a la totalidad de las estudiantes del liceo de Kabul) y destruyen las infraestructuras del país socialista (centrales eléctricas, fábricas, clínicas, unas mil cooperativas campesinas, etc). La CIA creó a terroristas profesionales en sus centros de entrenamiento en Pakistán, gracias al dinero de Arabia Saudi. Ronald Reagan y Margaret Thatcher les apodaban “luchadores por la libertad”.

Entre 1991 y 1996, una vez lograda la desintegración de la URSS, el objetivo de EEUU será el dominio económico y militar del espacio que los soviéticos dejan libre. En 1992, la CIA y los yihadistas derrocan al gobierno socialista del doctor Najibulá, y le asesinan junto a su familia. Son años en los que EEUU busca:

Impedir la reconstrucción del espacio pos-soviético bajo el paraguas de Moscú.

La creación de bases militares en la vecindad de China, Rusia, Irán e India.

Hacerse con el control de la ruta energética de Asia Central y el Océano Índico.

Apoderarse de las riquezas de las repúblicas exsoviéticas: el uranio de Kazajstán, la tercera reserva mundial; el oro de Kirguizistán; la gran industria algodonera de Uzbekistán; las inmensas reservas acuáticas de Asia Central-Caspio; y sobre todo, del gas de Turkmenistán, la cuarta reserva mundial. Ocupar Afganistán sería la única manera de acceder a este recurso. Se puso en marcha el proyecto del gasoducto transafgano ‘TAPI’ (Turkmenistán, Afganistán, Pakistán, India), que lo llevaría desde el Caspio hasta el mar Arábigo. Así, no sólo arrebataba a Rusia el control económico-político sobre aquellas repúblicas, sino que le permitiría a EEUU incrementar su poder sobre la India, gran consumidor de energía.

Apoderarse del gas y petróleo afgano valorado en mil millones de dólares por el Pentágono. Exxon Mobil, la mayor petrolera privada del mundo (cuyo presidente es el actual secretario de Estado Rex Tillerson), y la canadiense Terraseis, anuncian haber encontrado petróleo en la provincia de Faryab. Desde la ocupación en 2001, los países de la OTAN han perforado sólo en la cuenca del Amo Darya 322 pozos, donde se estima que hay entre 500 y 2.000 millones de barriles de crudo. En 2011, la compañía financiera JPMorgan Chase firmó con Kabul un acuerdo por el valor de 40 millones de dólares para hacerse con una de las minas de oro afgano. A Horst Köhler, el presidente de Alemania le costó el puesto en 2010 al sugerir que las tropas de su país están en Afganistán para proteger la economía alemana.

Sin embargo, los muyahidines, divididos en una docena de grupos con sus señores de guerra en continuas peleas, fueron incapaces de establecer la seguridad necesaria para que EEUU pudiese empezar a llevar a cabo sus proyectos.

1996- 2001, la CIA reconduce la situación en Afganistán, creando otro grupo yihadista llamado Talibán-Al Qaeda, con los siguientes objetivos:

.Poner fin al caos en el país e instalar un régimen al estilo de la monarquía saudí: disciplinado y aliado, capaz de establecer la paz de cementerio, mantener la unidad del país y acabar con los indomables e indisciplinados señores de guerra. Así podría construir el TAPI.

.Neutralizar la influencia tradicional irano-rusa-india. La faceta wahabita del régimen talibán contendrá a los chiitas iraníes, a la Rusia ortodoxa y a la China comunista.

Es así como el saudí Bin Laden recluta a cientos de los antiguos militantes del la ‘internacional yihadista’. A ellos se suman los talibanes – los ‘seminaristas’ de las escuelas religiosas-, los chavales de los orfanatos de Pakistán, delincuentes, indigentes y miles de mercenarios a sueldo, con el fin de crear un régimen parecido al de Arabia Saudí en Afganistán.

Con el gran soporte logístico de sus padrinos y unos diez mil millones de dólares, los talibanes toman Kabul en 1996: desmantelan el gobierno, inician una masiva limpieza étnica contra los no pastunes, torturan, apedrean, violan y matan a miles de afganos, mientras que saquean museos, destruyen televisores, radios, salas de cines, queman bibliotecas, prohíben todo tipo de ocio, los deportes, los colores, y otras políticas que después serán aplicadas en Irak y Siria. Crímenes entonces silenciados por los medios occidentales.

El 4 de diciembre de 1997, una delegación de los Taliban viaja a Sugarland (Texas) para negociar con Unocal sobre el gaseoducto de TAPI. La empresa que rechaza su petición de aumentar los 100 millones de dólares por año como paje de la tubería les recuerda que no habían cumplido con su parte: la zona norte del país, por donde pasaría el TAPI, estaba bajo el control del comandante Ahmad Massoud Shah, ‘El León de Panjshir’, un veterano antisoviético, próximo a Irán y a Francia. Además, EEUU ya se había dado cuenta de su error: aquellos hombres pertenecían al sector más lumpen del proletariado, que no podían actuar como los príncipes saudíes de hoy. Éstos pasaron su periodo talibaniano hace dos siglos, y llevan guante blanco en sus acciones, guardando las formas.

Para colmo, los Taliban habían prohibido el cultivo de la adormidera (opio) con cuya renta EEUU financia la guerra. En 2006, Afganistán producía 6.100 toneladas de opio, 33 veces de lo produjo en 2000.

Así llega el fin de Taliban. A partir del 1998, EEUU lanza una tremenda campaña mediática anti-taliban-Al Qaeda, presentando a sus “viejos amigos” como los “enemigos de la civilización humana”.

En agosto de 1998, Bill Clinton ordena bombardear Sudán y Afganistán, acusando a Al Qaeda y los talibanes de atentar contra las embajadas de EEUU en África, mientras corría una cortina de humo sobre el escándalo Lewinsky.

En 2001,  Washington tiene que darse prisa: China y Rusia habían creado en el mes de agosto la Organización de Cooperación de Shangái (OCS) con una clara intención de impedir la entrada de los occidentales en su zona de influencia.

El 9 de septiembre, el comandante Masud, el único hombre que podía organizar una resistencia nacional contra los futuros ocupantes occidentales, es asesinado.

2001 hasta hoy: El 7 de octubre del 2001, casi un mes después del 11-S, EEUU y Gran Bretaña lanzan un ataque sobre Afganistán para obligar –dicen- a los talibanes a entregar a Bin Laden, el supuesto autor del atentado (entonces, Hillary Clinton no había confesado que fue EEUU quien creó el Yihadismo). En los primeros días, la coalición de 34 países liderada por EEUU y equipada con las armas más mortíferas de la humanidad, lanza 21.000 ataques aéreos sobre los desarrapados afganos como un criminal e ilegal castigo colectivo: sus 20.000 bombas sepultan a decenas de miles de civiles bajo los escombros de sus casas de adobe y provocan la huida de dos millones en aquel duro invierno. Bombardearon depósitos de agua, las pocas centrales eléctricas que había, los cultivos y el ganado. UNICEF llegó a denunciar que el frío invierno, el hambre, la desnutrición y las enfermedades causadas por la agresión militar podrían provocar la muerte de hasta 100.000 niños. Así, EEUU se dio el derecho exclusivo de secuestrar y torturar a cualquier persona en cualquier país del mundo, anulando a la ONU.

Acto seguido, y mientras Bush oculta la información sobre la implicación de su aliado, el gobierno de Arabia Saudí, en los atentados que mataron a cerca de 3.000 compatriotas, envía a Afganistán a 300.000 soldados de la OTAN, equipados con la tecnología punta, para encontrar a Bin Laden (a pesar de tantas experiencias en los “asesinatos selectivos”), al que curiosamente le “encuentran” 10 años después, mientras que a Gadafi le localizaron y le mataron sólo un día después de la visita de Hillary Clinton a Libia. A Laden no le encontraron en una cueva de Afganistán, sino en una mansión en Pakistán -país cuyo servicio de inteligencia es una sucursal de la CIA-. Más tarde, en vez de detenerle, matan a su fantasma, y como era invisible para los mortales, ocultan su cuerpo en el fondo marino. Era otra mentira, como las “armas de destrucción masiva” de Saddam Husein, que ocultaba los verdaderos motivos del ataque a Irak. Un mes después de que Benazir Bhutto revelara la farsa sobre Laden es asesinada.

Sin embargo, una cosa es desmantelar un régimen y otra es ocupar un país. Las tropas de EEUU, al ver que sus aliados regionales son incapaces de servir a sus intereses estratégicos, son instaladas en Afganistán para un largo periodo de tiempo con estos objetivos:

.Construir el gaseoducto transafgano.

.Impedir la reunificación de las repúblicas exsoviéticas bajo el paraguas de Moscú.

.Sabotear la construcción de la OCS.

.Instalar bases militares en las fronteras de China, Irán, India y el espacio soviético.

.Convertir la República Democrática de Afganistán en una República islámica, para acabar con el laicismo (lo mismo que ha hecho en Irak) y conseguir la involución política, económica y social de los países de la zona. Luego hará de bombero pirómano para ‘salvar la humanidad del islamismo’.

.Acceder a los recursos energéticos de Asia Central y del Mar Caspio le daba la posibilidad a Washington de disminuir su dependencia con respecto a los hidrocarburos de la región de Medio Oriente, romper el monopolio ruso sobre los yacimientos de petróleo y gas, y frenar el desarrollo de la economía China.

.Convertir el mundo en “una granja vigilada por millones de cámaras”, arrebatando las libertades conquistados por los ciudadanos.

.Rescatar la economía de su país de la recesión con una guerra: el enemigo islámico sustituye al enemigo rojo para justificar la permanencia de la OTAN tras el fin del Pacto de Varsovia, y salvar a la compleja industria armamentística. El fabricante de armas Lockheed Martin multiplica por 15 el precio de sus acciones en la Bolsa, recibe el mayor contrato militar de la historia: 200.000 millones de dólares y el presupuesto de defensa de EEUU alcanza los 450 mil millones de dólares. Las guerras, además sirven para deshacerse de las armas viejas de la Guerra Fría y probar las nuevas sobre el terreno real.

A pesar de perder a unos 3000 soldados y gastar 6.000 millones de dólares al mes desde entonces, la OTAN, salvo sembrar 11 bases militares en este patio trasero de Rusia y China, no ha conseguido en Afganistán ninguno de los objetivos. China se lleva el gas turcomano desde el gaseoducto más largo del mundo, de 7.000 kilómetros que inauguró en 2009. También explota el petróleo afgano en Amo Darya y está construyendo la primera refinería del país.

El anuncio de Donald Trump en enviar 40.000 más soldados a Afganistán tiene como objetivo vigilar el regreso de Rusia a Afganistán, y cercar aún más a Irán.
Desde 2015, EEUU y los yihadistas están extendiendo el ‘Arco de Crisis’ al espacio exsoviético de Asia Central. 12 Septiembre 2017

 

 

*Nazanín Armanian es iraní, residente en Barcelona desde 1983, fecha en la que se exilió de su país. Licenciada en Ciencias Políticas. Imparte clases en los cursos on-line de la Universidad de Barcelona. Columnista del diario on-line Público.es. Artículo publicado el  12 de Septiembre 2017

 

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