Algunos de los que marcharon en las primeras filas de la multitudinaria manifestación en Barcelona no deberían haber estado allí ni con sus uniformes ni con sus cargos de gobierno. Ellos son partícipes de imponer otro terror parecido al que esta movilización repudiaba.
El terror que imprime un Estado como el español con sus policías y guardias civiles, con su Rey y con sus ministros, con sus leyes opresoras y sus amenazas. Nada tenían que hacer alli ni Rajoy ni Felipe VI ni la calaña de funcionarios que los acompañaba, enemigos acérrimos de los pueblos catalán y vasco, halcones amenazantes contra el referendum que Catalunya hará el 1 de octubre precisamente para “irse de España”. Pero en estos tiempos en el que “todo vale” en función de una paz poco creíble y de falsas reconciliaciones que llevan a mezclar el agua con el aceite, allí estaban ellos buscando blanquearse con el dolor de todo un pueblo que aún no puede recuperarse del ataque sufrido. Ellos precisamente, que armaron y pagaron a los mercenarios que matan millones de hombres y mujeres en el Medio Oriente, que coinciden con Israel para seguir masacrando al pueblo palestino, o que se vanaglorian (como Aznar y Felipe González) de haber destruido Iraq y Libia, de seguir acosando a Siria junto a Israel y Arabia Saudí o de querer derrocar junto a sus amos de Washington, al gobierno revolucionario venezolano.
Por supuesto que detrás de esos personajes, iban hombres y mujeres del pueblo hartos de tanta violencia sin sentido, o con el sentido que generan las guerras de invasión, a las que España y otros países de la OTAN inflaman a diario. Esa multitud proclamaba en carteles hechos a mano que la paz no se hace vendiendo armas o alimentando la criminalidad de ejércitos criminales.
Junto al “No tenemos miedo” (el lema que presidió la marcha) otros carteles artesanales decían a su manera: “Basta de guerras contra los pueblos”, “Basta de muertes producidas por la invasión de ejércitos imperiales”, “Basta de trasnacionales europeas que provocan hambre y miseria en el Tercer Mundo”. Eran muchos y muchas los que repudiaban a quienes, por ser leales al capitalismo que les llena sus bolsillos, ordenan asesinar a pueblos lejanos de la península y casi siempre salvan sus osamentas cuando la violencia por ellos engendrada, vuelve como un boomerang y golpea a los que encuentra a su paso, generalmente gente inocente.
En ese marco, el independentismo catalán se distingue por su conciencia y su rebeldía frente a quienes tratan de confundir a las mayorías. Abucheando a Rajoy y al Rey, cuestionando su presencia y extendiendo sus críticas a quienes se arrodillan ante las órdenes de Madrid, marcan un camino esclarecedor sobre el momento que se vive en Europa. “Sus guerras, nuestros muertos” gritaron este sábado miles de manifestantes, poniendo las cosas en su lugar a pesar de los que insisten en aprovecharse del terror para seguir impulsando políticas que terminan alimentándolo