Hay diversas formas de explicar la escalada de tensión entre Corea del Norte y Estados Unidos, desde la diplomacia a la peluquería. No obstante, una de las menos socorridas es acudir a la historia del siglo XX y preguntarse qué cojones pinta Estados Unidos en la otra punta del Pacífico. En cuestiones de política, la geografía siempre suele ser parte del problema, cuando no es el problema mismo. Como en Chile, como en Perú, como en Grecia, como en Indonesia, como en El Salvador, como en casi cualquier lugar del mundo donde se les ocurra, el gran policía internacional siempre viene a meter las narices donde no se le ha perdido nada.
A esta clase de matones lo que más les molesta es que otro espécimen utilice las mismas tácticas disuasorias que él, se sienten disminuidos en su papel de gallo jefe del gallinero, aunque el gallinero les pille a cinco mil kilómetros de casa. Eso no se puede consentir. Tony Soprano no toleraba que cualquier otra empresa de mangantes viniera a interferir en su negocio de limpieza: la basura era sólo suya y los métodos que empleaba para eliminar la competencia eran bastante expeditivos. Lo que ya resulta inadmisible en el nivel de chulería es que en Corea del Norte se haya puesto a ensayar con una bomba de hidrógeno, cuando todo el mundo sabe que el privilegio de lanzar artilugios termonucleares sobre la población civil es una patente norteamericana desde Hiroshima y Nagasaki.
Un coreano jugando a destruir el mundo mediante hongos atómicos es algo fuera de concurso, inconcebible para esa mentalidad de cowboy que ha hecho de medio mundo una pista de rodeo con vacas más o menos sumisas. A los orientales les van las patadas voladoras, el kung fu, el karate, los robots, el servilismo, el comer con palillos, el arroz, el pescado crudo, no la energía atómica, ni los megatones, ni la pose de toro bravucón. Tony Soprano tampoco se explicaba cómo iba a inventar gente que come con palillos algo para lo que necesitas tenedor.
A Trump le da lo mismo que les hayan untado el morro en Vietnam, un poco más al sur, y casi medio siglo atrás. Como si se acordara de eso. Por aquel entonces, antes de retirar las tropas, Nixon fantaseó con arrojar bombas atómicas sobre el país, una fantasía genocida de la que Kissinger logró desanimarlo con no poco esfuerzo.
Kissinger, nada menos, aquel siniestro secretario de Estado que dirigió la política exterior de Estados Unidos durante casi una década como si dirigiera un manicomio. Incluso Kissinger, que frenó a Nixon y creía que el poder era el afrodisíaco definitivo, podría ser ahora una buena opción para que los diplomáticos hagan su trabajo y Donald Trump cierre la boca por un rato, cuando los expertos aseguran que no hay ninguna salida viable al conflicto aparte de la negociación. El Tuitero Number One dice que los norcoreanos sólo entienden una cosa: se refiere al más de medio millón de toneladas de explosivos que arrojaron sobre territorio coreano en los tres años que duró la guerra de Corea. Una cadena de televisión demostró meses atrás, con una encuesta en directo, que la inmensa mayoría de los estadounidenses era incapaz de ubicar a Corea de Norte en un mapa.
Le preguntan a Trump y no encuentra ni el mapa.
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*Escritor español. Columnista del diario Público.es. Septiembre 4, 2017