El libro escrito por Enrique Robertson, del que Nicole Portier supo estructurar un magnífico artículo, da cuenta de los entramados sabrosos que concluyeron en una amistad de dos grandes del arte mundial, compañeros en el sol de la vida y en la tregua de la muerte. He aquí un apretado resumen de ambas obras, la de Robertson y la de Portier.
EL AÑO 1949, Pablo Neruda –disfrazado de arriero, con gruesa barba y poncho- guiado por dos baqueanos, cruzó a caballo la montaraz cordillera de los Andes huyendo a Argentina, esquivando el bulto a las odiosidades de Gabriel González Videla, mandatario chileno que había puesto fuera de la ley al partido comunista.
En su larga y clandestina travesía que inició en la capital misma de la república, el vate pasó subrepticiamente por Rancagua, donde hizo noche en la humilde casa donde su tía Rosa Basualto, quien, ya vieja y casi ciega, vivía bajo el amparo de una buena amiga, doña Rosenda Zamorano, en el modesto inmueble de esta última, ubicado en el Pasaje Teniente Nº 770, casi esquina de calle Millán.
En ese delicado momento, qué lejano y difuminado debió parecerle al poeta el tiempo aquel en que departía honores y amistad con insignes artistas de talla mundial, como Pablo Picasso, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Paul Eluard. Aquella había sido la época en que nuestro vate recorrió ciudades y calles europeas llevando su arte a los confines del aplauso. Barcelona, Madrid y Paris fueron sus horizontes poéticos que acompañaron tan entrañables amistades. Respecto de ellas –de Picasso, y de Neruda, por cierto- trata este artículo.
Desde México, el magnífico caricaturista y dibujante chileno, Pepe Palomo, tuvo a bien enviarme el extracto de una larga crónica escrita por Nicole Portier, que se refiere a los mismos hechos que convocan estas líneas, respecto de la obra de Enrique Robertson: “Picasso y Neruda: hechos y conjeturas en torno a una amistad”.
El 08 de abril de 1973, Pablo Neruda se enteró en Isla Negra de la noticia que los teletipos de las agencias galas emitieron ese día a todo el mundo: su amigo, el gran pintor español Pablo Ruiz Picasso, había muerto en Nôtre-Dame-de-Vie, Mougins, Francia. Consternado por este hecho, Neruda, a pesar de la gravedad del mal que a él mismo le aquejaba, expresó el deseo de querer dar la que sería la última entrevista que concedió.
Lo último que de labios del poeta publicó en extenso la prensa chilena, fue el recordatorio que hizo de Pablo Picasso con ocasión del deceso del universal malagueño. Dicha entrevista apareció en el diario El Siglo, en su edición dominical del 15 de abril de 1973, pocos meses antes de la muerte del propio Neruda, acaecida en Santiago de Chile el 23 de septiembre de ese mismo año, en circunstancias tan trágicas que al poeta, en los últimos doce días de su vida, le recordarían dolorosamente lo que presenciara cuarenta años antes: los desastres de la guerra civil española.
De esa guerra, con su obra ‘España en el Corazón’, Neruda rindió estremecedor testimonio. Picasso hizo lo propio con el Guernica. Ambas obras se han comparado en más de una oportunidad. En no pocos aspectos, también sus autores son comparables y hermanables.
Neruda había llegado a Barcelona en mayo de 1934, procedente de Buenos Aires donde conoció a Federico García Lorca. En Barcelona recibe la dolorosa noticia de la muerte en Santiago, de un entrañable amigo suyo: el poeta Alberto Rojas Giménez. De las venturas y desventuras de hispano parlantes avecindados en el París de los años 20 que oyó contar a sus amigos chilenos: Ortiz de Zárate, Lalo Pachin, Isaías Cabezón, Jean Emar, etc., puede que haya sido Rojas Giménez quién más le impresionó al hablarle de Picasso: fue a él a quién se le ocurrió la afortunada idea de decir que Picasso descubría e incorporaba continentes imprevistos al mundo plástico.
Además, por el propio Neruda se sabe que no le había sido posible evitar que a sus oídos llegase lo mucho que de Picasso decía otro gran poeta de Chile: Vicente Huidobro. Y, precisamente en relación a Huidobro, le llegaba, también de Chile, otra muy irritante noticia: la que le hacía saber que estaba siendo blanco de unos ataques de inusitada virulencia. Era lo que luego sería conocido como ‘la guerrilla literaria’.
Cumple Neruda treinta años de edad y, diciendo Aquí estoy, contraataca con no menos saña con un poema en el que menciona a Picasso por primera vez, sin que éste nada tuviese que ver con los motivos de su legítima ira.
En febrero de 1935 Neruda se traslada a Madrid, donde García Lorca ya lo había presentado, siendo recibido con gran simpatía y homenajeado por su libro Residencia en la Tierra. También en 1935, un poco antes que él, Delia del Carril siguiendo el consejo de María Teresa León y Rafael Alberti, había llegado de Francia a fijar su residencia en Madrid. Delia había vivido largo tiempo en París y conocido a Picasso y a muchos de sus amigos españoles, hispanoamericanos y franceses. Ese mismo año, uno de estos últimos -Robert Desnos- participa con otros poetas galos en un encuentro político-cultural franco-español realizado en Madrid.
Por un especial motivo, Desnos prolonga su estadía hasta noviembre de 1935. Antes de regresar a París quería asistir, en octubre, a la aparición del primer número de la revista Caballo Verde para la Poesía editada por Manolo Altolaguirre y dirigida por Neruda. Desnos celebró con ellos el lanzamiento de dicha revista, un poema suyo había sido elegido para ese número inaugural. Este hecho importa porque lo más probable es que Neruda contactase personalmente con Picasso por primera vez en París, en un homenaje póstumo a García Lorca organizado por Robert Desnos y Jean Cassou.
A partir del alzamiento militar de julio de 1936, una sangrienta avalancha de hechos luctuosos había comenzado a arrasar con imparable e irracional violencia a toda España. En el triste verano de 1936 fueron asesinados muchos miles de civiles indefensos. Federico García Lorca fue uno de ellos. Este alevoso crimen y otros no menos deleznables que Neruda vio con sus propios ojos en Madrid, movieron al poeta chileno a comprometerse definitivamente con la causa republicana española. Se integra a la Alianza de Intelectuales Antifascistas y colabora en el semanario que Alberti llamó El Mono Azul; semanario que contaba con el apoyo de Picasso, a quien, lo mismo que a Neruda, la guerra civil española hizo cambiar políticamente de Saulo a Paulo.
Desposeído de su cargo consular, vía Valencia y Barcelona, Neruda llega a Francia -a Marsella- y por fin, en diciembre de 1936, a París. Con la revista Los Poetas del Mundo Apoyan al Pueblo Español y con el Grupo Hispano-Americano de Ayuda a España, que funda con César Vallejo, continúa participando allí en actividades solidarias.
En enero de 1937, Delia del Carril, que tres semanas antes había llegado a reunirse con él, escribe en una carta: ‘Pablo dará el veinte una conferencia sobre Federico García Lorca’. Así fue; a partir del 20 de enero de 1937 y con gran asistencia de público, en la Maison de la Culture de París tienen lugar unas jornadas de solidaridad con la República Española, en cuyo marco se rinde un homenaje al asesinado poeta granadino. El día 21, Neruda dio su famosa conferencia en memoria de García Lorca, que se inició, según dejó constancia la revista Commune, con unas palabras de presentación de Robert Desnos.
No podía sospechar Neruda que el destino de su amigo el poeta Robert Desnos, que ese día de enero de 1937 le presentó al público parisino, sería similar al de García Lorca. La Barcarola les recordaría después a ambos, junto a Miguel Hernández, llamándoles compañeros sin tregua en el sol y en la muerte.
El día del homenaje a García Lorca, debió ser el día en que Neruda conoció a Picasso. Se puede dar por seguro de que así fue; porque el pintor, nombrado poco antes Director del Museo del Prado y comisionado además por el gobierno de la República Española para pintar un mural que resultaría ser el Guernica, realizó para esas jornadas el primero de los dos grabados que titularía Sueño y Mentira de Franco.
Por ello pocas dudas pueden caber respecto a que Pablo Picasso estaba presente ese día en la Maison de la Culture de París. Allí debió haber sido donde el poeta chileno trabó personal relación de amistad con el famoso pintor español. Es también muy probable que por mediación de Bergamín -malagueño como él- Picasso ya conociese Residencia en la Tierra, editado por éste en Madrid (Cruz y Raya, 1935) y que de ese libro el poema “Walking Around” le hubiese impresionado muy especialmente.
Por esas fechas -en una etapa que él mismo designó como una de las peores de su vida- Picasso había sufrido los avatares de una severa crisis existencial que le hizo dejar de pintar; todo hace pensar que también hubo días en que le sucedía estar cansado de ser hombre, como reza el primer verso de ese poema.
Entonces, Pablo Picasso escribió. De sus escritos destaca el texto con que acompañó al grabado “Sueño y mentira de Franco”. Este y otros textos suyos de ese tiempo, hacen recordar los fragmentos finales de “Walking Around”. Quizá no sea una total insania de juicio aventurar que Picasso, condimentándolos con algo de la mordaz acritud de “Aquí estoy”, para escribirlos encontró su real inspiración en ese poema de Neruda.
Neruda (Walking Around) “…pájaros de color azufre y horribles intestinos colgando de las puertas de las casas que odio, hay dentaduras olvidadas en una cafetera, hay espejos que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, hay paraguas en todas partes, y venenos y ombligos…” (OC I, p.309).
Picasso (Sueño y Mentira de Franco) “fandango de lechuzas, escabeche de espaldas de pulpos de mal agüero, estropajo de pelos de coronillas de pie en medio de la sartén en pelotas puesto sobre el cucurucho……-farol de piojos donde está el perro nido de ratas y escondrijo del palacio de trapos viejos-”
En el varias veces citado número de Cuadernos, hay también un artículo titulado Pintura y Poesía (Neruda y los Pintores) con unos cuantos retratos del poeta que, como es natural, inducen a preguntarse: ¿cuál de ellos es el pintado por Picasso?. La respuesta no es tan natural: ninguno de ellos. No es natural, ni mucho menos, que el pintor Picasso, que retrató a todos sus amigos poetas, quizá a unos mejor que a otros, pero a todos, no hubiese hecho ni siquiera una sola caricatura, como las que hizo de Alberti y otros, de su amigo el poeta Pablo Neruda. Picasso pintó al chileno Huidobro, es un retrato que sabemos pasado por pudendas regiones y que apareció en un sello de correos en Chile.
Y, aunque no fue poetisa, pintó decenas de veces a doña Eugenia Errázuriz , dama chilena a quien Neruda también nombra en su última entrevista. Neruda habló de su amigo Picasso, en prosa y verso. Debería pues, haber una retribución de Picasso a su amigo Neruda, a pluma y pincel.
Mientras germinaba esta idea, se cumplieron ciento veinte años del nacimiento de Picasso. Esto motivó recordatorios en diversos medios. En uno de ellos, en relación a los dibujos que fechaba cada día, se dijo que -según propia declaración del pintor- equivalían a la escritura de su diario de vida. Se recordó también una frase suya: Yo no lo digo todo, pero todo lo pinto. Esta frase y lo anterior, iluminan como la luz del candil de la dama del Guernica.
Neruda lo versificó todo. La lectura del diario picassiano confirma su declaración: Picasso no lo decía todo, pero todo lo pintó.
Su diario contiene, como la poesía nerudiana, muchas auto referencias de enorme interés; el nuestro era buscar la página que confirmara la sospecha de que, al pintar su diario de vida, algún día tendría que haber pintado un retrato de su amigo Neruda. Picasso retrató a Vallejo; y también a Huidobro. Más motivos debió haber tenido para retratar a Neruda; aunque éste, quizá por lo que una vez dijo del retrato de Huidobro, nunca quisiese a posar para ser retratado por él. De haber tal retrato, conjeturamos, debió haber sido hecho rescatándolo de la memoria y por un especial motivo: quizá uno relacionado con su ausencia cuando se requería su presencia.
No es preciso historiar la búsqueda en todo detalle; lo que importa es dejar dicho que el hallazgo del retrato de Neruda en el diario de vida picassiano, coincide con un momento de la biografía nerudiana en la que el poeta estaba en Chile y -veinte años después de su Aquí estoy- se aprestaba a celebrar allí el cumplimiento de sus cincuenta años de edad.
Este hecho hace posible que todo encaje en el tiempo y el espacio: Picasso retrató a Neruda el día en que recibió desde Chile una invitación. Y probablemente también dos poemas: Picasso y Llegada a Puerto Picasso, que serían incluidos en el libro Las Uvas y el Viento que estaba pronto a editarse y haría su aparición en febrero de 1954. Este hecho prueba que en esa etapa de su vida pública y privada, Neruda tenía especialmente presente al genial malagueño.
El día 12 de julio, Pablo Neruda celebraría su cincuentena e invitaba a Chile a su amigo Pablo Picasso. Deseaba que asistiese a las festividades de celebración de su cumpleaños; evento que -como es fácil colegir al leer NERUDA de Volodia Teitelboim (capítulos 120- 121)- tendría una connotación política de gran envergadura; tanta como la que tuvo en aquellos eventos europeos que unos años antes habían contado con la presencia de ambos.
Debería, en un país de Hispanoamérica en el que se quería reunir a personalidades de todo el mundo, tener gran connotación. Y, para contribuir a ello con su tremendo prestigio, al país a cuyo puerto principal había arribado un día el Winnipeg, Picasso, el pintor del Guernica, no debería faltar. Pero el pintor no acudió a la cita. Y puesto que a esas alturas de su vida, era veinte años mayor que Neruda, sin excusarse ignoraba invitaciones que le habrían demandado harto menos sacrificio, puede que se haya creído que esta vez tampoco se había tomado la molestia de acusar recibo o dar respuesta a la invitación que le remitía su amigo Pablo Neruda. Nuestro hallazgo prueba -quiere probar- que sí la dio.
Su respuesta a la invitación nerudiana, fue dibujada en el diario en el que todo lo pintaba. Retrató a Neruda en la hoja fechada el 17 de enero de 1954, titulándola “Visita en el Atelier”, refiriéndose seguramente a aquella visita del poeta que éste llamó Llegada a Puerto Picasso. Este retrato ha de haber sido la respuesta y regalo de cumpleaños de Picasso a su amigo Neruda.
Si dibujo y mensaje llegaron a destino, no se sabe. Pero sí se sabe que el valioso dibujo fue exhibido por una galería de arte en Italia, un año después de la muerte del poeta chileno. Es más agradable pensar que Neruda no conoció este dibujo nunca mencionado por él, que suponer que al verlo no le gustó por considerar que caricaturizado así, de obeso y calvo poeta cincuentón, era víctima de una broma pablopicassiana que le ridiculizaba inaceptablemente.