Y de pronto el amanecerde Silvio Caiozzi ganó el Grand Prix des Amériques, el primer premio del Festival de Filmes del Mundo que se realiza cada año en Montreal. Se trata de una importante distinción para este realizador chileno que es una de las figuras emblemáticas de la cinematografía nacional. Este lunes 4 de septiembre durante la ceremonia de cierre del Festival, Caiozzi recibió el galardón con la satisfacción de ver un reconocimiento internacional a una película de gran calidad.
Como este film aun no se ha estrenado en Chile—su estreno mundial ha sido en este festival en Montreal que acaba de terminar—debemos empezar por contar que se trata de la historia de Pancho Veloso (Julio Jung) un periodista y escritor de origen chilote que dejó la isla hace 40 años y que ahora regresa a su pueblo natal. El propósito de su viaje es el de reencontrar a sus amigos y los viejos lugares que alguna vez formaron su entorno provinciano. Aunque eso sí, su propósito ulterior es otro y más ambicioso: a partir de esas nuevas experiencias, con los recuerdos de su infancia y juventud, y las vivencias actuales, poder armar la novela que lo consagre como escritor.
A través de los recuerdos de Veloso vemos pasar su origen, un tanto difuso como serían las historias míticas de Chiloé, sus amistades y juegos de infancia, su juventud, su enamoramiento de una chica que era cortejada por un oficial del ejército. En medio de eso, el momento traumatizante del golpe de estado y el intento del joven de emprender una maniobra audaz que en definitiva lo hará abandonar la isla. Eso hasta este momento actual en que decide volver para encontrar inspiración, como su más cercano amigo le dice como reproche en un momento.
Con sobre tres horas de duración, el film sin embargo no se hace pesado para el espectador. En entrevista que Caiozzi nos concedió en un programa que hacemos en la Radio de la Universidad McGill, él nos señaló que efectivamente la duración es mayor que el común de las películas pero que era imposible “quitarle algo sin que se derrumbara todo el edificio”. Los 195 minutos de duración en verdad se encuadran dentro de la necesidad de la narrativa. Al final ese no es un problema.
En aquella entrevista Caiozzi también nos informó de lo que significó filmar allí en Chiloé: la simpatía y apoyo de la gente y por cierto el carácter mismo de la localidad y su población. En este sentido podemos decir que Caiozzi logra re-crear muy bien un ambiente pleno de colorido y magia, hay algo que nos hacía recordar las imágenes “felliniescas” de pequeños pueblos y sus habitantes. Y de pronto el amanecer es un retrato a la vez amigable y crítico del pequeño pueblo, un mundo solidario pero también dado a las habladurías, de lealtades y pequeñas traiciones. Hay escenas en que se combina el humor con la tragedia, en particular cuando el pequeño pueblo es ocupado militarmente luego del golpe de estado. Aunque este episodio político no es el foco central del film, su ocurrencia afectará de modo definitivo al entonces joven protagonista, un muchacho simple que no tenía participación política, cuya real motivación va a girar en torno a su amor por la muchacha que no puede ser suya.
El premio a esta película chilena es ciertamente un espaldarazo a una creación cinematográfica que en los últimos años ha tenido un notable crecimiento, aunque por lo que el propio Caiozzi nos señalaba en nuestra conversación, aun es muy difícil para los directores chilenos que sus filmes sean exhibidos y por tanto, conocidos por el propio público nacional. Como uno bien puede constatar cuando viaja por esos lados, las carteleras de los cines chilenos están dominadas por la producción de Hollywood, algo que casi siempre fue así, pero ese dominio se ha acrecentado en los últimos años en la misma medida que se concentra el control de la distribución y exhibición de películas en unas pocas compañías que—si no son directamente controladas por intereses estadounidenses—operan en sintonía con ellos.
Este reconocimiento internacional al film de Caiozzi es uno más de los varios a los que en los últimos años el cine chileno se ha hecho acreedor, pero curiosamente nadie en los círculos políticos más influyentes se plantea una política de estímulo que vaya más allá de facilitar fondos o de ofrecer incentivos tributarios a quienes invierten en producir cine. Eso es bueno, pero no basta, es necesaria una política de estímulo a la exhibición de las películas nacionales que influya para que las carteleras del país se abran a mostrar las películas chilenas. Eso debería ser también parte del debate político electoral porque en definitiva tiene que ver con la defensa de la cultura de Chile. No hay que olvidar que aunque cuando se habla de globalización se tiende a pensar más en sus dimensiones económicas, hoy en día probablemente donde esa homogeneización y uniformidad es más notable es en el plano cultural.